orden de los caballeros de
su santidad el papa
"san ignacio de loyola"
priorato general del perú
El Himalaya,
los Alpes, Andes, Apeninos, Pirineos y otros sistemas montañosos albergan
pueblos que hasta el día de hoy conservan sus conocimientos ancestrales, los
mismos que se rigen por una forma de vida que sabe cuidar y renovar los
abundantes recursos que nos brinda la naturaleza.
Tratándose
del hábitat de aproximadamente 850 millones de personas y cubriendo cerca del
25 por ciento de la superficie terrestre, las montañas constituyen verdaderas
fábricas de bienes y servicios necesarios para toda la población mundial. A escala planetaria,
el mayor valor de las montañas puede consistir en ser fuentes de todos los
grandes ríos del mundo y de muchos menores.
Cómo no
valorar los páramos andinos y sus diversas técnicas de conservación de
productos agrícolas en alturas por encima de los 3 mil m.s.n.m; el sistema de
Nawa en Nepal en virtud del cual se consigue gestionar los recursos naturales
de manera eficaz cultivando productos y practicando el pastoreo en base a
conocimientos ancestrales; o el papel dominante de la mujer en
las zonas montañosas de la India en lo que atañe a la
protección y conservación de los recursos naturales, la producción agrícola y
en el sostenimiento de las familias.
Ahora que
se está ”ad portas” de un evento tan
importante como la conferencia de las partes sobre el cambio
climático (COP 20 de Lima), trae a colación los eventuales aportes que puedan
presentar los representantes de grupos humanos afincados en hábitats de vida
que encierran tantos misterios y al mismo tiempo poseen infinidad de
conocimientos tradicionales.
Si bien los delegados oficiales al evento no necesariamente han sido instruidos
para afirmar políticas que promuevan los saberes de montaña, es primordial
llegar a una convergencia al respecto.
Pero
nuevamente intereses ocultos de los poderes fácticos mueven sus fichas para que
estos conocimientos no se tomen en cuenta en las estrategias de adaptación e
intervención al fenómeno del cambio climático.
Las políticas
públicas de los estados han menospreciado sistemáticamente la utilidad de
muchas prácticas y saberes de los pueblos de montaña en la idea de que se
debe priorizar la masificación del conocimiento occidental por sobre todas las
cosas.
En oposición a la función tan vital que desempeñan para el equilibrio de la
vida, muchas comunidades radicadas en regiones
montañosas se han visto perjudicadas en sus derechos más elementales,
afrontando una sobrecogedora situación de desamparo que incluye la degradación
de sus tierras, el no reconocimiento de sus propiedades por parte de los
estados y graves impactos ocasionados por el cambio climático.
Con el
afán de encontrar espacios comunes que puedan redundar en políticas coordinadas
entre países para potenciar el área de los conocimientos milenarios, surgió la
Red
Internacional de Pueblos Indígenas de Montaña.
Esta organización agrupa a 100 pueblos indígenas y
agricultores tradicionales de 25 comunidades en 10 países, entre los que se
encuentran los Monpas y Uraps de Bután; los Naxi y
Zhuang de China; los Kumaon, Lepcha, Limbooy Sartang de la India ; los Batken, Kochkor,
y Kopro-Bazar de Kyrgyzstan; las comunidades quechuas del Parque de la Papa del Perú, entre otros.
Esta red pretende articular un conjunto de iniciativas con el fin de mitigar
los efectos negativos del cambio climático y presionar ante los gobiernos para
un mayor reconocimiento de su única sabiduría.
De
acuerdo a las expectativas de los campesinos, ”el
desarrollo de estas iniciativas permitirá que sus comunidades tengan acceso a
nuevas variedades de semillas más resistentes a plagas y sequías; los ayudará a
aumentar su diversidad de cultivos y reducirá su dependencia de las grandes
corporaciones poseedoras de semillas”(1).
Estudios
científicos en paralelo sobre las montañas realizados allá por el año 1930 en
Francia, Alemania y la
Unión Soviética reconocieron cada vez más las relaciones de
los ecosistemas montañosos entre sí, así como de sus habitantes.
La
evolución del proceso de concientización se manifestó por primera vez de manera
coordinada en 1973, cuando se aprobó el Proyecto 6 de la UNESCO sobre el Hombre y la Biosfera (MAB-6) relativo
al Impacto de las actividades humanas sobre los
ecosistemas de montaña y de tundra.
MAB-6 fue
el primer programa internacional interdisciplinario de investigación sobre
regiones montañosas, con proyectos en los Andes, el Himalaya, muchos países
alpinos y los Pirineos españoles. El programa reconocía las interacciones de
todos los aspectos de los ecosistemas montañosos y de los valores esenciales de
las montañas a escala mundial.
