lunes, 24 de abril de 2023

Recuerdo de los años que fui Cadete del Colegio Militar de la Nación del arma de Caballería ¨Promoción 103" Tcnl D Horacio Fernández Cutielos años 1968/1969

 

 
Cad Carlos Gustavo Lavado Roqué Lascano. Instruido en el Liceo MIlitar General Belgrano,  luego de realizar un gran esfuerzo en el Curso Preparatorio, pudo elegir el Arma de Caballería por el ORDEN DE MÉRITO obtenido. Promoción 103 “Tcnl D Horacio Fernandez Cutielos - año 1969 


 

Las armas tienen su color que las identifica. El de infantería es verde, el de artillería rojo, el de ingenieros negro, el de comunicaciones azul, el de intendencia marrón y el de arsenales celeste, pero la caballería no puede tener un color normal, de esos que la naturaleza dispuso graciosamente en el arco iris, porque hasta para eso somos diferentes. Nuestro color es el “grancé”, color que surge de la mezcla de la sangre con la tierra, y cuya denominación refiere al color rojo oscuro que resulta de teñir los paños con la raíz de la rubia o granza. Y la granza es una planta trepadora rubiácea que en mi vida vi. Complejo color, bien diferente del resto. En cuanto a los símbolos, la infantería lleva dos fusiles cruzados, la caballería dos lanzas, la artillería dos cañones, comunicaciones dos rayos, ingenieros una torre, arsenales una granada, e intendencia un caduceo.

Una de las cosas más comunes en el instituto eran los duelos de canciones. Cada arma tenía su marcha y normalmente, cuando nos desplazábamos formados (así íbamos a todos lados, nada de ir caminando solos como personas normales) íbamos marchando y cantando. Entonces, cuando nos cruzábamos con una fracción de otra arma se armaban unos duelos increíbles en los que, más que cantar, nos desgañitábamos gritando, con la idea de tapar a los de enfrente. A veces hasta les hacíamos perder el paso. El estribillo de “Arriba jinetes”, que era nuestra canción, permitía hacer un paso muy lento y cadenciado, marcando fácilmente cada sílaba con un grito. ¡¡¡¡Aaaaa – laaaa - caargaaa, fue el gritooo - de gueeeerraaaa, queeeee en laaa Paaaatria vibraaaaante se oyóoooo. Aaaaa laaaaa caaaargaa, quee tiembleee la tieeeeerra, Aaaa veeeenceeer o aaaaa moriiiiiir, escuadróooooooon!!!! Todavía me emociono al recordarlo. 

Esos duelos nos encantaban, aunque no siempre terminaban bien, porque si a juicio del que comandaba la formación no habíamos tapado a los de otras armas, entonces salíamos a los “cuerpo a tierra”.

La “Canción del Colegio Militar” en cambio era común a todos y la cantábamos normalmente en las ceremonias internas y cuando salíamos franco. En una de las estrofas, nombra de a una a todas las armas, y cada subunidad, dependiendo del arma de que se tratara, gritaba fuerte el nombre de la suya cuando correspondía, lo cual viéndolo a la distancia parece bastante estúpido, pero en ese momento era divertido. 

Los de caballería también éramos afortunados en el reparto de letra, pues nos tocaba cerrar la estrofa y cantábamos todo un verso completo que nos permitía gritar a las anchas “¡A la caaarga, jineeeetes, valoooor!”, mientras que por ejemplo los ingenieros estaban en desventaja, pues ese era la única palabra que gritaban, y encima el castellano la acentuó mal Debía ser una palabra aguda

Para cantar debía ser Ingenierós

Cada arma tenía un adjetivo que calificaba a sus integrantes. Infantes, artilleros, ingenieros, y comunicantes, pero los de caballería no teníamos ese “gentilicio”. Es curioso que no haya un adjetivo para definirnos porque ciertamente ni “caballeros”, ni “jinetes” se ajusta a lo que se quiere expresar, ya que ambas palabras tienen connotaciones diferentes a ese mero significado. Nosotros somos “de caballería”, y como solíamos decir no sin orgullo: “ni mejores, ni peores, diferentes”.

De hecho, nos diferenciábamos por nuestras bombachas de montar, los borceguíes largos y las espuelas que usábamos cada vez que podíamos. En el uniforme de gala los infantes usaban pantalones y los de la Agrupación Montada, botas, pero los de Caballería llevábamos además la bandolera con canana en la espalda. Hasta caminábamos distinto.

Como marca de esa diferencia solíamos citar con orgullo la estrofa del “Libro del Orden de la Caballería” de Raymundo Lullo que dice: “Se da caballo al caballero en significación de la nobleza de su valor, para que cabalgue más alto que los demás hombres, sea divisado desde lejos, y más cosas tenga debajo de sí, y para que concurra antes que los demás hombres, allá donde lo requiera el honor de la Caballería”.

Todas las armas teníamos además una forma más generalizada y menos formal para designarnos. Los infantes eran “verdes” por el color del arma; los artilleros eran “pomos”, adjetivo que viene del parecido que tienen los cañoncitos del emblema del arma con los envases de pasta dentífrica; los comunicantes eran “bichos”, no sé por qué, supongo porque se caracterizaban por ser medio “nerds”; los ingenieros eran “topos”, porque siempre andaban cavando pozos, armando obstáculos, sembrando o desenterrando minas, o metidos con el agua hasta el cuello construyendo puentes; y los de intendencia “porotos”, con el doble significado de ser los que se encargaban de la comida “los porotos”, y también de las finanzas, o sea que eran los encargados de llevar las cuentas y “contar los porotos”.

A los de caballería nos llaman “guasos”. El por qué es fácil de explicar, “guaso” significa habitante del campo diestro en las tareas rurales y en montar a caballo. En Chile, esa misma palabra, con parecido significado (habitante del campo, gaucho), se escribe con h. Es evidente que una es deformación de la otra, y es dable presumir que se escribe con h y el sonido la fue deformando hasta llegar a g, pero sin embargo el diccionario de la Real academia la da con g. Otra acepción de guaso se aplica a individuos de modales rudos, toscos, groseros, con algunas particularidades tales como ser sucio y maloliente. Esto último también tendría cierta lógica, porque después de varias jornadas de marchas montadas es difícil diferenciar entre el olor de los jinetes y el de los caballos, lo que le da bastante asidero a esa explicación.

Siguiendo con los adjetivos propios de la milicia, a los oficiales, los llamábamos “ofiches”, y a los suboficiales les decíamos “ganchos”, porque antiguamente su incorporación al ejército se hacía por “enganche”. Los suboficiales nos llaman “bichos” a los oficiales. Nadie me supo explicar por qué, así que yo presumo que debe ser una derivación de “ofiche”, que con el tiempo habrá pasado a “fiche” y de ahí a “bicho”.

Copiado del Cnl Jorge Tisi Baña Promoción 104


 GENERAL SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE CABALLERÍA


San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que  el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo  Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.


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