lunes, 15 de septiembre de 2014

Palabra de la CPAL: Sobre mi experiencia de trabajo con jóvenes.




oRDEN DE LOS CABALLEROS DE 
SU SANTIDAD EL PAPA 
"SAN IGNACIO DE LOYOLA"

REPÚBLICA DE CHILE







No quisiera en estas líneas compartir una reflexión muy sesuda o académica, sino solo escribir desde lo que me tocó ver en los 3 años y medio en que trabajé como Capellán de Un Techo para mi País (hoy TECHO, www.techo.org). Esta ONG trabaja con las familias de los asentamientos más precarios de Latinoamérica, mediante el compromiso y trabajo de jóvenes voluntarios. Hoy cuenta con más de 60 oficinas en 19 países de Latinoamérica, apoyada desde sus inicios por la Compañía de Jesús en Chile y crecientemente por Jesuitas en distintos países.

Desde esa experiencia, quisiera reflexionar sobre los jóvenes con los que me tocó compartir en Latinoamérica. Una vez al año visitaba todos los países y más de una ciudad en cada país, viéndolos organizar el trabajo, desplazarse a los asentamientos, entrar en contacto con las familias más vulnerables, trabajar duro construyendo viviendas de emergencia, llevar mesas de trabajo con las comunidades, implementar asistencia educativa, jurídica, financiera y sanitaria, enfrentarse a autoridades, buscar los recursos necesarios, inventar cada año una campaña más creativa para darse a conocer, meterse en las universidades para captar nuevos voluntarios, etc, etc.

Trabajar con ellos me ayudó a percibir qué era lo que los hacía entusiasmarse y comprometerse, trabajar duro y contagiar a otros. Aquí van algunas ideas que quisiera compartir.

1. Sentido de misión.
Un primer punto fundamental, es la invitación a algo grande. En cada joven existe el anhelo por un mundo mejor. Esto que puede parecer tan cliché, es la pura verdad. No pareciera que así fuera. Tendemos a pensar que los jóvenes están preocupados de ellos mismos, de cosas más superficiales, inmediatas, menos trascendentes. Pero eso cambia si se lo invita a algo grande. Pero tiene que ser grande. Si no, no entusiasma.

2. El sueño hecho realidad.
El sueño, la misión, debe aterrizarse. El sueño no tiene por qué confundirse con una utopía. Si solo queda en una invitación irrealizable, demasiado abstracta, entonces no engancha el compromiso de los jóvenes. Una de las gracias más grandes del Techo era que se invitaba a derrotar la pobreza en cada país, en toda Latinoamérica, y ese sueño grande se hacía carne cuando se construía una vivienda de emergencia para una familia concreta, con rostro y nombre concreto, que pasaba de condiciones menos humanas a condiciones más humanas.

3. Trabajo duro.
Aunque parezca lo contrario, el joven está dispuesto a trabajar duro. Es más, a veces sin decirlo, lo que espera es ser exigido, desafiado, que su esfuerzo sea real, útil, que se “sude la gota gorda”. Por eso el cansancio físico siempre fue importante en la convocatoria de los jóvenes y en cautivar su compromiso. Mientras más cansados, más enlodados, más sucios por haber trabajado duro por una familia que logró recibir su vivienda, mayor la gratificación, mayores los recuerdos, mayor el sentido, porque más se ha salido de uno mismo por los demás.

4. Donde nadie más podía ir.
En mi última experiencia grande con el Techo, acompañé a más de 1300 jóvenes voluntarios chilenos que fueron al encuentro de voluntarios paraguayos para construir viviendas para las familias guaraníes más pobres de dos departamentos en ese país. Visité los 16 poblados donde se organizaban los voluntarios. Recuerdo en especial uno de ellos. Me tardé casi dos horas en llegar, conduciendo el carro por un camino imposible. Cuando les pregunté por qué habían decidido trabajar en un lugar que hacía tan difícil la logística del trabajo, me respondieron: “porque tenemos la certeza que aquí nadie más va a llegar”.

