lunes, 15 de septiembre de 2014

Conocimientos ancestrales de montaña: volver la mirada a la sabiduría que emana de las alturas.



orden de los caballeros de 
su santidad el papa 
"san ignacio de loyola" 

priorato general del perú




Vivir entre los habitantes de los pueblos de montaña debe significar adentrarse a un universo maravilloso cargado de enigmas y costumbres milenarias donde lo real muchas veces se confunde con lo imaginario para dejarse así llevar a un tiempo desconocido. Un modelo alejado de la visión occidental depredadora en relación a los recursos naturales, en base a la orientación holística de sus prácticas y conocimientos sobre el agua, la tierra y los bosques, garantizando la vigencia de sus culturas para lograr un bienestar sostenible en el tiempo. Por Óscar Guerrero Bojorquez*



El Himalaya, los Alpes, Andes, Apeninos, Pirineos y otros sistemas montañosos albergan pueblos que hasta el día de hoy conservan sus conocimientos ancestrales, los mismos que se rigen por una forma de vida que sabe cuidar y renovar los abundantes recursos que nos brinda la naturaleza.
Tratándose del hábitat de aproximadamente 850 millones de personas y cubriendo cerca del 25 por ciento de la superficie terrestre, las montañas constituyen verdaderas fábricas de bienes y servicios necesarios para toda la población mundial. A escala planetaria, el mayor valor de las montañas puede consistir en ser fuentes de todos los grandes ríos del mundo y de muchos menores.
Cómo no valorar los páramos andinos y sus diversas técnicas de conservación de productos agrícolas en alturas por encima de los 3 mil m.s.n.m; el sistema de Nawa en Nepal en virtud del cual se consigue gestionar los recursos naturales de manera eficaz cultivando productos y practicando el pastoreo en base a conocimientos ancestrales; o el papel dominante de la mujer en las zonas montañosas de la India en lo que atañe a la protección y conservación de los recursos naturales, la producción agrícola y en el sostenimiento de las familias.
Ahora que se está ”ad portas” de un evento tan importante como la conferencia de las partes sobre el cambio climático (COP 20 de Lima), trae a colación los eventuales aportes que puedan presentar los representantes de grupos humanos afincados en hábitats de vida que encierran tantos misterios y al mismo tiempo poseen infinidad de conocimientos tradicionales. 


Si bien los delegados oficiales al evento no necesariamente han sido instruidos para afirmar políticas que promuevan los saberes de montaña, es primordial llegar a una convergencia al respecto.


Pero nuevamente intereses ocultos de los poderes fácticos mueven sus fichas para que estos conocimientos no se tomen en cuenta en las estrategias de adaptación e intervención al fenómeno del cambio climático.
Las políticas públicas de los estados han menospreciado sistemáticamente la utilidad de muchas prácticas y saberes de los pueblos de montaña en la idea de que se debe priorizar la masificación del conocimiento occidental por sobre todas las cosas. 


En oposición a la función tan vital que desempeñan para el equilibrio de la vida, muchas comunidades radicadas en regiones montañosas se han visto perjudicadas en sus derechos más elementales, afrontando una sobrecogedora situación de desamparo que incluye la degradación de sus tierras, el no reconocimiento de sus propiedades por parte de los estados y graves impactos ocasionados por el cambio climático.

Con el afán de encontrar espacios comunes que puedan redundar en políticas coordinadas entre países para potenciar el área de los conocimientos milenarios, surgió la 


Red Internacional de Pueblos Indígenas de Montaña.


Esta organización agrupa a 100 pueblos indígenas y agricultores tradicionales de 25 comunidades en 10 países, entre los que se encuentran los Monpas y Uraps de Bután; los Naxi y Zhuang de China; los Kumaon, Lepcha, Limbooy Sartang de la India; los Batken, Kochkor, y Kopro-Bazar de Kyrgyzstan; las comunidades quechuas del Parque de la Papa del Perú, entre otros. 

Esta red pretende articular un conjunto de iniciativas con el fin de mitigar los efectos negativos del cambio climático y presionar ante los gobiernos para un mayor reconocimiento de su única sabiduría.

