Orden de los caballeros de
su santidad el papa
"san ignacio de loyola"
nuestra historia
Uno de los principales problemas que enfrentaron los
colonizadores españoles, fue el de civilizar a los indígenas.
Para analizar esta cuestión, es preciso tener en cuenta que
los exploradores españoles venían a América en base a las concepciones
imperantes en su nación y en su época; conforme a las cuales en primer lugar
estaban amparados por derechos emanados del descubrimiento de territorios
desconocidos y de su conquista; y en segundo lugar, al conquistar esos
territorios, sus pobladores aborígenes eran “infieles”, que no rendían culto a
Dios, no profesaban la religión católica que como tal se consideraba universal,
y por lo tanto necesitaban ser evangelizados para que, al convertirse, sus
almas entraran en la Gracia
de Dios.
Si bien desde cierta tesitura puede sostenerse que los
aborígenes americanos ocupaban ese continente con anterioridad a los
conquistadores españoles, y en consecuencia era legítimo que se resistieran a
permitir que los conquistadores españoles les arrebataran sus tierras; lo
cierto es que aún aquellas civilizaciones de los indígenas americanos que se
encontraban más avanzadas — caso de los Aztecas, los Mayas y los Incas — no
habían alcanzado el grado de desarrollo económico, técnico y cultural de los
europeos. Con lo cual la colonización constituyó, evidentemente, un proceso que
— a pesar de los cuestionamientos que modernamente pueden hacérsele —
contribuyó a incluir el nuevo continente en el mundo civilizado occidental, y a
la inclusión de sus pobladores en el mundo moderno.
Cuando América fue descubierta y se inició su exploración y
colonización, además de ser un territorio mucho mayor que el de la Europa de ese tiempo, tenía
una población que, numéricamente, también superaba ampliamente al total de los europeos.
Pero, a la vez que esa población se encontraba distribuída de manera muy
despareja en un territorio que tenía vastas susperficies deshabitadas por el
hombre; y el grado de su evolución política, técnica y cultural era también muy
dispar.
Mientras en los tres grandes centros de las civilizaciones
indígenas — los Aztecas, los Mayas y los Incas — se concentraban grandes
poblaciones integradas en sociedades que tenían lo que cabe considerar un grado
importante de organizaciín social y política, que habían llegado a evoluciones
como sociedades sedentarias, urbanas, agrícolas y con autoridades políticas y
religiosas que efectivamente las gobernaban; existían grandes conglomerados —
caso de los pueblos de la etnia guaraní —que vivían en un estado salvaje, como
nómades meramente recolectores o cazadores y pescadores, en una organización a
lo sumo tribal, con creencias de carácter sobrenatural meramente
supersticiosas, y en un nivel tecnológico igualmente primitivo; de hecho
estaban en la edad de piedra.
Los expedicionarios españoles, que indudablemente
constituían un número ínfimo desde el punto de vista militar, ampliamente
superado por los guerreros indígenas; lograron imponérseles debido a su muy
superior tecnología bélica, frente a oponentes que ni siquiera conocían la
pólvora. Incluso, cuando llegaron a tratar de conquistar las grandes
civilizaciones Azteca, Inca y Maya, tuvieron a su favor las creencias
religiosas de éstas, que comprendían profecías de que un día llegarían a ellas
seres superiores, verdaderos dioses; por lo cual los europeos de cutis blanco
fueron en muchos casos acogidos como tales.
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Las Misiones Jesuitas
De cualquier manera, en el caso de los colonizadores de la
zona del Río de la Plata,
tropezaron con tribus indígenas sumamente belicosas; que en la mayor parte de
los casos asumieron una actitud absolutamente agresiva frente a los recién
llegados, y no se mostraron nada propicios a aceptar sus instancias para
convertirse en agricultores o ganaderos y para aceptar la fé cristiana y
avenirse a la disciplina social de los colonos.
Uno de los medios con que, especialmente Hernandarias,
procuró lograr la incorporación de los indígenas, consistió en contar con la
colaboración de una orden religiosa católica, la Compañía de Jesús —
también conocida como Orden de los Jesuitas — quienes se encargaron de fundar
establecimientos en que los indígenas asimilaran los hábitos de trabajo
disciplinado, y rindieran el culto cristiano. Esos establecimientos, fueron
llamados Misiones.
