ORDEN CABALLEROS DE
"SAN IGNACIO DE LOYOLA"
Conferencia de Coronel Juan Domingo Perón
Colegio Nacional de la Universidad de La Plata
“Señores:
Agradezco profundamente la cordial invitación que el doctor
Labougle ha tenido la amabilidad de formularme para inaugurar la Cátedra de Defensa
Nacional, ocupando esta alta tribuna de la Universidad.
Mi investidura de Ministro de Guerra me obliga a aceptar tan
insigne honor, anteponiéndome a otros camaradas de la Fuerzas Armadas ,
cuya versación sobre la materia tendréis oportunidad de apreciar, en las
próximas disertaciones.
Los amables conceptos sobre mi persona, vertidos por la
gentileza del doctor Labougle, que aprecio y agradezco, fuerza es confesarlo,
se fundan más que nada en su benevolencia proverbial.
Las Fuerzas Armadas, y dentro de ellas, los que nos hemos
dedicado a analizar, penetrar y captar el complejo problemas que constituye la
guerra, no hemos podido menos que regocijarnos con la resolución del Consejo
Superior de la Universidad
de La Plata ,
del 9 de septiembre de 1943, que dispuso crear la Cátedra de Defensa
Nacional, y ponerla en funcionamiento en el corriente año.
Esta medida que, sin temor a equivocarme, califico de
trascendental, hará que la pléyade de intelectuales que en esta casa se formen,
conozcan y se interesen por la solución de los variados y complejos aspectos
que configuran el problema de la defensa nacional de la Patria , y más tarde, cuando
por gravitación natural los más calificados entre ellos sean llamados a servir
sus destinos, si han seguido profundizando sus estudios, contemos con
verdaderos estadistas que puedan asegurar la grandeza a que nuestra Nación
tiene derecho.
Una vez más conviene repetir, el consejo sanmartiniano en su
proclama del 22 de julio de 1820 dirigido desde su Cuartel General en
Valparaíso, ‘a los habitantes de las Provincias del Río de la Plata ’:
‘En fin, a nombre de vuestros propios intereses, os ruego
que aprendáis a distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que
meditan vuestra ruina; no os expongáis a
que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos; la firmeza de las almas virtuosas no llega
hasta el extremo de sufrir que los malvados sean puestos a nivel con
ellas; y desgraciado el pueblo donde se
forma impunemente tan escandaloso paralelo’.
Palabras eternas las del Gran Capitán. Hoy, como entonces, nuestra amada Patria vive
horas de transformación y de prueba.
Asiste, además, a una verdadera lucha de generaciones, de la que debe
resultar un porvenir. Dios quiera sea luminoso y feliz.
El mundo ha de estructurarse sobre nuevas formas, con nuevo
contenido político, económico y social.
Grave es la responsabilidad de los maestros del presente. Incierto, el futuro de esta juventud, que ha
de hacerse cargo de ese porvenir, como conductora de un pueblo en marcha, que
tiene riqueza, pujanza y una tradición de gloria que defender.
He asistido en Europa a la crisis más extraordinaria que
haya presenciado la humanidad desde 1939 hasta 1941. En ella he podido apreciar en los hechos,
cuanto os diré seguidamente. Por eso,
antes que una exposición académica del tema, he preferido hacer una mención
realista del problema de la defensa nacional moderna, en su amplio contenido,
sus causas y sus consecuencias.
I – EL TEMA
El tema que me ha sido propuesto, “Significado de la defensa
nacional desde el punto de vista militar”, lo considero muy conveniente para
esta disertación, porque me permitirá analizar el cuadro de conjunto del
problema de la defensa nacional, dejando para más tarde el estudio detallado de
sus aspectos parciales.
Las dos palabras, Defensa Nacional, pueden hacer pensar a algunos
espíritus que se trata de un problema cuyo planteo y solución interesan e
incumben únicamente a las fuerzas armadas de una nación. La realidad es bien distinta. En su solución entran en juego todos sus
habitantes; todas las energías, todas
las riquezas, todas las industrias y producciones más diversas; todos los medios de transporte y vías de
comunicación, etc., siendo las fuerzas armadas únicamente, como luego veremos
en el curso de mi exposición, el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye
‘la Nación en
armas’.
II - LA
GUERRA , FENÓMENO SOCIAL
Han existido en el mundo pensadores que sin temor califico
de utopistas, que en todos los tiempos y países han expresado que la guerra
podía ser evitada. Más, siempre a corto
plazo, una nueva conflagración ha venido a imponer el disenso más rotundo a
esta teoría.