En la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD) de 1992 se
logró por primera vez incluir el capítulo 13 alusivo a las montañas en el
proyecto de documento final en la cuarta reunión de la Comisión Preparatoria.
La inclusión de este capítulo colocaba a las montañas al
mismo nivel de preocupación en problemáticas como el cambio climático, la
deforestación tropical, la desertificación,entre otras cuestiones relevantes.
La
filosofía de vida de los pueblos de montaña estructura un modelo
alejado de la visión occidental depredadora en relación a los recursos
naturales. Esta gente entiende que el mejor tributo que les pueden rendir a
sus antepasados es continuar con la orientación
holística de sus prácticas y conocimientos sobre el agua, la tierra y los
bosques para garantizar la vigencia de sus culturas y lograr así un bienestar
sostenible en el tiempo.
Por
consiguiente y como se contempla en una publicación de las Naciones Unidas ”las
comunidades indígenas de las montañas están conectadas con la tierra de modos
que a menudo solo se pueden expresar en términos espirituales. El respeto de
esta visión del mundo y la conservación de los lenguajes, la música, la
artesanía, los cuentos populares y los mitos que la expresan es fundamental
para la supervivencia de las comunidades indígenas de zonas montañosas”(2).
En los Andes, donde se cultivó la papa
o patata por primera vez, los agricultores nativos continúan cultivando
unas 2 000 variedades de patatas indígenas. En las montañas
de Nepal los agricultores tradicionales cultivan unas 2 000 variedades de arroz. Siendo ambos productos
de consumo masivo es lógico esperar que los Estados, en este caso de Perú y
Nepal, financien el sostenimiento de estas prácticas agrícolas de forma
ininterrumpida.
Uno de los lugares donde primero se puso en práctica el proyecto
relativo a los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM)
fueron los Andes en el Perú meridional, en una zona que incluye los paisajes
circundantes a Machu Picchu y el lago Titicaca.
Por
encima de los 4 000 metros, la tierra se emplea principalmente como pasto, pero
también se producen algunos cultivos de altitud elevada. Un ejemplo de los
sistemas del patrimonio agrícola empleados en esta zona se sitúa en el altiplano,
alrededor del lago Titicaca, donde los agricultores cavan zanjas alrededor
de sus campos. Durante el día el sol templa estas zanjas llenas de agua y
cuando las temperaturas caen durante la noche, el agua desprende vapor templado
que protege a la patata y otros cultivos nativos, como la quinua, ante la
helada.
Los
sistemas alimentarios indígenas de las montañas se encuentran amenazados puesto
que se les estigmatiza como los alimentos de los pobrea, lo cual conlleva a
su abandono en favor de alimentos modernos que son más cómodos de cocinar pero
que, a menudo, contienen grandes cantidades de azúcar y grasas.
Otro de
los proyectos importantes orientados a conservar los conocimientos
tradicionales de los pueblos de montaña es el «Alpes Walser» del pueblo del
mismo nombre. Este grupo étnico oriundo de Austria, emigró hace siglos a varios
valles alpinos de Francia, Liechtenstein e Italia. La preservación de las
tradiciones Walser también se consideró un modo de proteger los conocimientos
sobre la gestión sostenible de los entornos de montaña, a la vez de fomentar el
turismo sostenible.
A grandes
rasgos los agricultores indígenas de las montañas han diseñado sus sistemas
agrícolas para proteger el suelo de la erosión, conservar los recursos hídricos
y reducir las posibilidades de que ocurran catástrofes ocasionadas por riesgos
naturales.
En síntesis, los gobiernos tienen la obligación de
atender las demandas de los pueblos de montaña y defender sus derechos en el marco de la Declaración de las
Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas aprobada el 2007
por la Asamblea General
de la ONU.
Aunque la
publicidad estatal y las campañas de marketing raras veces centran su atención
en la divulgación de las enseñanzas y prácticas tradicionales de los pueblos de
montaña es imperativo arribar a un consenso
internacional hacia la inclusión de los sistemas agrícolas y las dietas de las
comunidades indígenas de las montañas en la lista del patrimonio cultural
intangible de la UNESCO.
A la par,
se debería propiciar la participación activa de las
comunidades indígenas de las montañas en los esfuerzos nacionales e
internacionales para entender el cambio climático y adaptarse a él en las zonas
de montaña.
Fr Carlos Gustavo Lavado Roqué en el Machu Picchu
Sobre el Autor: Óscar Guerrero Bojorquez es magíster en Periodismo y
especialista en Problemática Internacional.
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