La
Compañía de Jesús
La
Compañía de Jesús es una orden religiosa que fue fundada en
el año 1534, por Iñigo Yáñez Oñáz Loyola Balada y Guevara, nieto de Don Lope García de Lazcano y Doña Sancha Yañez de Loyola, que luego fuera canonizado por la Iglesia Católica
como San Ignacio de Loyola. Integrada inicialmente por un grupo de jóvenes
estudiantes de la
Universidad de París, la existencia de la Orden fue aprobada por el
Papa Pablo III, en 1540.
Los integrantes de la Compañía de Jesús, se denominan jesuitas. Su
fundador, Ignacio de Loyola, centró las determinantes de su fé religiosa en la
figura de Jesucristo; del mismo modo que otras órdenes religiosas lo hicieron
en la Virgen María
o en otras figuras prominentes de la religión católica.
La
Compañía de Jesús tuvo como uno de sus objetivos primarios,
ejercer la defensa de la
Iglesia Católica, especialmente ante el surgimiento en Europa
de la Reforma
Luterana; y se convirtió en uno de los principales impulsores
de la llamada Contrarreforma. El lema de su fundador era Omni ad maiorem Dei
gloriam, (Todo para la mayor gloria de Dios).
Una característica muy distintiva de la Orden de los Jesuitas, la
constituyó su organización estrictamente jerarquizada; siguiendo muy firmemente
el modelo de la organización militar, al punto de que su autoridad máxima era
el General de la Compañía.
Con el paso de los años, la Orden de los Jesuitas alcanzó un crecimiento muy
importante en muchos países de Europa, llegando a ser en cierta época la más
numerosa de las órdenes religiosas católicas; lo que determinó que ejerciera
una enorme influencia en muchos aspectos de la sociedad y del Estado, sobre
todo en España. Eso determinó que surgiera una gran oposición, que causó
grandes obstáculos a su desempeño.
En varios casos, los jesuitas fueron expulsados de
territorios en que ejecutaban sus actividades; e incluso el 27 de julio de 1773
el Papa Clemente XIV expidió una orden disponiendo su disolución. Sin embargo,
ello fue temporario; la Orden
de los Jesuitas fue restablecida, por lo que continúa existiendo en la
actualidad y ejerce importante influencia intelectual y espiritual en
importantes grupos de creyentes católicos.
Una de sus metas principales era propagar la fe cristiana
entre los indios paganos del nuevo mundo; por lo cual muchos jesuitas europeos
se dirigieron al continente americano; destacándose entre ellos varios de
origen húngaro. Algunos se dirigieron a la zona de los Ríos Amazonas y Marañón,
y sus afluentes, actuando como misioneros entre los indios de esas regiones;
con lo cual realizaron también indirectamente una interesante actividad en
cuanto al conocimiento geográfico de esas regiones, especiamente en cuanto a la
delimitación de los territorios asignados a España y Portugal.
La actividad de los jesuitas fue también muy importante en
América en el campo científico. Siendo muchos de ellos personas sumamente
cultas, no solamente aprendieron y cultivaron los idiomas indígenas y
tradujeron a los mismos los textos sagrados del catolicismo; sino que
estudiaron la flora — incluso las plantas medicinales — la fauna, la geografía
y hasta la astronomía en estos territorios. El primer libro de geografía de
América del Sur publicado en España, fue obra de un jesuita húngaro, Ferenc
Limp, llegado a Buenos Aires en 1729, quien lo escribió en la Misión de Yapeyú.
Los jesuitas tuvieron una importante actuación en el
desarrollo de los más antiguos centros culturales de América del Sur, como las
Universidades de Lima y de Córdoba.
Características de las Misiones Jesuíticas
Las Misiones Jesuíticas se establecieron en la zona de la
colonización española en la
Gobernación del Río de la Plata con la finalidad conjunta de civilizar a
los indígenas bajo la autoridad española; y simultáneamente ejercer actos de
efectiva ocupación de los territorios que estaban en una zona en la cual no se
delimitaban claramente las jurisdicciones de la colonización española y
portuguesa. Fueron poblaciones integradas exclusivamente por indígenas, aunque
dirigidas por monjes jesuitas a los que se asignaba función sacerdotal,
instaladas en territorios expresamente asignados para tal fin, comprendidos en la Provincia Jesuita
del Paraguay, creada en 1604.
