La Orden de los Caballeros de Su Santidad el Papa "San Ignacio de Loyola", es jesuita laica, bajo la Bendición del General de la Compañía de Jesús, Padre Adolfo Nicolás, Coadjutores Jesuitas Temporales en la obra de Dios y de la "Societas Jesu" en la misión de Cristo, en obras inspiradas en el desarrollo, la justicia social, los derechos humanos de los pueblos el cuidado del medio ambiente y en la espiritualidad ignaciana, sean o no sus dignatarios de la Compañía de Jesús) click..
Quiénes somos
Los Caballeros de la Orden , soldados de Dios, somos jesuitas laicos, hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios. Herederos de Misioneros y educadores, viajeros y descubridores, cartógrafos y geógrafos, hombres de teología y espada, de ciencia y espiritualidad, conspiradores políticos o pacificadores, los jesuitas han sido, desde la fundación de la Compañía de Jesús una de las órdenes religiosas más importantes y controvertidas de la cristiandad; efectivamente, un grupo muy influyente a nivel mundial.
(dijo Lord Maculay)
Bandera de las Américas, adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional Americana de
Montevideo el 13 de diciembre de 1933
Lima, 15 de julio de 2014
El decreto cuarto ha cambiado el rostro de la Compañía , los temas y el
espíritu con que lo vivimos nos llevó a nuevas presencias, otras modalidades de
misión y servicio; todo ello cambió, incluso, la manera en que los jesuitas
somos reconocidos en casi toda América Latina. Los jesuitas del Perú
diversificamos nuestras presencias y nos acercamos a muchos más mundos
populares –nuevas comunidades y obras en zonas alejadas de los centros urbanos
o de poder–. Incorporamos nuevos temas a nuestras reflexiones de siempre: educadores
como siempre, ahora también educadores populares; formando líderes para el
desarrollo, entonces también para nuevas formas de gestión económica –como
cooperativas, comunidades campesinas o pequeñas empresas–. Nuestra reflexión
teológica profundizó en la perspectiva del pobre y dialogó mucho más con la
antropología y otras ciencias sociales. Nos comprometimos directamente con las
organizaciones populares –campesinas, barriales, obreras– y sus luchas por
justicia y dignidad. Nuestras casas de formación se insertaron en la vida de la
gente; las experiencias y contenidos de ella también se enriquecieron en la
perspectiva de una Compañía más presente en la vida de la comunidad y
preocupada por la “promoción cristiana de una justicia integral”.
Hoy reconocemos agradecidos todo lo que el Señor nos regaló
durante estos años y que sigue hoy definiendo nuestra vida. Ello no nos impide
reconocer que, en estas décadas de renovación apostólica, también pudimos
cometer errores. En la pasión por la justicia del Reino y la transformación de
estructuras pudimos descuidar la compasión cercana. La inserción en el mundo de
los pobres no eliminó el riesgo de paternalismos u otras formas aparentes de
justicia. Hemos visto que en la urgencia de las luchas cotidianas podemos descuidar
nuestra referencia permanente al Señor. No todo ha sido ganancia y alegría y,
ya en la joven madurez del decreto cuarto, podemos reconocerlo con serenidad.
En todas las Provincias de América Latina se cuentan historias apasionadas de “aquellos años”: de las nuevas iniciativas en la formación, de presencias arriesgadas en nuevos territorios de misión, de situaciones de denuncia profética –que nuestros mártires nos recuerdan–, de modos novedosos de ejercicio del ministerio. Las primeras décadas fueron tiempos intensos de cambio que requirieron de un gran dinamismo espiritual y audacia apostólica. También fue tiempo de fuertes controversias, de conflictos entre hermanos.
Hoy parece que ha concluido ese tiempo de pasiones desbordadas e
iniciativas arriesgadas. Hoy consolidamos lo existente, atendiendo sobre todo
la amplitud, profundidad y sostenibilidad de las iniciativas de misión, antes
que plantear nuevas audacias. Aún más en estos tiempos de restructuración
apostólica en que los jesuitas somos cada vez menos.
El espíritu de madurez –los 40 años de camino– han hecho por otro lado posible que el binomio 22 Secretariado parala
Justicia Social y la Ecología Fe-Justicia
sea lugar de reflexión serena en toda la Compañía y en todo sector apostólico. “El servicio
de la fe del que la promoción de la justicia es una exigencia absoluta” es una
institución ya incuestionable en todo lo que hacemos: en nuestros colegios,
parroquias, la pastoral con jóvenes, las universidades, etc. En todas nuestras
obras hay iniciativas inspiradas por la letra y el espíritu del decreto cuarto.
Todo ello nos permite convocar a muchos otros en la transformación del mundo.
El espíritu de madurez –los 40 años de camino– han hecho por otro lado posible que el binomio 22 Secretariado para
En este tiempo de madurez puede aparecer, sin embargo, un nuevo
riesgo: el de convertir lo conseguido en un nuevo orden, que se aprende y
comunica, pero que no necesariamente compromete el sentir profundo del
discípulo. El binomio Fe-Justicia no tiene futuro sin pasión por la vida y
amistad –compasión– con los pobres de Jesucristo, sin capacidad de indignación
y denuncia de lo injusto, sin audacia para pensar la esperanza. La (com)
pasión, indignación y audacia –formas del celo que nos devora por la casa del
Padre– no son dimensiones accesorias o transitorias de este binomio, sino parte
del dinamismo evangélico que le originó y le dio vida hasta hoy. Por eso el
decreto la define como “una opción que llevamos en el corazón”.
