Cad Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano. Instruido
en el Liceo MIlitar General Belgrano, luego de realizar un gran esfuerzo en el Curso
Preparatorio, pudo elegir el Arma de Caballería por el ORDEN DE MÉRITO obtenido. Promoción 103 “Tcnl D Horacio
Fernandez Cutielos - año 1969
Las armas tienen su color que las identifica. El de infantería es verde,
el de artillería rojo, el de
ingenieros negro, el de comunicaciones azul, el de intendencia marrón y el de
arsenales celeste, pero la caballería no puede tener un color normal, de esos
que la naturaleza dispuso graciosamente en el arco iris, porque hasta para eso
somos diferentes. Nuestro color es el “grancé”, color que surge de la mezcla de
la sangre con la tierra, y cuya denominación refiere al color rojo oscuro que
resulta de teñir los paños con la raíz de la rubia o granza. Y la granza es una
planta trepadora rubiácea que en mi vida vi. Complejo color, bien diferente del
resto. En cuanto a los símbolos, la infantería lleva dos fusiles cruzados, la
caballería dos lanzas, la artillería dos cañones, comunicaciones dos rayos,
ingenieros una torre, arsenales una granada, e intendencia un caduceo.
Una de las cosas más comunes en el instituto eran los duelos de canciones. Cada arma tenía su marcha y normalmente, cuando nos desplazábamos formados (así íbamos a todos lados, nada de ir caminando solos como personas normales) íbamos marchando y cantando. Entonces, cuando nos cruzábamos con una fracción de otra arma se armaban unos duelos increíbles en los que, más que cantar, nos desgañitábamos gritando, con la idea de tapar a los de enfrente. A veces hasta les hacíamos perder el paso. El estribillo de “Arriba jinetes”, que era nuestra canción, permitía hacer un paso muy lento y cadenciado, marcando fácilmente cada sílaba con un grito. ¡¡¡¡Aaaaa – laaaa - caargaaa, fue el gritooo - de gueeeerraaaa, queeeee en laaa Paaaatria vibraaaaante se oyóoooo. Aaaaa laaaaa caaaargaa, quee tiembleee la tieeeeerra, Aaaa veeeenceeer o aaaaa moriiiiiir, escuadróooooooon!!!! Todavía me emociono al recordarlo.
Esos duelos nos
encantaban, aunque no siempre terminaban bien, porque si a juicio del que
comandaba la formación no habíamos tapado a los de otras armas, entonces
salíamos a los “cuerpo a tierra”.
La “Canción del Colegio Militar” en cambio era común a todos y la cantábamos normalmente en las ceremonias internas y cuando salíamos franco. En una de las estrofas, nombra de a una a todas las armas, y cada subunidad, dependiendo del arma de que se tratara, gritaba fuerte el nombre de la suya cuando correspondía, lo cual viéndolo a la distancia parece bastante estúpido, pero en ese momento era divertido.
Los de caballería también éramos afortunados en el reparto de letra,
pues nos tocaba cerrar la estrofa y cantábamos todo un verso completo que nos
permitía gritar a las anchas “¡A la caaarga, jineeeetes, valoooor!”, mientras
que por ejemplo los ingenieros estaban en desventaja, pues ese era la única
palabra que gritaban, y encima el castellano la acentuó mal Debía ser una
palabra aguda
Para cantar
debía ser Ingenierós
Cada arma tenía un
adjetivo que calificaba a sus integrantes. Infantes, artilleros, ingenieros, y
comunicantes, pero los de caballería no teníamos ese “gentilicio”. Es curioso
que no haya un adjetivo para definirnos porque ciertamente ni “caballeros”, ni
“jinetes” se ajusta a lo que se quiere expresar, ya que ambas palabras tienen
connotaciones diferentes a ese mero significado. Nosotros somos “de
caballería”, y como solíamos decir no sin orgullo: “ni mejores, ni peores,
diferentes”.
De hecho, nos diferenciábamos
por nuestras bombachas de montar, los borceguíes largos y las espuelas que
usábamos cada vez que podíamos. En el uniforme de gala los infantes usaban
pantalones y los de la Agrupación Montada, botas, pero los de Caballería
llevábamos además la bandolera con canana en la espalda. Hasta caminábamos
distinto.
Como marca de esa
diferencia solíamos citar con orgullo la estrofa del “Libro del Orden de la
Caballería” de Raymundo Lullo que dice: “Se da caballo al caballero en
significación de la nobleza de su valor, para que cabalgue más alto que los
demás hombres, sea divisado desde lejos, y más cosas tenga debajo de sí, y para
que concurra antes que los demás hombres, allá donde lo requiera el honor de la
Caballería”.
Todas las armas
teníamos además una forma más generalizada y menos formal para designarnos. Los
infantes eran “verdes” por el color del arma; los artilleros eran “pomos”,
adjetivo que viene del parecido que tienen los cañoncitos del emblema del arma
con los envases de pasta dentífrica; los comunicantes eran “bichos”, no sé por
qué, supongo porque se caracterizaban por ser medio “nerds”; los ingenieros
eran “topos”, porque siempre andaban cavando pozos, armando obstáculos,
sembrando o desenterrando minas, o metidos con el agua hasta el cuello
construyendo puentes; y los de intendencia “porotos”, con el doble significado
de ser los que se encargaban de la comida “los porotos”, y también de las
finanzas, o sea que eran los encargados de llevar las cuentas y “contar los
porotos”.
A los de caballería
nos llaman “guasos”. El por qué es fácil de explicar, “guaso” significa
habitante del campo diestro en las tareas rurales y en montar a caballo. En
Chile, esa misma palabra, con parecido significado (habitante del campo,
gaucho), se escribe con h. Es evidente que una es deformación de la otra, y es
dable presumir que se escribe con h y el sonido la fue deformando hasta llegar
a g, pero sin embargo el diccionario de la Real academia la da con g. Otra
acepción de guaso se aplica a individuos de modales rudos, toscos, groseros,
con algunas particularidades tales como ser sucio y maloliente. Esto último
también tendría cierta lógica, porque después de varias jornadas de marchas
montadas es difícil diferenciar entre el olor de los jinetes y el de los caballos,
lo que le da bastante asidero a esa explicación.
Siguiendo con los
adjetivos propios de la milicia, a los oficiales, los llamábamos “ofiches”, y a
los suboficiales les decíamos “ganchos”, porque antiguamente su incorporación
al ejército se hacía por “enganche”. Los suboficiales nos llaman “bichos” a los
oficiales. Nadie me supo explicar por qué, así que yo presumo que debe ser una
derivación de “ofiche”, que con el tiempo habrá pasado a “fiche” y de ahí a
“bicho”.
Copiado del Cnl Jorge Tisi Baña Promoción 104