Existieron dos grandes grupos de Misiones, las Misiones
Orientales que estaban ubicadas en los territorios a este del río Uruguay, al
norte del Río Ibicuy, y a ambos lados de la actual frontera entre el Uruguay y
el Brasil; y las Misiones Occidentales, situadas en actual territorio argentino
de la mesopotamia de los ríos Paraná y Paraguay, en el territorio de la actual
Provincia de Misiones, que son las únicas de las que se han conservado restos
de sus edificaciones, y que son visitadas como lugar de interés turístico.
La primera de las Misiones fue establecida en 1624, dirigida
por el Padre Guzmán quien logró fundar en territorio del actual Departamento de
Soriano, ubicado al sur del Río Negro, la Misión de Santo Domingo de Soriano, cuyos pobladores
fueron indios chanás.
Los padres jesuitas llegaron a establecer muchas otras
Misiones sobre las costas orientales del Río Uruguay, abarcando territorio de
los actuales Departamentos de Artigas y Rivera, como del sur del actual Estado
brasileño de Río Grande del Sur; entre ellas las poblaciones de San Borja, San
Ángel, San Juan, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo y San Miguel, que
alcanzaron en su conjunto una población superior a las 30.000 personas.
En 1604 se creó la llamada Provincia Jesuítica del Paraguay,
que abarcaba los territorios habitados por indios guaraníes, compuesta por
grandes extensiones de tierras llamadas “estancias” y dentro de cuyo territorio
los jesuitas instalaron un total de 30 misiones; de las cuales siete estuvieron
situadas al este del Río Uruguay, y fueron denominadas “Los siete pueblos de
las Misiones”, integrados por San Borja, de 1682; San Nicolás, de 1687; San
Miguel, de 1687; San Luis, de 1687; San Lorenzo, de 1690; San Juan, de 1697 y
San Ángel, de 1706.
Las misiones orientales estaban en el territorio actual del
Estado de Río Grande del Sur, un territorio que integraba la indefinida
frontera entre las zonas de influencia de los españoles y los portugueses; y en
el cual incursionaban alternativamente. Comenzaron a establecerse para detener
la expasión portuguesa, a partir de una primer reducción de San Nicolás fundada
en 1626 por el jesuita Roque González, aunque fue abandonada en 1637.
Luego, en 1632, el jesuita Cristóbal de Mendoza fundó la
misión de San Miguel de Arcángel, en las costas del Río Ibicuys; una misión que
alcanzó su mejor época en las primeras cinco décadas del siglo XVIII, habiendo
llegado a tener una población de alrededor de 6.000 habitantes, pero luego
entró en sostenida decadencia. Actualmente, sus ruinas han sido restauradas y —
conjuntamente con los de la
Misión de San Ignacio Miní, en Argentina y los de las
Misiones de Trinidad y de Jesús en Paraguay — constituyen los únicos restos de
las Misiones Jesuíticas.
La
Provincia Jesuítica del Paraguay era regida por un Padre
Provincial, que era designado y dependía directamente del General de la Compañía de Jesús, con
sede en Roma. El conjunto de las Misiones tenía un Padre Superior; y en cada
una de las Misiones existían uno o más Padres, que cumplían diversas funciones,
la principal de las cuales era atender a la evangelización y otros aspectos
religiosos, tales como las actividades propias del culto.
También llamadas reducciones, las Misiones estaban
organizadas en una estructura de cargos públicos similar a la de las ciudades
españolas. En cada una de ellas existía un Jefe superior, alcaldes y regidores
que integraban el Cabildo; cargos que eran todos ellos ejercidos por indios
(generalmente los caciques); aunque no poseían iniciativa propia y tenían
solamente la función de ejecutar las directivas de los sacerdotes que dirigían
la misión.
Atendiendo a su objetivo de civilizar a los indígenas, los
jesuitas lograron insertarse en su estructura social; logrando primeramente su
sedentarización mediante el establecimiento de los poblados que constituyeron
las Misiones. Los guaraníes se encontraban en estado tribal; componiéndose sus
colectividades por conjuntos de familias poligámicas que contaban con dos
autoridades, los caciques y los chamanes. Vivían en un estado sumamente
primitivo, practicaban la antropofagia, y ejecutaban ceremonias funerarias de
tipo pagano.
