orden de los caballros de
su santidad el papa
"san Ignacio de loyola"
Los jesuítas tienen una linda pero trágica historia en común con
el pueblo guaraní. La conquista del lado suratlántico de América, de la región
del Río de la Plata ,
fue una empresa lenta que se enfrentó a indígenas medianamente belicosos pero
que se intentó innumerables veces más por una falta de organización en las
empresas (demasiado individuales y fantasiosas) que por una resistencia
poderosa de los pueblos indios; de hecho no se tuvo que enfrentar a ninguna
civilización organizada sino a relativamente pacíficos guaraníes diseminados en todo el norte de la Argentina , el sur de
Brasil, incluyendo al Paraguay y al Uruguay; los
guaraníes eran la población más numerosa de toda América del Sur a la llegada de los españoles (eran
más numerosos que el pueblo inca), pero estaba tan poco civilizada y preparada
para las guerras que los españoles una vez organizados la colonizaron muy
rápidamente. Juan de Garay fundó Buenos Aires y Juan de Ayolas, Asunción.
Remontar y colonizar el Río de la
Plata hasta sus orígenes les tomó más de cien años, en una
tarea iniciada por Pedro de Mendoza.
Los guaraníes no tenían entre ellos ni costumbres, ni tradiciones,
ni religión comunes, pero sí en cambio, el fuerte nexo del lenguaje y del tipo
racial: más bien bajo, bien proporcionado, de ojos achinados y piel “morena
pálida”. Poseían una agricultura rudimentaria, viviendo sobretodo de la caza y
la pesca, en chozas, aunque muy amantes de los desplazamientos. El padre tenía
derecho de vida y de muerte sobre la mujer y los hijos, al igual que el cacique
de cada tribu, con poderes absolutos, hasta que algún otro lo desplazara.
Tenían una religión sin altares, ni culto, ni ofrendas: la clase sacerdotal no
existía, tampoco tenían guías espirituales ni médicos. La única curación conocida
era la de chupar la herida simuladamente. Los guaraníes eran bastante
pacíficos: sólo en caso de necesidad extrema tomaban las armas contra los
vecinos, no eran antropófagos bélicos, pero si comían (de vez en cuando) carne
cruda. Dos características más: tienen una lengua armoniosa, y adoraban a las
aves. Por todo esto se los calificó tiempo atrás como los "buenos
salvajes" de Sudamérica, "les bons sauvages".
Los jesuitas fueron llegando al atravesar la cordillera,
instalándose primero en Salta y luego en el Río de la Plata , pero sobretodo en el
Paraguay, donde se hallaba reunida la mayor concentración de guaraníes y con
quienes mantuvieron una larga y muy bella amistad, quizás por alguna afinidad
común. Establecieron misiones, construyeron escuelas e iglesias, primero para
los hijos de los colonos y luego para los indígenas, que asistían con inusitado
entusiasmo. Con el pasar de los años los jesuitas se convirtieron en sus
defensores, reclamando públicamente el término de la esclavitud sobre los
indios y su libertad. Los jesuitas fueron entonces poco a poco rechazados por
la sociedad hispana pero lograron tener la venia del rey Felipe III, quien
acordó la libertad de los indios pero bajo el sometimiento a la confederación
jesuita; es decir, según el autor, por primera vez en la historia se contrató a
una institución privada (la
Compañía de Jesús) para que gobernara a un sector de la
población... pero confinada a vivir alejada de los centros urbanos.
Los Jesuitas partieron de la nada material (“con sólo sus cruces y
sus Biblias”, pero con saber práctico acumulado!) y pueblo por pueblo fueron
convenciendo a los guaraníes de sumarse a ellos y aceptar su protección
(avalada por el rey) frente a los colonos españoles. Así fue y en muy poco
tiempo habían logrado fundar varios pueblos, con plaza, calles cuadriculadas,
alcalde, etc. Por su parte los españoles tuvieron que aceptar, de no muy buena
gana, el gobierno de los jesuitas en las zonas interiores: tanto era el poder
de los jesuitas sobre los indios que les convenía tal asociación en vez de
probables enfrentamientos, debido sobretodo al gran número de indígenas.
Después de un gran auge fundador de pueblos (llamados comúnmente
“reducciones” por su alejamiento de los hispanos), los jesuitas ya habían
fundado varios de ellos en el sur del Brasil; en quince años habían logrado
organizar a los guaraníes; tres nombres: Cataldino y Maceta, los primeros
fundadores de reducciones, y Antonio Ruiz de Montoya, que fundó varias.
Pero en el Brasil tuvieron que enfrentarse a los belicosos
Paulistas, también llamados mamelucos, que muy industriosos, necesitaban de
mano de obra para sus minas y sus plantaciones de caña de azúcar; los mamelucos
llegaron a esclavizar según algunas fuentes, mediante el robo de indios como si
fuese ganado, a más de dos millones de guaraníes. Esto echó atrás evidentemente
a los jesuitas, que volvieron sobre sus pasos en grandes éxodos (cincuenta mil
personas) hacia tierras paraguayas, y decidieron después de tales problemas,
tratar de obtener el derecho de armarse. No podía existir república guaraní sin
ejército. Increíblemente, consiguieron armas, pólvora y permiso para armarse
por parte del rey Felipe IV. Y formaron ejércitos (muchos padres jesuitas eran
ex combatientes de las guerras de conquista o de guerras europeas), sin una
jerarquía visible, sin estrellas en las sotanas, para decirlo de alguna manera.