El encuentro entre la
Fe y la
Justicia no es sólo una formulación programática que orienta
modos de trabajo o reflexión, sino sobre todo una verdad vital –una opción del
corazón– que se experimenta y se hace revelación en la oración. El encuentro
entre la Fe y la Justicia se da en la vida
o no se da –por eso cada reformulación de nuestra misión, en clave de Fe y
Justicia, precisa mencionar situaciones nuevas que desafían el presente–. Es de
la experiencia –de injusticia que lacera el alma, de amistad y compasión con
quien sufre, de situaciones imposibles de transformación del mundo– que brota
el dinamismo del decreto.
El decreto no puede dejar de comprometer el sentir profundo
porque nos coloca en un lugar que, inevitable y lamentablemente, es lugar de
conflicto y controversia. El encuentro entre la Fe y la Justicia nos coloca ante la crítica a
“estructuras injustas no tolerables”. Esta crítica requiere siempre lucidez,
reflexión profunda y permanente sentido autocrítico; sin embargo sobre todo
requiere para ser evangélica partir de la vida de las personas, sin descuidar
el amor, estando dispuestos al perdón; y manteniendo viva la capacidad de
indignación para denunciar y hacer frente a situaciones “no tolerables” de
maltrato a las personas.
En relación con nuestra vida como jesuitas el decreto recuerda
que la conversión es permanente. Esta misión supone virtud y adhesión personal
porque es una opción que llevar en el corazón. Un peligro de la
“institucionalización” del decreto es creer que ya estamos en él y descuidar la
revisión de nuestra propia manera de vivir y proceder –de nuestra cercanía con
los más pobres, de la indignación ante el sufrimiento, de la audacia para
ofrecer alternativas con nuestra propia vida–.
En esta conversión permanente el diálogo y debate entre nosotros
–y con otros– es fundamental. En la búsqueda de la justicia del Reino la
diferencia es parte del camino y nos ayuda a avanzar, las perspectivas son
múltiples y es por tanto posible la controversia. La diferencia no tiene que
significar enfrentamiento o distancia –decía Alberto Flores Galindo, gran
pensador peruano, que discrepar es una manera de aproximarnos–. El debate
apasionado nos ayuda a mantener el espíritu del binomio Fe-Justicia vivo entre
nosotros. El fin de los debates con frecuencia expresa el dominio –silencioso–
de una visión sobre otras. El consenso permanente puede dar la apariencia que
no hay nada más que hablar.
El debilitamiento del “sector social” ante el fortalecimiento
del binomio Fe-Justicia como “dimensión” presente en todos nuestros
ministerios, es otro desafío de estos tiempos. Los provinciales experimentamos
permanentemente esta tensión. Las presencias testimoniales y las acciones
directas en fronteras de justicia no son fáciles de sostener ante los
requerimientos Promotio Iustitiae, n° 115, 2014/2 23 de instituciones
tradicionales de gran alcance, que además incorporan la dimensión social como
parte de ellas. Sin embargo, necesitamos mantener las presencias y obras del
“sector” aunque no parezcan tener éxito, aunque no sean muchos los que puedan
ir a ellas, aunque los recursos sean escasos y nos parezcan arriesgadas sus
propuestas o apasionadas sus exigencias a la sociedad, la Iglesia y la Compañía misma; las
necesitamos porque ellas expresan con evidencia cotidiana la pasión,
indignación y audacia que habita toda nuestra misión y la enriquecen. La
“dimensión” sin el “sector” puede ir perdiendo poco a poco dinamismo interno y
credibilidad para otros.
La formación de los jóvenes jesuitas en el espíritu del decreto
es otro desafío para hoy. Los jóvenes ingresan a una Compañía de Jesús en la
que el decreto no es ya novedad ni contracultura. Los jóvenes jesuitas, formados
en el espíritu crítico de la filosofía y las humanidades, se plantearán
preguntas al respecto y deberán encontrar modos propios de dar cuenta de un
vínculo –Fe y Justicia– que para los mayores parece tan evidente e
incuestionable. Estos nuevos jesuitas, formados como sujetos autónomos en el
espíritu de los Ejercicios Espirituales, necesitarán refundar en sí mismos la
experiencia espiritual de la que brotó cada frase del decreto cuarto. Los
jóvenes jesuitas, formados en reconocer los signos del Reino en la vida –para
anunciar el Evangelio a mundos diversos–, beberán de la fuerza testimonial de
nuestra vivencia del binomio Fe-Justicia. Si este se hace discurso cerrado en
sí mismo, es posible que genere reacciones adversas o, peor aún, indiferencia,
suspensión de la interrogación y por tanto de referencia real con su vida.
Hoy, 40 años después, tenemos que seguir redescubriendo el
encuentro entre la Fe
y la Justicia ,
con sus nuevas formas y exigencias, desde el corazón de nuestra experiencia.
Ello precisa que nos mantengamos amigos cercanos de los pobres; que mantengamos
una palabra de interrogación e indignación ante situaciones de sufrimiento
injusto; que arriesguemos propuestas audaces que generen esperanza. También
precisa mantener el diálogo, sin temer la diferencia, entre nosotros; dejar que
los jóvenes reciban la revelación de este binomio evangélico, exponiéndose
ellos mismos en las fronteras de la injusticia; y aceptar que esta misión de
Dios es siempre actual y puede tomar formas nuevas cada vez: nuevos lugares de
misión, nuevos modos de servicio, nuevas modalidades institucionales.
Provincial de Perú
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