Los caciques eran principalmente jefes guerreros cuya
autoridad se centraba fundamentalmente en los aspectos materiales de la vida
del grupo; en tanto que los chamanes, también llamados payes tenían un
ascendiente de carácter religioso, entre lo cual se incluía — como en muchos
otros pueblos primitivos — intervenir frente a las enfermedades. Por lo tanto
los jesuitas, en cuanto tenían como objetivo la conversión religiosa de los
indios, que implicaba quitar su influencia a los chamanes, se apoyaron en la
rivalidad de ellos con los caciques. Obteniendo la conversión religiosa de los
caciques se propiciaba la del resto de la tribu; y para los caciques, ello
significaba imponer su autoridad por sobre la de los chamanes.
De la Misión
de San Ignacio Miní Los jesuitas fueron transformando gradualmente las
costumbres de los indígenas; atendiendo primariamente a aquellos aspectos más
contrarios a los principios de la religión católica, como la antropofagia y la
poligamia. Orientaron la organización familiar de la tribu guaraní en base a la
monogamia; para lo cual construyeron en sus Misiones un tipo de habitaciones
que se conocen como “tiras”; por cuanto las unidades de habitación eran
contiguas, pero en cada una habitaba solamente una familia, destinando la
primera a la familia del cacique.
En otros aspectos, no modificaron mayormente las estructuras
culturales y sociales; manteniendo el idioma indígena que los jesuitas
aprendieron. Las comunidades que formaban las misiones tenían una estructura
económica primitiva, prácticamente eran economías de subsistencia; así que
pudieron mantener sus características conforme a las cuales el concepto de la
propiedad quedaba limitado a los utensilios personales. El proceso educativo de
los indígenas en cuanto a la dedicación organizada al trabajo productivo de
tipo agrícola y ganadero, resultaba compatible con la disponibilidad en común
de los bienes de consumo y de uso, que concordaba además con las prácticas
usuales en las comunidades de las órdenes religiosas cristianas.
Por otra parte, si bien algunos misioneros jesuitas eran
expertos en la asistencia de las enfermedades — como el padre Zsigmond
Asperger, a quien por su origen se conoció como “el médico húngaro”, ya que se
hizo misionero jesuita luego de culminar sus estudios de Medicina; de todos
modos la Medicina
se encontraba todavía en condiciones precarias desde el punto de vista de su
desarrollo científico, por lo cual no solamente continuaron aplicando en gran
medida las prácticas curativas mediante el empleo de hierbas, sino que a partir
de ello lograron conocer las propiedades efectivamente terapéuticas que muchas
de ellas poseen.
De tal modo, los jesuitas pudieron realizar, a lo largo del
siglo en que aproximadamente cumplieron su labor en las Misiones, un proceso de
civilización de los indígenas que no violentó sus hábitos culturales, sino que
los adaptó a sus objetivos civilizadores y religiosos; permitiéndoles progresar
en numerosos aspectos, como los relativos a la construcción de poblaciones y
las técnicas del cultivo y de la cría de ganado.
La guerra guaranítica
En los orígenes de la guerra guaranítica se encuentra el
Tratado de Tordesillas y sus secuelas; integradas no solamente por las
actividades de los portugueses en el propio territorio americano con la
finalidad de expandir en lo posible su jurisdicción más allá de lo que pudieran
ser los imprecisos límites fijados por ese Tratado, sino también por una
persistente y muy hábil actividad diplomática.
Cronológicamente, la pugna entre españoles y portugueses por
ejercer actos de ocupación y posesión sobre los territorios pasibles de
disputas de jurisdicción se manifestó inicialmente a principios del siglo XVII
con el establecimiento de la Provincia Jesuita del Paraguay y el desarrollo de
las Misiones, especialmente en la zona al oriente del Río Uruguay. Una parte de
las funciones que cumplían las Misiones era de carácter militar, como guardia
fronteriza de defensa frente a las incursiones de los portugueses; y con tal
fin, los indígenas guaraníes fueron organizados y entrenados por los jesuitas,
como tropas militares.
Pero en 1680 los portugueses se presentaron en el Río de la Plata, fundando la Colonia del Sacramento;
con lo cual apuntaban a reclamar jurisdicción sobre todo el territorio de la
que después fue llamada la
Banda Oriental. Buena parte de la fuerza militar empleada por
el Gobernador de Buenos Aires para llevar a cabo la primera expulsión de los
portugueses de la Colonia,
estuvo compuesta por soldados guaraníes provenientes de las Misiones.