A mediados del s. XVII, la confederación de pueblos guaraníes
ocupa un territorio del tamaño de Francia y cuenta con unos 150000 habitantes,
agregados en treinta reducciones. Los guaraníes fueron educados en todos los
ámbitos menos el comercial: tuvieron instrucción armada (mediante un servicio
militar y un permanente adiestramiento sostenido por los juegos y las
competencias), aprendieron de textiles, construcción, artesanía, minería, e
incluso artes: música, escultura, pintura, eran muy hábiles con las manos y
esto los jesuitas lo comprendieron bien y supieron aprovecharlo para el
beneficio de todos. Los indígenas en general quedaban maravillados con la
música: hay una historia muy interesante de un misionero que llegaba hasta los
indios de la selva con tan sólo un violín melodiosamente usado.
Los guaraníes se determinaban a sí mismos, mediante elección de
alcaldes y concejales, pero siempre bajo la mirada vigilante de los jesuitas
(que por lo demás tenían derecho absoluto sobre las listas de candidatos). Es
decir, les enseñaron también a gobernarse. Cada reducción tenía independencia
suficiente pero tenía que obedecer a ciertas leyes generales de la confederación
(en materia de defensa nacional, justicia, legislación y comercio exterior).
También les enseñaron y hasta los obligaron a trabajar, porque al parecer eran,
como todos los primitivos, bastante perezosos: seis horas de trabajo diario
para la comunidad eran obligatorios, con descansos jueves y domingo, con lo
cual obtenían todo: hogar, alimento, educación, salud y despreocupación por la
vejez.
La monogamia les fue impuesta, los guaraníes solían tener muchos
hijos y la vida del hogar les bastaba para ser felices. En las reducciones no
existía la propiedad privada, todo era de todos y se almacenaba en bodegas.
Pronto empezaron a tener excedentes de producción y por lo tanto a exportar sus
productos: telas, alfarería, pieles, tabaco y sobretodo hierba mate. Los
beneficios económicos del tal comercio se empleaban en adquirir maquinaria,
libros, instrumentos, etc... traídos del extranjero y mantenidos como propiedad
común: en tales condiciones florecieron también las artes musicales y
plásticas.
Las finanzas también eran fiscalizadas por integrantes guaraníes;
y sin embargo no corría la moneda entre los guaraníes, el concepto de ahorro en
moneda ni en bienes no existía, ningún particular era dueño de su casa ni de la
tierra (eso les habría parecido vergonzoso); la única propiedad eran las aves,
sobretodo las gallinas. La vida en las reducciones jesuitas era disciplinada:
hombres y mujeres no debían mezclarse jamás, habían vigilantes para velar por
el cumplimiento y la eficacia del trabajo, las campanas de las iglesias
imponían las horas de levantarse y acostarse, y sobretodo: el alcohol se había
reemplazado por el mate!
A los infractores (generalmente por incontinencia y embriaguez) se
los azotaba a latigazos en la plaza pública después de haberlos conducido a la
iglesia con tenida de penitente. No habían ni hombres ni familias
independientes; los únicos mimados eran los neófitos, especie de buen alumno
elegido entre los que se habían portado muy bien y se habían ganado la
confianza de los curas... obteniendo así algún puesto de celador (vigilante) o
algún buen empleo. Los jesuitas fomentaban la predilección, y escogían
rápidamente neófitos al fundar reducciones.
Con seis horas de trabajo diarias sobraba mucho tiempo para las
diversiones: los deportes y las competencias tenían muy buena acogida (aunque
parece que exclusivamente masculino), siendo además una preparación para la
guerra; pero por otra parte el teatro tenía la misma buena acogida, y era
representado exclusivamente por mujeres; el teatro, más que una trama definida,
era una sucesión de imágenes piadosas que maravillaba a los guaraníes. También
se celebraban varias fiestas y danzas, pero siempre con la debida separación de
sexos.
El “tratado de límites” firmado entre españoles y portugueses
trató de obligar a jesuitas y guaraníes de ceder siete reducciones en la
frontera norte. Pese a que las órdenes estaban confirmadas por el papa y el
jefe máximo en Roma de los propios jesuitas, guaraníes y jesuitas primero
pidieron una extensión del plazo y luego rechazaron la orden. Se produjo una
guerra que duró tres años y finalmente terminó con la capitulación de los
guaraníes que habían luchado con gallardía poniendo en práctica los ejercicios
de guerra aprendidos con los jesuitas; entre éstos últimos hubo algunos que
lucharon junto a ellos y otros que decidieron retirarse de todas las
reducciones, sin apoyar por eso las órdenes de Roma.
El colapso final del sistema socialista jesuita guaraní, que tenía
maravillados a muchos pensadores europeos (Montesquieu, Bouffon, Voltaire),
llegó con la expulsión de los jesuitas de España y de todas sus colonias en
1767 por Carlos III. En cuatro meses todos los jesuitas de América del Sur
habían sido expulsados, salvo los de la república guaraní! En Buenos Aires
prefirieron, con respeto ante sus fuerzas, tratar de conversar con los
dirigentes indígenas; los invitaron, los agasajaron y les prometieron
liberarlos de la “esclavitud” de los jesuitas y ser ciudadanos españoles.
Volvieron a sus tierras convencidos. Los propios jesuitas no protestaron y se
marcharon sin pelear.
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