La Orden de los Caballeros de Su Santidad el Papa "San Ignacio de Loyola", es jesuita laica, bajo la Bendición del General de la Compañía de Jesús, Padre Adolfo Nicolás, Coadjutores Jesuitas Temporales en la obra de Dios y de la "Societas Jesu" en la misión de Cristo, en obras inspiradas en el desarrollo, la justicia social, los derechos humanos de los pueblos el cuidado del medio ambiente y en la espiritualidad ignaciana, sean o no sus dignatarios de la Compañía de Jesús) click..
Quiénes somos
Los Caballeros de la Orden , soldados de Dios, somos jesuitas laicos, hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios. Herederos de Misioneros y educadores, viajeros y descubridores, cartógrafos y geógrafos, hombres de teología y espada, de ciencia y espiritualidad, conspiradores políticos o pacificadores, los jesuitas han sido, desde la fundación de la Compañía de Jesús una de las órdenes religiosas más importantes y controvertidas de la cristiandad; efectivamente, un grupo muy influyente a nivel mundial.
(dijo Lord Maculay)
Bandera de las Américas, adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional Americana de
Montevideo el 13 de diciembre de 1933
Se dedicaba a los gastos de la guerra contra los infieles
Opera "San
Ignacio de Loyola" (ca.1755) de Domenico Zipoli (1688-1726), Martin Schmid
(1694-1772) e Indios Chiquitanos.
Descubierta a comienzos de la última década del siglo XX, de la ópera de San
Ignacio se encontraron dos copias: una en los archivos de Chiquitos (Santa Ana,
Chiquitos-Bolivia), y otra en la
Misión de San Ignacio en la provincia de Moxos (Bolivia). La
partitura fue restaurada y transcrita por el musicólogo Bernardo Illari.
La ópera de San Ignacio de Loyola es una de las tres obras dramáticas que se
conservan en los archivos de las antiguas misiones jesuíticas de América.
Compuesta entre 1717 y 1726, su creación se atribuye al jesuita toscano
Domenico Zipoli (Prato, 1688-Córdoba, 1726), conjuntamente con el también jesuita
suizo Martin Schmid (Baar, 1694-Lucerna, 1772) e indios chiquitanos.
Con texto castellano, de autor desconocido, posee un libreto pedagógicamente
eficaz. Los personajes principales son San Ignacio de Loyola, San Francisco
Javier y el demonio, quien a pesar de su dudosa seducción (su aspecto es
magnífico en su simplicidad y sensualidad), no consigue desviar a los dos
santos de su sagrado deber, la evangelización.
Señala el musicólogo Piotr Nawrot que el drama evangelizador, u ópera, como se
denominaba a todas las obras escénicas que se ejecutaban en las misiones fue
muy popular en la vida de las reducciones jesuíticas y resultó un aporte único
al repertorio americano de la ópera en tiempos de la colonia.
Las óperas se representaban en los momentos más significativos del año
litúrgico o en ocasión de acontecimientos de importancia política. Su puesta en
escena tenía lugar hacia el anochecer, en la plaza mayor, junto al pórtico de la Iglesia o al castillo del
estandarte real.
Los actores eran los indios mismos y, a menudo, se insertaban elementos del mundo indígena: vestuarios ricos y coloristas adecuados al papel representado, escenografía típica de la zona con arcos de flores y plantas selváticas, frutas tropicales, pájaros de gran colorido y animales salvajes.
Esto era inaudito para la época, pero los Jesuitas adelantados a su tiempo integrando a los indígenas y su cultura dentro de las obras musicales, lograron calar y llevar a Dios al corazón de aquellas gentes.
Los actores eran los indios mismos y, a menudo, se insertaban elementos del mundo indígena: vestuarios ricos y coloristas adecuados al papel representado, escenografía típica de la zona con arcos de flores y plantas selváticas, frutas tropicales, pájaros de gran colorido y animales salvajes.
Esto era inaudito para la época, pero los Jesuitas adelantados a su tiempo integrando a los indígenas y su cultura dentro de las obras musicales, lograron calar y llevar a Dios al corazón de aquellas gentes.
Domenico Zipoli (1688-1726), fue contemporáneo de Bach, Haendel y de Domenico
Scarlatti, difícilmente pueda ser confrontado con ninguno de sus coetáneos.
No hay casos iguales en la historia de la música, donde un solicitado músico profesional (Zipoli) renuncia a un seguro camino de éxitos, para ocuparse de la salvación de las almas de los indígenas.
El vuelco que dio a su vida al misionar a la provincia jesuítica del Paraguay modificó substancialmente su lenguaje y estética. Las potencialidades que había demostrado al publicar su primera obra, las Sonate d´intavolatura per organo e cimbalo (Roma, 1716), parecieran haberse reducido en gran medida.
El proyecto de vida de músico profesional al que se consagró hasta ese momento cambió radicalmente en 1716. Un buen día decidió abandonarlo todo y sumarse a la gesta jesuítica evangelizadora americana.
Para la historia de la música, durante más de dos siglos Zipoli el europeo desapareció inmediatamente después de publicar sus Sonate.
El otro Zipoli, el americano, volvió a manifestarse en 1933 en los estudios del jesuita Guillermo Furlong primero y del musicólogo uruguayo Lauro Ayertarán hacia 1940. Fue sin embargo otro uruguayo, Francisco Curt Lange, quien sentó las bases del redescubrimiento del músico italo-argentino.
En la época que Zipoli vivía en Roma era largamente comentado el esplendor artístico y las nuevas formas de convivencia social y comunitaria en las reducciones de los Guaraníes, los Tupí, Chiquitos y Moxos en la provincia jesuítica del Paraguay: Dadme una orquesta y convertiré toda Sudamérica, fue su consigna.
No hay casos iguales en la historia de la música, donde un solicitado músico profesional (Zipoli) renuncia a un seguro camino de éxitos, para ocuparse de la salvación de las almas de los indígenas.
El vuelco que dio a su vida al misionar a la provincia jesuítica del Paraguay modificó substancialmente su lenguaje y estética. Las potencialidades que había demostrado al publicar su primera obra, las Sonate d´intavolatura per organo e cimbalo (Roma, 1716), parecieran haberse reducido en gran medida.
El proyecto de vida de músico profesional al que se consagró hasta ese momento cambió radicalmente en 1716. Un buen día decidió abandonarlo todo y sumarse a la gesta jesuítica evangelizadora americana.
Para la historia de la música, durante más de dos siglos Zipoli el europeo desapareció inmediatamente después de publicar sus Sonate.
El otro Zipoli, el americano, volvió a manifestarse en 1933 en los estudios del jesuita Guillermo Furlong primero y del musicólogo uruguayo Lauro Ayertarán hacia 1940. Fue sin embargo otro uruguayo, Francisco Curt Lange, quien sentó las bases del redescubrimiento del músico italo-argentino.
En la época que Zipoli vivía en Roma era largamente comentado el esplendor artístico y las nuevas formas de convivencia social y comunitaria en las reducciones de los Guaraníes, los Tupí, Chiquitos y Moxos en la provincia jesuítica del Paraguay: Dadme una orquesta y convertiré toda Sudamérica, fue su consigna.
Obra extraída del álbum: THE JESUIT OPERAS, Operas by Kapsberger & Zipoli.
Interpretan: Randall Wong (San Ignacio), Pamela Murray (Mensajero 1 y Relator),
Steven Rickards (San Francisco Javier y Mensajero 2), John Elwes (El
Demonio-Luzbel), Ensemble Abendmusik.
Dirige: James David Christie.
Dorian Recordings.
Música Virreinal, Música Colonial
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