La diplomacia portuguesa obtuvo su primer logro al año
siguiente, al conseguir que el Rey Carlos II de España aceptara devolver la Colonia del Sacramento a
Portugal; hasta que en 1705 el Virrey del Perú — bajo cuya jurisdicción se
encontraba los españoles de Buenos Aires — ordenó la recuperación de la Colonia, que tuvo lugar
luego de un sitio de más de seis meses.
No obstante, la diplomacia portuguesa volvió a recuperar en la Colonia mediante el
Tratado de Utrech en 1715 con que se selló la paz de la Guerra de Sucesión entre
España y Portugal; y la convirtieron en el centro del comercio irregular con
Buenos Aires y las demás colonias españolas y de la explotación de los ganados
que libremente se multiplicaban en las praderas del este del río Uruguay.
En 1723 y 1724, se repitieron las acciones de portugueses y
españoles para marcar sus pretensiones territoriales en la Banda Oriental,
cuando ante el intento portugués de instalarse en la bahía de Montevideo, el
Gobernador Zabala de Buenos Aires fundó la plaza fuerte de Montevideo.
El casamiento de Fernando VI, Rey de España, con la hija del
Rey Juan V de Portugal, la
Infanta María de Braganza, trajo aparejado un período de
excelentes relaciones diplomáticas entre ambos países. De todos modos, la
presencia portuguesa en Colonia era muy molesta para la Corona española;
especialmente porque luego de la guerra entre España e Inglaterra de 1739 a
1748, se temía que la expansión de los intereses comerciales ingleses en el Río
de la Plata
condujera a que utilizaran la
Colonia del Sacramento como una base militar; aprensiones que
luego se vieron confirmadas con las invasiones inglesas.
Consecuencia de todo ello fue que Portugal — cuyo Rey había
obtenido de los propios jesuitas, nueva información geográfica sobre los
territorios comprendidos entre el Río Uruguay y la costa atlántica y del Río de
la Plata —
iniciara negociaciones diplomáticas con España; que culminaron con el llamado
Tratado de Permuta, firmado en Madrid el 13 de enero de 1750. Por este Tratado,
cuyo objetivo era sustituir al Tratado de Tordesillas, reajustando los límites
entre las jurisdicciones española y portuguesa en la zona, España aceptó la
jurisdicción de Portugal sobre los territorios que había ocupado al oeste de la
línea de Tordesillas, y Portugal renunció definitivamente a la Colonia del Sacramento.
Pero el Tratado de Madrid de 1750 fue ampliamente favorable
a los intereses portugueses; en lo cual se asigna importancia a la influencia
de la Pricesa
de Braganza sobre su esposo el Rey Fernando VI. Los territorios situados al
oeste de la línea de Tordesillas, sobre los que España renunciaba en favor de
Portugal, comprendían unos 500.000 kms. cuadrados; e incluían todas las
estancias de las Misiones Jesuitas y sus siete pueblos del este del Río
Uruguay. El nuevo límite entre las posesiones de España y Portugal, quedaba
fijado por los ríos Ibicuy y Uruguay hasta el río Pepirí Guazú, y por las
cumbres de las sierras.
El nuevo Tratado de Límites entre España y Portugal resultó
totalmente sorpresivo para las autoridades coloniales del Río de la Plata; tanto el Gobernador
de Buenos Aires como el Virrey de Lima y, por supuesto, el Padre Provincial,
que era la máxima autoridad de la Provincia Jesuita del Paraguay. Las primeras
noticias del Tratado se conocieron en setiembre de 1750, y en abril de 1751
llegó a Buenos Aires la comunicación oficial a las autoridades coloniales; así
como una del General de la
Compañía de Jesús que ordenaba a los jesuitas de las Misiones
la entrega de los siete pueblos a los portugueses.
Eso significaba que debían abandonarse las reducciones de
Apóstoles, Concepción, La Cruz,
Santo Tomé y Yapeyú, con una población de 30.000 indígenas, y sus estancias que
contenían la mayor población ganadera e importantes cultivos de yerba mate. La
tarea de dar cumplimiento al Tratado de Permuta fue encomendada por el Padre
Provincial Isidoro Barreda al jesuita Bernardo Nusdorffer; quien durante los
meses de marzo y abril de 1752 recorrió las Misiones, informando a los padres y
a los caciques de las reducciones, que deberían abandonar esas tierras en el
plazo de un año, a cambio de lo cual recibirían una menguada indemnización;
pues de no hacerlo qudarían bajo el dominio de Portugal.