El ejemplo más reciente y también más palpable de este
fracaso, lo constituye la fenecida Liga de las Naciones, en cuya acción tantas
esperanzas de paz ininterrumpida se cifraron, y que se reveló impotente para
evitar que el Japón y China se encuentren luchando desde hace una década,
aproximadamente; que Italia conquistase
a Etiopía; que Paraguay y Bolivia se
ensangrentaran en la selva chaqueña, y finalmente, que el mundo todo se
encendiera en la actual conflagración que golpea hasta nuestras puertas.
Los estadistas que actualmente dirigen la guerra de los
principales países en lucha, ya sea bajo el signo del “Nuevo Orden” o bajo la
bandera de las “Naciones Unidas”, muestran a los ojos ansiosos de sus pueblos
una felicidad futura basada en una ininterrumpida paz y cordialidad entre las
naciones, y la promesa de una verdadera justicia social entre los Estados.
Este espejismo no puede ser más que una esperanza para
pueblos que agotados en una larga y cruenta lucha, buscan en una esperanza de
futura felicidad el aliciente necesario para realizar el último esfuerzo, en
procura de un triunfo que asegure la existencia de sus respectivas naciones.
En efecto, alguien tendría que demostrar inobjetablemente
que Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Rusia y China, en el caso que
las Naciones Unidas ganen la guerra; y lo mismo que Alemania y Japón, en el
caso inverso, no tendrán jamás en el futuro, intereses encontrados que los
lleve a iniciar un nuevo conflicto entre sí;
y aunque los vencedores no pretenderán establecer en el mundo un
imperialismo odioso, que obligue a la rebelión de los oprimidos, para recién
creer que la palabra guerra queda definitivamente descartada de todos los léxicos.
Pero los humanos, de barro fuimos amasados; y siendo la
célula constituyente de las naciones, no podremos hallar jamás la solución
ideal de los complejos problemas de todo orden, sociales, económicos,
financieros, políticos. Etc., que asegure una ininterrumpida paz universal.
En Europa, el continente superpoblado por excelencia, es
donde estos problemas sufren sus más agudas crisis, constituyendo así un volcán
con incontenible energía interna, que periódicamente entra en erupción,
sacudiendo al mundo entero.
El continente americano, sin experimentar la agudización de
estos mismos problemas, ha encontrado muchas veces en el arbitraje la solución
de las cuestiones territoriales, derivadas de límites más definidos. Pero muchas veces también se ha encendido en
luchas fraticidas, o se han visto sus naciones arrastradas a conflictos extra
continentales, cuya solución, muchas veces, no les interesaba mayormente.
Algún oyente prevenido, podrá pensar que esta aseveración
mía de que la guerra es un fenómeno social inevitable, es consecuencia de mi
formación profesional, porque algunos piensan que los militares deseamos la
guerra, para tener en ella oportunidad de lucir nuestras habilidades.
La realidad es bien distintas, los militares estudiamos tan
a fondo el arte de la guerra, no sólo en lo que a la táctica, estrategia y
empleo de sus materiales se refiere, sino también como fenómeno social; y
comprendiendo el terrible flagelo que representa para una nación, sabemos que
debe ser en lo posible evitada, y sólo recurrir a ella en casos extremos.
Eso sí, cumplimos con nuestra obligación fundamental de
estar preparados para realizarla, y dispuestos a los mayores sacrificios en los
campos de batalla, al frente de la juventud armada que la Patria nos confía para defensa
de su patrimonio, sus libertades, sus ideales o su honor. Si se quiere la paz, el mejor medio de
conservarla es prepararse para la guerra.
III - SI SE QUIERE LA
PAZ , EL MEJOR MEDIO PARA CONSERVARLA ES PREPARARSE PARA LA GUERRA
El aforismo Si vis pacem, para bellum, se encuentra lo
suficientemente demostrado por multitud de ejemplos históricos, para permitir
siquiera ser puesto en discusión.
No tenemos más que volver los ojos a la iniciación de la
actual contienda, para ver cómo Francia, la vencedora de la Guerra 1914-18, y la
primera potencia militar del mundo, desde esa época hasta que Alemania inicia,
en el año 1934, aproximadamente, sus intensos preparativos militares, más o
menos encubiertos, en pocos días es deshecha y eliminada definitivamente de la
contienda.
Es evidente que la profunda desorganización interna de
Francia la llevó a descuidar su preparación para la guerra, a pesar de ver
claramente el peligro que la amenazaba, lo cual fue hábilmente aprovechado por
Alemania, que caro le hace pagar su error.
Alguien podrá decir que Inglaterra tampoco se encontraba
preparada para la guerra, y que en los actuales momentos parece tener a su
favor las mejores perspectivas de éxito.
