sábado, 18 de enero de 2014

EL LEGADO MORAL Y POLITICO DE MANDELA por Jorge R. Enríquez.



Quiénes somos 

Los Caballeros de la Orden, soldados de Dios, somos jesuitas laicos, somos hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios.


Orden Caballeros del Papa en América
Los Jesuitas conquistaron Sud América para la Iglesia de Roma 
(dijo Lord Maculay)


Se han dedicado infinidad de páginas en los diarios y de minutos en las radios y canales de televisión a destacar la trayectoria de Nelson Mandela, fallecido el 5 de diciembre pasado, a los 95 años.

A más de un mes de producido su deceso, mi propósito no es repetir la información que puede encontrarse con abundancia y precisión en los medios especializados, sino intentar poner el foco en el legado de este extraordinario dirigente sudafricano, símbolo mundial de la libertad y la reconciliación.

Muchos, por su imagen de abuelito inocuo de los últimos años, tienen de Mandela una visión distorsionada. Fue en su juventud un enérgico luchador contra un régimen racista e ilegítimo. No consultó encuestas para saber qué debía hacer, ni consintió en entrar en pactos espurios con aquellos que trataban a los negros de Sudáfrica como una especia subhumana. Por su coraje pagó un alto precio. Estuvo 27 años preso, en condiciones muy severas.

Si alguien tenía derecho a la venganza, una vez que fue liberado, ya en su vejez, era él. Sin embargo, eligió el camino de la pacificación y la concordia. Sus enemigos no eran los blancos, sino el racismo, la intolerancia y el odio. No promovió una justicia retributiva, propia del derecho penal, sino una de carácter reparador.

A través de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación facilitó el necesario conocimiento de las atrocidades que habían ocurrido, pero no como base para las condenas judiciales sino como fundamento de la reconciliación. El, quien más crédito tenía para cobrárselo en el pasado, quiso mirar el futuro. Por eso, prefirió el perdón al castigo. La amnistía no era la solución y abrir una catarata de juicios iba a frustrar la paz y la unidad sudafricana.

Tampoco se aprovechó de su enorme popularidad para establecer un sistema caudillista. Fue presidente un solo período. Mantuvo las instituciones heredadas del colonialismo inglés. Fue, si cabe, un revolucionario por omisión. Su grandeza se finca más en lo que no hizo que en lo que efectivamente realizó.

Amante del deporte, lo utilizó, pero no con fines demagógicos, sino para unir a los blancos con los negros y crear lo que fue su sueño: la nación “arco iris”.

Como no era necesario que se inventara un pasado heroico, cargado de epicidad, tuvo las manos libres para hacer lo que convenía al bienestar general y a la sustentabilidad del régimen democrático y liberal. La comparación con nuestro desdichado presente es tan obvia que no vale la pena desarrollarla. Sí es útil reflexionar sobre un modo de abordar el pasado más inteligente que el meramente sancionatorio.

Pero, claramente, para ello hay que tener grandeza y esta no se alcanza despotricando desde un atril contra todo aquel que piensa diferente, ni culpando a otros de los errores propios, ni inventando imaginarias conspiraciones.

La auténtica altura moral de los grandes líderes se alcanza cuando ellos simbolizan integridad y una inclaudicable coherencia entre el discurso público y su comportamiento privado y esos fueron los rasgos más distintivos de la personalidad de Mandela

Supo ser un líder astuto y existoso y, a la vez, un excelente ser humano. Es por eso que podemos afirmar que fue una de las personalidades políticas y morales más descollante de nuestros tiempos. Viernes 17 de enero de 2014 

 Dr. Jorge R. Enríquez

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