La reacción de los caciques fue absolutamente negativa,
rehusando tanto abandonar los pueblos, como someterse al dominio portugués. En
una comunicación que los caciques dirigieron al Gobernador de Buenos Aires,
invocaron sus servicios militares a España, y especialmente sus luchas contra
los portugueses en Colonia del Sacramento; así como las enseñanzas que se les
había impartido en cuanto a su enemistad con los portugueses, incluso mediante
cartas enviadas por el propio Rey Fernando VI.
Por su parte, los jesuitas instaron a los indios de las
reducciones a dar cumplimiento a la orden real; e incluso se dio comienzo al
traslado hacia otros lugares de asentamiento al oeste del Río Uruguay; pero
buena parte de los primeros indios que se trasladaban, huyeron. Los jesuitas
informaron a las autoridades de la
Orden de la situación y solicitaron se les otorgara mayor
plazo; pero se encontraron con la oposición del General de la Compañía, que residía en
Roma, el cual consideró que los Padres misioneros, apoyando a los caciques
guaraníes, desobedecían sus órdenes, y los amenazó con ser expulsados de la Compañía de Jesús y ser
excomulgados.
Ello dio lugar a que entre los propios jesuitas surgiera una
situación de enfrentamiento; en la cual el Padre Provincial y el Superior de
las Misiones se encontraban ante las exigencias de un Padre Comisario venido de
Roma por expresas indicaciones del General de la Compañía de Jesús por una
parte, y por la otra la actitud de los padres misioneros que, percibiendo la
firme resistencia de los indios de las misiones a entregarlas a sus permanentes
enemigos los portugueses, se inclinaban a apoyarlos.
Los guaraníes de las Misiones orientales ya se habían
enfrentado antes con las tropas portuguesas de los bandeirantes; especie de
milicia a la vez dedicada al saqueo los ganados. Luego de que en 163l habían
debido abandonar a los bandeirantes la llamada región del Guayrá, y en 1638
habían tenido que hacer lo mismo en la denominada región del Tape; las tropas
guaraníes habían logrado retornar a esos territorios luego de vencer a los
bandeirantes en una batalla de Mbororé, con lo que volvieron a fundar las
Misiones orientales. Estos indígenas consideraban que esos territorios situados
al oriente del río Uruguay les pertenecían en forma originaria.
Para sorpresa de los propios jesuitas, los caciques
guaraníes de las reducciones se dispusieron a resistir la expulsión o el
dominio portugués de sus territorios, por medio de las armas. La guerra
guaranítica se desarrolló entre los años 1754 y 1756. Los indígenas debieron
combatir contra los ejércitos de Portugal y de España; y finalmente fueron
vencidos.
Una consecuencia de la guerra fue que la Corona española decidiera
expulsar a los jesuitas de sus colonias del Río de la Plata; lo que fue resuelto
por una orden real de 1767. Los jesuitas fueron embarcados como prisioneros
hacia España, en un viaje que tuvo 100 días de duración, y llegaron al puerto
de Cádiz en pésimas condiciones, para allí ser encarcelados. Varios de ellos,
que eran de nacionalidad austro-húngara, fueron liberados por mediación de la Emperatriz María Teresa,
radicándose en Hungría.
Luego de la guerra, las poblaciones de las Misiones pasaron
a ser dirigidas por funcionarios dependientes de la Gobernación de Buenos
Aires; pero entraron en el estancamiento y la declinación. En 1761, el Rey
Carlos III de España anuló el Tratado de Permuta; con lo cual la Colonia del Sacramento
volvió al poder de los portugueses y el Gobernador de Buenos Aires, Pedro de
Cevallos, permitió que los jesuitas y unos 1.500 indios volvieran al territorio
de las Misiones, retornadas al dominio español.
Las Misiones Orientales tuvieron incidencia en el período de
la
Independencia. Durante un breve tiempo, desde noviembre de
1811 hasta mediados de 1812, el teritorio de las Misiones, por entonces llamado
Departamento de Yapeyú, fue encomendado al mando del entonces Cnel. José
Gervasio Artigas; habiendo recibido el cometido principal de organizar una
milicia para combatir las constantes acciones de los portugueses. También fue
en las Misiones donde Fructuoso Rivera logró un importante triunfo en la
batalla de Misiones, que determinó el retiro de los brasileños del territorio
de
la Banda Oriental.
1979 el Prepósito General en la Colonia Toba Bme de las Casas