jueves, 11 de septiembre de 2014

De los jesuitas a la cúspide de las finanzas. Colegio Inmaculada Jesuitas de Gijon.




Orden de los caballeros de 
su santidad el papa 
"san ignacio de loyola"

Priorato General del Reino de España



La vinculación al Principado se ahondó con las amistades surgidas en la juventud, como Gonzalo Álvarez Arrojo o la familia Masaveu

Emilio Botín y su hermano Jaime completaron el bachiller en el Colegio de la Inmaculada de Jesuitas de Gijón 

Los grandes personajes viven siempre por encima de las fronteras del resto de los mortales. A finales de los años cuarenta, cuando Santander estaba aún a casi un día de viaje por carreteras que ahora son, en el mejor de los casos, comarcales, el padre de Emilio Botín, el también banquero Emilio Botín-Sanz de Sautuola López decidió enviar a sus hijos Emilio y Jaime a estudiar en el internado del Colegio de la Inmaculada, de Gijón. La decisión de aquel banquero, entonces al frente de una entidad de tamaño moderado, pudo verse influida por los ejercicios espirituales y formativos que los jesuitas celebraban anualmente en Pedreña, al igual que por el prestigio que el propio centro tenía en Asturias y sus provincias limítrofes.

En el colegio gijonés acabaron los jóvenes Botín de cursar los siete años del Bachillerato, algo que por aquel entonces no estaba al alcance de la mayoría, y compartieron pupitre con insignes gijoneses tales como Fernando Urrutia, Alberto del Campo, Juan Campos Ansó, Agustín Carril, Luis Riera, Antonio Martínez García o Fernando Allende, entre otros. Mariano Abad recuerda de ellos que «eran muy deportistas, y Jaime era especialmente brillante como estudiante. Llegó a hacer dos cursos en un solo año». Por su parte, Senén Guillermo Molleda Valdés, que además de compartir colegio con ambos también estuvo en la Universidad de Deusto cuando Emilio Botín cursaba Economía allí, anotó que «ambos eran muy llanos y normales. Emilio era más deportista, y Jaime era un dibujante excepcional».

Cuenta Molleda que Emilio Botín padre se acercaba a Gijón «casi todos los fines de semana para sacar a los dos hermanos a comer», mientras que Mariano Abad subraya que el agradecimiento del progenitor al colegio se plasmó «en el regalo del retablo del altar de la iglesia».

En Deusto, Emilio, «siempre muy santanderino», recuerda Molleda, ejerció también de gijonés, al menos como excolegial del Inmaculada. Sin embargo, ni ese orgullo jesuita, que le llevó, por ejemplo, a que sus hijos estudiasen en el colegio madrileño de la orden, El Recuerdo, le permitió ceder en uno de sus principios: No recibir premios personales, sino sólo para el Grupo Santander. Y es que la Asociación de Antiguos Alumnos del Inmaculada le propuso en varias ocasiones recibir el título de alumno distinguido, algo que declinó con elegancia. La última vez, al actual presidente, Antonio Pellico, que ayer expresó el pésame de la asociación.

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