Quienes dicen esto, olvidan que
en el Canal de la Mancha ,
que felizmente para ella la separa del Continente, reinó siempre
incontrastablemente su aguerrida flota, impidiendo el desembarque del ejército
alemán; que la reducida preparación de
su ejército le costó el desastre de Dunkerque; y finalmente, que su reducida
aviación no pudo impedir las incursiones de la alemana, de las que las ruinas
de Coventry son una muestra.
Las naciones del mundo pueden ser separadas en dos
categorías: las satisfechas y las insatisfechas. Las primeras,
todo lo poseen y nada necesitan, y sus pueblos tienen la felicidad
asegurada, en mayor o menor grado. A las
segundas, algo les falta para satisfacer sus necesidades: mercados donde colocar sus productos,
materias primas que elaborar, sustancias alimenticias en cantidad suficiente;
un papel político que jugar, en relación con su potencialidad, etc.
Las naciones satisfechas son fundamentalmente pacifistas, y
no desean exponer a los azares de una guerra la felicidad de que gozan.
Las insatisfechas, si la política no les procura lo que
necesitan o ambicionan, no temerán recurrir a la guerra para lograrlo.
Las primeras, aferradas a la idea de una paz inalterable,
porque mucho la desean, generalmente descuidan su preparación para la guerra, y no gastan lo que es
necesario para conservar la felicidad de su pueblo.
Las segundas, sabiendo que una guerra es probable, por
cuanto si no tienen pacíficamente lo que desean, recurrirán a ella; ahorran
miseria de la miseria, y se preparan acabadamente para sostenerla, y en un
momento determinado pueden superar a las naciones más ricas y poderosas.
Tenemos así las naciones pacifistas y las naciones
agresoras.
Nuestro país, es evidente, se encuentra entre las
primeras. Nuestro pueblo puede gozar,
relativamente, de una gran felicidad presente; pero, por desgracia, no podemos
escudriñar el fondo del pensamiento de las demás naciones, para saber en
momento oportuno si alguien pretende arrebatárnosla.
La preparación de la defensa nacional es obra de aliento, y
que requiere un constante esfuerzo realizado durante largos años. La guerra es un problema tan variado y
complejo, que dejar todo librado a la improvisación en el momento en que ella
se presente, significaría seguir esa política suicida que tanto criticamos.
No olvidemos que si nos vemos obligados a ir a una guerra, y
lo que es más grave, la perdemos, necesariamente nos convertiremos en lo
contrario de una nación pacifista, asumiendo el papel de un país que busca reivindicaciones en pro de la recuperación
del patrimonio de la nación y del honor mancillado.
IV - CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA GUERRA.
La guerra, desde la antigüedad, ha evolucionado
constantemente, pasando de la familia a la tribu; de esta, a los ejércitos de
profesionales y mercenarios; a la leva en masa, que nos muestra la Revolución Francesa
y Napoleón más tarde. Y por último, a la lucha total de pueblos contra pueblos,
que vimos en la contienda de 1914-18, y que en la actual ha alcanzado su máxima
expresión.
El concepto de la “Nación en armas o guerra total”, emitido
por el mariscal von der Goltz en 1883, es, en cierto modo, la teoría más
moderna de la defensa nacional, por la cual las naciones buscan encauzar en la
paz y utilizar en la guerra hasta la última fuerza viva del Estado, para
conseguir su objetivo político.
Hoy, los pueblos disponen de su destino. Ellos labran su propia fortuna o su
ruina. Es natural que ellos, en
conjunto, defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la
patria y su patrimonio.
En la época de los ejércitos profesionales y mercenarios,
los pueblos no participaban en las contiendas, sino a través de las fuertes
contribuciones para solventarlas, o las devastaciones que dejaban tras de sí
los ejércitos en lucha. Una gran masa de
la población no la sufría; y a veces,
hasta la ignoraba.
Las guerras de la Revolución Francesa
y, más tarde las de Napoleón, afectaron ya al pueblo francés, por la
contribución en material humano que le impusieron.
Es recién la guerra mundial de 1914-18 la que muestra a las
naciones participantes empeñadas en el esfuerzo máximo para conseguir la
victoria. La guerra se juega en los
campos de batalla, en los mares, en el aire, en el campo político, económico,
financiero, industrial; y se especula hasta con el hambre de las naciones
enemigas.
Ya no bastan generales y almirantes geniales, con ejércitos
y flotas eficientes, para conquistar la victoria. A su lado, los representantes de todas las
energías de la Nación
tienen un rol importantísimo que jugar en la dirección de la guerra; y muchas
veces, son ellos los que orientan la conducción de las operaciones de las
fuerzas armadas.