5. Apostar en grande.
Muy en relación con los grandes sueños e invitaciones, con llegar donde nadie más esté dispuesto a llegar, lo que desafía a los jóvenes es apostar en grande, poner metas altas que parezcan imposibles. Eso despierta la creatividad, la inventiva, la capacidad de enfrentar desafíos con recursos muy limitados. Esta lógica desafía la racionalidad tan enseñada por y aprendida de los adultos: primero se tiende a calcular los recursos financieros y humanos con los que se cuenta, y luego se planifica respecto de lo que parece posible. Pero la juventud no es el tiempo para ser conservador. Ya habrá largos años de adultez para calcular con mayor prudencia. Este es el tiempo para fijar primero la meta grande y ambiciosa, y luego poner todo de nosotros para alcanzarla. Como decía Chesterton, “Los organismos vigorosos no hablan de sus procesos sino de sus metas. No puede haber mejor prueba de la eficacia física de un hombre que cuando habla alegremente de un viaje al fin del mundo”.

6. No planear tanto; dejarle espacio al caos.
Para que lo anterior sea realidad, hay que estar dispuesto a intentar y equivocarse. Trabajar con jóvenes es aceptar cierto amauterismo e improvisación, lo que no significa aceptar la mediocridad. Pero hay que darle espacio a cierto caos, a probar, al riesgo de intentar lo nuevo. Si no, mejor no trabajemos con jóvenes. Si ya nosotros sabemos todas las respuestas, entonces no esperemos cautivar los corazones de quienes quieren poner su creatividad en acción.

7. Exigir el magis.
El trabajo debe ser de excelencia, porque el sentido último es que se está trabajando por algo sagrado, por las vidas de la gente más necesitada, que no pueden acceder a muchas cosas de calidad en la vida porque no tienen los recursos económicos para adquirirlos. En esa dignidad reside la seriedad del trabajo. Por eso, no puede haber espacio para la mediocridad, para el trabajo hecho a medias. Un voluntario una vez me confidenció que la mayor experiencia formativa de su paso por el Techo, fue en sus primeros trabajos de construcción. Luego de dos días de trabajo intenso, habían logrado levantar la vivienda. Estaban terminando de poner las últimas láminas del zinc en el techo de la casa, cuando llegó el  voluntario supervisor, miró la casa, notó un desnivel menor en el piso de la casa, y mandó desarmarla y comenzar todo de nuevo. El mensaje fue claro y no se olvidó jamás.

8. Que ellos asuman responsabilidades.
Confiar en los jóvenes se prueba en la medida que confiemos en ellos responsabilidades reales. A veces los invitamos a una proyecto interesante y desafiante, pero seguimos manteniendo “el sartén por el mango”, tomando las decisiones relevantes nosotros. Eso no sirve. Obviamente que ciertas decisiones deben ser tomadas en conjunto, pero uno tiene que ser el defensa del equipo, para que los jóvenes sean la delantera que convierta los goles. De las cosas que más agradecieron las personas que trabajaron como profesionales y voluntarios en el Techo es que se haya confiado responsabilidades en ellos, que jamás nadie iba a confiarles a esa edad en sus vidas.

Muchas cosas más se podrían decir y escribir. Solo apuntar un elemento más. Lo más consolador de mi tiempo trabajando con jóvenes, fue comprobar en todos los países que visité que el deseo de un mundo mejor, de sociedades más justas, de relaciones más horizontales, de culturas menos segregadoras está en los corazones de los jóvenes. Y que para eso, el encuentro con la realidad de la marginación, con familias con nombres y apellido que trabajan duro a pesar de todo, es clave. E invitarlos a apostar la vida por algo que ellos, y solo ellos, tendrán la capacidad de soñar posible y la energía para hacerlo realidad.

P. Cristián del Campo S.J.

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