Jorge Bergoglio se declaró feliz por haber podido pronunciar esta mañana su homilía en castellano –“me hizo mucho bien”, dijo agradecido con los presentes-, después de tantas semanas de hacerlo diariamente en italiano. El motivo fue que a la misa de hoy asistió el personal de la embajada y de los consulados de Argentina ante Italia y ante la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura). Entre los presentes estaba el embajador argentino ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero.
“Desde el 26 de febrero no celebro la misa en español”, recordó el Papa, aludiendo a la última vez que ofició en Buenos Aires antes de partir hacia Roma para el cónclave que lo convirtió en Francisco y lo alejó –tal vez definitivamente- de su Patria. Físicamente, claro, ya que espiritual y políticamente está más presente que antes.
“Que el Señor nos conceda la gracia de cuidar los comentarios que hacemos sobre los demás”, fue el mensaje de Bergoglio a sus compatriotas, en lo que inevitablemente trae a la memoria la maledicencia de la cual él mismo fue objeto en la Argentina durante los últimos años, por parte de voceros tanto oficiales como oficiosos de la misma administración a la cual sirven los asistentes a la misa de hoy. Ironías del destino
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