ORDEN CABALLEROS DE
"SAN IGNACIO DE LOYOLA"
Jesuitas
En 1491 llegó al mundo en la pequeña aldea guipuzcoana de Azpeitia, Ignacio de Oñaz y Loyola. Perteneciente a una familia de la nobleza vasca, el joven Ignacio escogió la carrera militar como profesión. Y a buen seguro habn'a destacado en ella sino fuera por una tremenda herida recibida durante una de las guerras que en aquel tiempo libraban las tropas españolas por toda Europa. Ignacio profesaba con devoción simple la religión cristiana, pero durante su convalecencia sufrió una fuerte transmutación en su carácter que le hizo peregrinar, primero a Tierra Santa y, a su regreso, abrazar la cruz como nuevo modo de vida.
Se instruyó en la Universidad de París donde conoció a quien sena su mano derecha, el futuro San Francisco Javier, y donde redactó las ordenanzas que regirían el día a día de los futuros miembros de la Compañía de Jesús, Orden que vena la luz el 15 de agosto de 1534 cuando sus fundadores hicieron voto solemne de servicio a Nuestra Señora en la Iglesia de Santa María de Montmartre.
Durante esa ceremonia sucedió un hecho que marcaría de modo crucial el carácter de los jesuítas. En el momento de constituirse, todas las órdenes religiosas deben pronunciar bajo juramento los tres votos típicos de pobreza, obediencia y castidad; pero Ignacio de Loyola añadió un cuarto: obediencia al Papa. El nuevo voto significaba que los jesuítas deberían responder a las órdenes de los sucesivos pontífices sin preguntas ni reparos. Eran años en los que se creía ciegamente en la infalibilidad papal y donde la fe cristiana recibía ataques de sectores como los protestantes.
Para el Vaticano suponía un regalo, ya que los primeros seguidores de Ignacio no eran simples monjes. Muchos procedían del ejército e incluso a su jefe máximo se le conocía como "el General de la Orden", cargo que continúa en la figura del holandés Hans Peter Kolvenbach. La estructura se diseñó conforme a los conocimientos guerreros de los fundadores y en muchos aspectos responde a un modelo militar. De hecho -y en su origen- en la ceremonia de ordenación de nuevos mandos éstos debían pronunciar un juramento que incluía frases como: "Prometo y declaro que, cuando se presente la oportunidad, haré la guerra sin descanso ni cuartel, secreta o abiertamente, contra todos los herejes, protestantes y liberales, tal y como me ha sido ordenado hacer, hasta exterminarlos y extirparlos de la faz de la Tierra; y que no los respetaré por su edad, sexo o condición".
Con semejante juramento, y el cuarto voto mencionado, no es de extrañar que algunos Papas eligieran a miembros de la Compañía como auténticos sicarios. Así ocurrió en el siglo XVII. A la muerte del rey francés Luis XIII le sucedió su hijo Luis XIV, pero debido a su corta edad fue su madre, Ana de Austria, la que gobernó como regente. Ella eligió al cardenal Mazarino de sucesor de Richelieu en momentos difíciles para Francia ya que el Vaticano conspiraba en su contra. Mazarino introdujo espías en el entorno del papa Inocencio X para que le informaran de sus decisiones.
La jefa del espionaje vaticano era la propia cuñada del Papa, Olimpia Maidalchlnl, quien alertada por la presencia de los espías franceses decidió crear la "Orden negra". Bajo ese nombre se escondía una unidad de asesinos cuyo único cometido consistía en acabar con todos los agentes que espiaran para Francia dentro del Vaticano. La unidad la formaron once miembros, escogidos principalmente entre los jesuitas debido a su voto de obediencia papal y a su destreza en las armas y en el asesinato silencioso. A cada uno se le entregó un sello pontificio grabado en plata en el que se veía una mujer vestida con toga, con una cruz en una mano y una espada en la otra. Se sabe que la "Orden negra" actuó con tanta destreza que sucesivos Papas hicieron empleo de sus miembros para acabar con el espionaje enemigo.
Guardias sin espada
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El nacimiento de la Compañía de Jesús no fue producto del azar. En el siglo XVI el cristianismo se encontraba sumido en una grave crisis de fe. Tras siglos de obediencia ciega comenzaban a escucharse las primeras voces discrepantes hacia el papel del Papa y los obispos.
El adalid de aquella revolución fue Martín Lutero. experto teólogo quien acusó a la casta sacerdotal de corrupta y de apartarse de la verdadera liturgia. Lutero creía que la Iglesia necesitaba una remodelación en su diseño y en su manera de aplicar las escrituras; abogaba por una interpretación más libre de la Biblia, sin la obligación de acudir al clero para que los pasajes fueran explicados. Sus ideas calaron y dieron origen al movimiento de La Reforma.
Fue entonces cuando Ignacio de Loyola decidió fundar su Orden dándole al Papa un hábil instrumento para combatir a los reformistas que amenazaban Europa. Los jesuítas aceptaron la misión y se enfrascaron en la llamada Contrareforma, una lucha sin cuartel para evitar la herejía luterana que acabó con la victoria de los fieles a la voluntad papal, excepto en los países centroeuropeos.
Desde ese instante la Compañía de Jesús fue vista por Roma como un poderoso ejército a su servicio, cuyos miembros lucharían sin desaliento por la defensa de la fe católica.
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