De acuerdo a las expectativas de los campesinos, ”el desarrollo de estas iniciativas permitirá que sus comunidades tengan acceso a nuevas variedades de semillas más resistentes a plagas y sequías; los ayudará a aumentar su diversidad de cultivos y reducirá su dependencia de las grandes corporaciones poseedoras de semillas”(1).
Estudios científicos en paralelo sobre las montañas realizados allá por el año 1930 en Francia, Alemania y la Unión Soviética reconocieron cada vez más las relaciones de los ecosistemas montañosos entre sí, así como de sus habitantes.
La evolución del proceso de concientización se manifestó por primera vez de manera coordinada en 1973, cuando se aprobó el Proyecto 6 de la UNESCO sobre el Hombre y la Biosfera (MAB-6) relativo al Impacto de las actividades humanas sobre los ecosistemas de montaña y de tundra.
MAB-6 fue el primer programa internacional interdisciplinario de investigación sobre regiones montañosas, con proyectos en los Andes, el Himalaya, muchos países alpinos y los Pirineos españoles. El programa reconocía las interacciones de todos los aspectos de los ecosistemas montañosos y de los valores esenciales de las montañas a escala mundial.
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD) de 1992 se logró por primera vez incluir el capítulo 13 alusivo a las montañas en el proyecto de documento final en la cuarta reunión de la Comisión Preparatoria. La inclusión de este capítulo colocaba a las montañas al mismo nivel de preocupación en problemáticas como el cambio climático, la deforestación tropical, la desertificación,entre otras cuestiones relevantes.
La filosofía de vida de los pueblos de montaña estructura un modelo alejado de la visión occidental depredadora en relación a los recursos naturales. Esta gente entiende que el mejor tributo que les pueden rendir a sus antepasados es continuar con la orientación holística de sus prácticas y conocimientos sobre el agua, la tierra y los bosques para garantizar la vigencia de sus culturas y lograr así un bienestar sostenible en el tiempo.
Por consiguiente y como se contempla en una publicación de las Naciones Unidas ”las comunidades indígenas de las montañas están conectadas con la tierra de modos que a menudo solo se pueden expresar en términos espirituales. El respeto de esta visión del mundo y la conservación de los lenguajes, la música, la artesanía, los cuentos populares y los mitos que la expresan es fundamental para la supervivencia de las comunidades indígenas de zonas montañosas”(2).
En los Andes, donde se cultivó la papa o patata por primera vez, los agricultores nativos continúan cultivando unas 2 000 variedades de patatas indígenas. En las montañas de Nepal los agricultores tradicionales cultivan unas 2 000 variedades de arroz. Siendo ambos productos de consumo masivo es lógico esperar que los Estados, en este caso de Perú y Nepal, financien el sostenimiento de estas prácticas agrícolas de forma ininterrumpida.
Uno de los lugares donde primero se puso en práctica el proyecto relativo a los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) fueron los Andes en el Perú meridional, en una zona que incluye los paisajes circundantes a Machu Picchu y el lago Titicaca.


Por encima de los 4 000 metros, la tierra se emplea principalmente como pasto, pero también se producen algunos cultivos de altitud elevada. Un ejemplo de los sistemas del patrimonio agrícola empleados en esta zona se sitúa en el altiplano, alrededor del lago Titicaca, donde los agricultores cavan zanjas alrededor de sus campos. Durante el día el sol templa estas zanjas llenas de agua y cuando las temperaturas caen durante la noche, el agua desprende vapor templado que protege a la patata y otros cultivos nativos, como la quinua, ante la helada.
Los sistemas alimentarios indígenas de las montañas se encuentran amenazados puesto que se les estigmatiza como los alimentos de los pobrea, lo cual conlleva a su abandono en favor de alimentos modernos que son más cómodos de cocinar pero que, a menudo, contienen grandes cantidades de azúcar y grasas.
Otro de los proyectos importantes orientados a conservar los conocimientos tradicionales de los pueblos de montaña es el «Alpes Walser» del pueblo del mismo nombre. Este grupo étnico oriundo de Austria, emigró hace siglos a varios valles alpinos de Francia, Liechtenstein e Italia. La preservación de las tradiciones Walser también se consideró un modo de proteger los conocimientos sobre la gestión sostenible de los entornos de montaña, a la vez de fomentar el turismo sostenible.
A grandes rasgos los agricultores indígenas de las montañas han diseñado sus sistemas agrícolas para proteger el suelo de la erosión, conservar los recursos hídricos y reducir las posibilidades de que ocurran catástrofes ocasionadas por riesgos naturales.


En síntesis, los gobiernos tienen la obligación de atender las demandas de los pueblos de montaña y defender sus derechos en el marco de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas aprobada el 2007 por la Asamblea General de la ONU.

Aunque la publicidad estatal y las campañas de marketing raras veces centran su atención en la divulgación de las enseñanzas y prácticas tradicionales de los pueblos de montaña es imperativo arribar a un consenso internacional hacia la inclusión de los sistemas agrícolas y las dietas de las comunidades indígenas de las montañas en la lista del patrimonio cultural intangible de la UNESCO.
A la par, se debería propiciar la participación activa de las comunidades indígenas de las montañas en los esfuerzos nacionales e internacionales para entender el cambio climático y adaptarse a él en las zonas de montaña.
Fr Carlos Gustavo Lavado Roqué en el Machu Picchu

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