Pero aún en los años 1914-18, detrás de los ejércitos en
lucha, las poblaciones entregadas a un constante esfuerzo para mantenerla potencia
combativa de las fuerzas armadas, vivían en una relativa tranquilidad y
bienestar.
La moral de la nación se mantenía sobre la base de los
éxitos obtenidos en los campos de batalla, hábilmente explotados por una
inteligente propaganda.
La actual contienda, con el considerable progreso técnico de
la aviación, nos muestra la expresión más acabada del concepto de la ‘Nación en
armas’.
Los pueblos de las naciones en lucha, no se encuentran ya a
cubierto contra las actividades bélicas, dado que poderosas formaciones aéreas
siembran la destrucción y la muerte en poblaciones más o menos indefensas,
buscando minar su moral y destruir las fuentes del potencial de guerra de la
nación enemiga. El panfleto toma un lugar
importante al lado de las tremendas bombas incendiarias y explosivas, en la
carga de los poderosos aviones de bombardeo.
Un país en lucha puede representarse por un arco con su
correspondiente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de
su cuerda y la elasticidad de su madero y apuntando hacia un solo objetivo:
ganar la guerra.
Sus fuerzas armadas están
representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la
flecha; pero el resto de esta, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta
la última expresión de su energía y poderío.
En consecuencia, no es suficiente que los integrantes de las
fuerzas armadas nos esforcemos en preparar el instrumento de lucha, en estudiar
y comprender la guerra, deduciendo enseñanzas de las diferentes contiendas que
han asolado al mundo. Es también necesario que todas las inteligencias de la Nación , cada una en el
aspecto que interesa a sus actividades, se esfuerce también en conocerla,
estudiarla y comprenderla, como única forma de llegar a esa solución integral
del problema que puede presentársenos; y tendremos que resolver, si un día Dios
decide que la guerra haga sonar su clarín en las márgenes del Plata. En
consecuencia, la decisión del Consejo Superior de la Universidad de La Plata , a que antes me he
referido, constituye, sin duda, un valioso escalón hacia esa meta que debemos
alcanzar.
V - DEFENSA NACIONAL.
La organización de la defensa nacional de un país es una
vasta y compleja tarea de años y años, por medio de la cual se han de ejecutar
una serie de medidas preparatorias durante la paz, para crearles a sus fuerzas
armadas las mejores condiciones para conquistar el éxito en una contienda que
puede presentársele. Se formulará una
serie de previsiones, a fin de que la nación pueda adquirir y mantener ese
ritmo de producción y sacrificio que nos impone la guerra, al mismo tiempo que
se preverá el mejor empleo a dar a sus fuerzas armadas. Y finalmente, otra serie de previsiones, una
vez terminada la guerra: desmontar la maquinaria bélica en que el país se ha
convertido, y adquirir de nuevo su vida normal de paz, con el mínimo de
inconvenientes, convulsiones y trastornos.
Dada la brevedad a que me obliga esta exposición, tendré que
limitarme a analizar sucintamente sus aspectos principales; y para evitar la aridez de tratar este asunto
en forma absolutamente teórica, me referiré a las enseñanzas que nos deja la
historia militar, y su aplicación a los problemas particulares de nuestro país,
en lo que me sea posible.
1 - Objetivos políticos
Cualquier país del mundo, sea grande o pequeño, débil o
poderoso, con un grado elevado o reducido de civilización, posee un objetivo
político determinado.
El objetivo político es la necesidad o ambición de un bien,
que un Estado tiende a mantener o conquistar, apara su perfeccionamiento o
engrandecimiento.
El objetivo político puede ser de cualquier orden:
reivindicación o expansión territorial, hegemonía política o económica, adquisición de mercados u otras
ventajas comerciales, imposiciones sociales o espirituales, etc.
Se ha dado en clasificarlos como negativos o positivos,
según se trate de mantener lo existente; o bien, conquistar algo nuevo, ya sean
continentales o mundiales, según las proyecciones de los mismos.
Los objetivos políticos de las naciones, son una
consecuencia directa de la sensibilidad de los pueblos. Y debemos recordar que éstos tienen ese
instinto seguro, que en la solución de los grandes problemas los orienta
siempre hacia lo que más les conviene.
Los estadistas o gobernantes, únicamente los interpretan y
los concretan en forma más o menos explícita y ajustada.
