sábado, 12 de julio de 2014

Una historia de muerte y resurrección (2/3). Por José Manuel Arenas, SJ.




Quiénes somos 

Los Caballeros de la Orden, soldados de Dios, somos jesuitas laicos, somos hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios.

Orden Caballeros del Papa en América
Los Jesuitas conquistaron Sud América para la Iglesia de Roma 
(dijo Lord Maculay)

Bandera de las Américas, adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional Americana de
Montevideo el 13 de diciembre de 1933

Bula de la Santa Cruzada en América
Se dedicaba a los gastos de la guerra contra los infieles


Las disposiciones reales ordenaban que tras decretar la expulsión de los miembros de una comunidad, debían secuestrarse “todos los papeles de la casa tanto comunes como particulares”, así como “los dineros y las alhajas de la iglesia”. A los expulsos se les permitía llevar “su ropa, mudas usuales que acostumbran, sus cajas, pañuelos, tabaco, chocolate y utensilios de esta naturaleza, breviarios, diurnos y libros portátiles de oraciones para sus actos devotos” (Hanisch, p. 37). Se suponía, entonces, que la incautación de los bienes de la Orden redituaría bastante más de lo que se encontró tras la salida de los expulsos. De allí, entonces, que en los años de ausencia de los jesuitas surgieran leyendas en diversos lugares acerca de tesoros escondidos en túneles o depósitos que, hasta hoy, siguen sin encontrarse.

El estudio de valdés Bunster es muy acucioso respecto de la masa de los bienes de la antigua Compañía, y muestra que esos recursos se gastaban en financiar la actividad educativa. Eso significaba no sólo la manutención de estudiantes y maestros, sino también lo que hoy se llamarían recursos pedagógicos (libros, instrumentos musicales, lo necesario para presentaciones teatrales, etc.).

Actualmente, cuando nos preguntamos cómo puede financiarse la educación completa de una persona en Chile, tal vez habría que estudiar los datos de esos colegios y escuelas que intentaron, hasta hace tres siglos, dar educación gratuita a sus discípulos. De todas maneras, hay que reconocer que se trataba de un país mucho menor en población y con una economía semirrural, donde los educandos eran segregados antes de acercarse a la escuela.  De manera que no encontraríamos en la forma jesuita de administrar los bienes una receta para hoy. Aunque sí, tal vez, algunas pistas sobre las posibilidades de proporcionar gratuitamente una educación de buena calidad.

Quizás desde la expulsión de la Compañía se hizo más urgente esa tarea para el estado. Recordemos, en todo caso, que ya desde 1747 se había creado la Real Universidad de San Felipe, que  progresivamente  reemplazó a  la Universidad Pontificia Santo Tomás, de los Dominicos, que existía desde 1622, y al Colegio san Miguel, de los jesuitas, iniciado en 1594. La Historia del Convictorio Carolino, de don José Manuel Frontaura y Arana (1889), que puede leerse en la página www.memoriachilena.cl, ayuda a conocer cuál fue realmente la capacidad que tuvo el estado colonial para asumir la tarea educativa de la juventud.

No sólo para la educación se añoraba a los jesuitas en el Chile inmediatamente anterior a la república independiente. También muchas familias y personalidades eclesiásticas extrañaban su labor misionera. Incluso un grupo de clérigos cercano a don Rafael Valentín Valdivieso intentó formar una asociación de sacerdotes dedicados a predicar misiones y ejercicios espirituales.






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