En este como en alguno de los otros linajes, se ha usado la verdadera ortografía del apellido: Los Lazcano de la Argentina, después de 1810, más o menos suprimieron la preposición “de” y cambiaron la “z” por la “s”. El primer caso es el Bisabuelo del fundador de la Soberana Compañía de Loyola, "Don Francisco Javier de Lazcano e Igarzabal" registrando a su hija Como "Vicenta Lascano Hernández" abuela de Don Carlos Gustavo Lavado Ruíz y Roqué Lascano, explicable, y se debe sin duda al deseo de acortar la firma, pese a tentado a las reglas gramaticales que tal decisión significa cuando se trata de apellidos solariegos – como Lazcano_ según lo expresa bien claro la gramática de la Lengua Española.
ARBOL GENEALÓGICO FAMILIA
LASCANO/LAZCANO/LAZKANO
Javier Lazcano Colodrero, al maestro con cariño
Aspectos cercanos referidos al cursado de clases en el Colegio Monserrat por
jóvenes internos provincianos, entre finales de la década de 1870 y comienzos
de la de los ochenta, aparecen evocados con proximidad por Joaquín V. González
en una necrológica dedicada al cordobés Javier Lazcano Colodrero (1848-1920), y
publicada en la revista Caras y Caretas del 22 de mayo de 1920. Lazcano
Colodrero había sido su Prefecto de estudios en el Colegio Nacional de
Monserrat, una especialidad educativa dedicada a acompañar a los estudiantes
desde un lugar de mayor proximidad, con mayor dedicación, entre otras cosas, a
sus procesos de aprendizaje y a su integración y cumplimiento de normas. Javier
Lascano Colodrero transitaba la treintena de su edad y el juvenil Joaquín Víctor
González era un adolescente riojano que había debido dejar a su familia y a su
patria chica para trasladarse a estudiar en el Monserrat.
Javier
Lazcano Colodrero tuvo una destacada actuación pública en la educación
cordobesa y en otros campos de la cultura. Fue catedrático de Literatura y
Castellano y luego rector del Colegio Nacional de Monserrat, ejerció el
periodismo, escribió poesía y narrativa, dirigió los diarios El Progreso y el
Eco de Córdoba. Fue ministro de Hacienda e Instrucción Pública de la Provincia
de Córdoba, y ejerció los cargos de vicepresidente y vocal del Consejo de
Educación. La revista Caras y Caretas le publicó eventuales
colaboraciones.
A su
fallecimiento el 25 de abril de 1920 su dilecto alumno riojano en aquellos años
de fines del siglo XIX, lo evoca en este sentido homenaje publicado por el
semanario porteño y que al año siguiente aparecerá como prólogo del libro de su
Prefecto de estudios: Mis notas, una edición realizada por el hijo
de Lazcano Colodrero, Godofredo, reuniendo papeles de su padre. Resulta curioso
que, en 1921, en la sección de Caras y Caretas llamada Los Libros, aparecía el
17 de septiembre una reseña bien poco amable del libro Mis notas,
sin firma de autor: “Los que, dejándose llevar por el título de este libro,
crean que se trata de una colección de las comunicaciones oficiales de algún
funcionario público, se equivocarán lastimosamente. Es un libro de versos que
tiene ese título quizá porque el autor es aficionado a la música. Los versos
del señor Lazcano Colodrero no se distinguen por ninguna cualidad brillante ni
por ningún efecto insoportable; son de aquellos que demuestran una vez más
cuánto se presta el idioma castellano para, escribir versos que sin ser malos
no son tampoco buenos. Resolver si el autor es poeta o no, es tarea que queda
de hecho encomendada a la posteridad.”
El efecto de la reseña se acentúa, dado que el autor del libro ya había
fallecido.
Pero si se trata de presentar un perfil más apegado a las cualidades humanas e intelectuales de Javier Lazcano Colodrero, allá está el testimonio de gratitud de Arturo Capdevila, quien lo recuerda como uno de sus profesores más queridos, y lo evoca de levita y con sus quevedos de carey. Otro escritor que recuerda a Lazcano Colodrero como un deber intelectual, es Leopoldo Lugones.
Y, sin duda, ese destaca esta pieza en su memoria escrita por Joaquín V.
González, donde se agranda la figura del educador y literato, y de la que aquí
se extraen los mejores párrafos.
“Un
hombre de talento, de distinción y de rara bondad acaba de terminar sus días en
Córdoba, donde vivió su vida de afectos íntimos, de estudio y de consagración
al mejor oficio conocido: el de enseñar y educar a la juventud. Le profesaba yo
un cariño filial y un culto tan intenso como silencioso, pues durante mucho
tiempo nos sostuvimos en nuestra reciproca y segura amistad, sobre la fe
inquebrantable, más poderosa que las continuas declaraciones y ceremonias.
Lo conocí al poco tiempo de mi permanencia en el internado del Colegio de Monserrat; y no recuerdo ya cómo se inició nuestra más próxima relación, aparte del obligado acatamiento que yo le debía, como alumno sometido a su vigilancia de Prefecto de estudios. Recuerdo su noble, sereno y dulce aspecto de padre joven y amable, sentado o paseando sin ruido por entre las avenidas de bancos de la enorme sala de estudios en común, en la segunda hora nocturna, después de nuestro breve recreo d'aprés dinner.
Era la hora en que yo más me distraía en pensamientos propios, por la misma razón que nos mandaban ocuparnos de estudiar pensamientos ajenos. Más de una vez, en reemplazo de mi aritmética, mi gramática o mi geografía, me pasaba la hora haciendo figuras o copiando retratos de cualquier historia o, escribiendo de mi cabeza las primeras tonterías literarias. «Don Javier», como le llamábamos todos, algunas veces se acercó a mi lado, fijó sus lentes lindos, de reluciente oro, que limpiaba con excesiva frecuencia con su pañuelo, aburrido también como nosotros de hacer cosas mandadas, y me dijo:
— Amiguito, me parece que usted no estudia; lo veo siempre distraído y como si hiciera versos.
Pero no me reprendía, y aun creo que se empezó a preocupar de mí más que de
otros condiscípulos. Y a mí me gustaba mucho cuando se me acercaba, porque,
además de su limpieza, su bondad y el timbre musical de su voz, a la que
contribuía su acento cordobés, el corazón me decía que yo tendría que ser amigo
suyo.”
Naturalmente,
el texto habla tanto de Javier Lazcano Colodrero como del propio Joaquín V.
González, cuyos inicios literarios tanto le debieron al acompañamiento y al
apoyo que recibió de su tutor colegial cordobés. Aun sin juzgar los alcances
poéticos de la figura homenajeada por el riojano -que homenajeaba a la vez su
propia juventud- no hay duda de que un formador que ha sembrado en sus
discípulos un intenso cariño y ha quedado grabado en la gratitud de sus
memorias, es porque ha sido una influencia beneficiosa. El texto, por su parte,
franquea una mirada cercana a aquellas clases de más de un siglo atrás.