La verdadera sabiduría de los pueblos y el buen juicio de
sus gobernantes consiste, precisamente, en no proponerse un objetivo político
desorbitado, que no guarde relación con
la potencialidad de la nación, lo cual, en caso contrario, la obligaría a
enfrentarse con un enemigo tan poderoso, que no sólo tendría que renunciar a sus aspiraciones, sino perder
parte de su patrimonio.
También es verdad que a las naciones les llegan, en su
historia, horas cruciales, en las que, para defender su patrimonio o su honor,
deben sostener una lucha sin esperanzas de triunfo; porque , como nos lo
enseñaron nuestros padres de la Independencia , ‘más vale morir, que vivir
esclavos’.
Nuestro país, como pocos otros del mundo, puede ostentar
objetivos políticos confesables y dignos.
Nunca nuestros gobernantes sostuvieron principios de
reivindicación o conquista territorial.
No pretendimos ejercer una hegemonía política, económica o espiritual en
nuestro Continente.
Sólo aspiramos a nuestro natural engrandecimiento, mediante
la explotación de nuestras riquezas, y a colocar el excedente de nuestra
producción en los diversos mercados mundiales, para poder adquirir lo que
necesitamos.
Deseamos vivir en paz, con todas las naciones de buena
voluntad del globo. Y el progreso de
nuestros hermanos de América, sólo nos produce satisfacción y orgullo.
Queremos ser el pueblo más feliz de la Tierra , ya que la
naturaleza se ha mostrado pródiga con nosotros.
2 - Acción de la diplomacia y conducción de la política
externa
La diplomacia debe actuar en forma similar a la conducción
de una guerra. Como ella, posee sus
fuerzas, sus armas, y debe librar las batallas que sean necesarias para
conquistar las finalidades que la política le ha fijado.
Si la política logra que la diplomacia obtenga el objetivo
trazado, su tarea se reduce a ello; y termina allí, en lo que a ese objetivo se refiere.
Si la diplomacia no puede lograr el objetivo político
fijado, entonces es encargada de preparar las mejores condiciones para
obtenerlo por la fuerza, siempre que la situación hagan ver como necesario el
empleo de este medio extremo.
El período político que precedió a la actual contienda,
constituye un excelente ejemplo que nos
aclarará estos conceptos.
Desde el advenimiento del partido Nacionalsocialista al
poder, en el año 1933, el Gobierno alemán dio muestras de su intención de
conseguir, por todos los medios , el resurgimiento de la Alemania imperial de 1914
y aún sobrepasarla, desestimando como fuera de lugar los puntos que aún subsistían en carácter de
obligaciones del Tratado de Versailles.
Fue su diplomacia la que sin contar en su respaldo con una
suficiente potencia militar, le permitió, en 1935, implantar el servicio
militar obligatorio, ocupar militarmente la Renania , y finalmente, concertar con Inglaterra
el pacto naval que le permitiría montar
un tonelaje para su marina de guerra equivalente al 35 % del inglés, con lo
cual sobrepasaba a la flota francesa. La
reacción francesa, que en esa época podía ser decisiva, fue perfectamente
neutralizada por la diplomacia alemana.
Luego, ya respaldada sin duda por la fuerza considerable que
el Tercer Reich había logrado montar, se produce, en marzo de 1938, la anexión
lisa y llana de Austria. A fines de
septiembre de ese mismo año, el tratado de Munich le entrega el territorio de los Sudetes, pertenecientes
a Checoslovaquia, hasta terminar con la total desaparición de este país el 15
de marzo de 1939. Y siete días más
tarde, el 22 de marzo, el jefe del gabinete lituano, el ministro Urbsys,
entrega las llaves de Memel en Berlín mismo.
Casi de inmediato, la diplomacia alemana empieza a agitar la
cuestión de Polonia. La resistencia de
ésta, apoyada por Francia e Inglaterra, no puede ser vencida; y entonces le
corresponde crear las mejores condiciones para el empleo de sus fuerzas
armadas, en el logro de su objetivo político.
Polonia parece estar apoyada por Rusia; y en Moscú se
encuentran delegaciones de Francia e Inglaterra, tratando sin duda el problema
político europeo, cuando el mundo entero es sorprendido por el pacto de no
agresión ruso alemán, del 23 de agosto de 1939.
La conducción política y la diplomacia, con habilidad y
astucia, han facilitado grandemente la tarea a la conducción militar. Una semana después, ésta entra a actuar en
condiciones óptimas.
En los litigios entre naciones, sin tener un tribunal
superior e imparcial a quien recurrir, y sobre todo que esté provisto de la
fuerza necesaria para hacer respetar sus decisiones, la acción de la diplomacia
será tanto más segura y amplia, cuanto mayor sea el argumento de fuerza que en
última instancia pueda esgrimir.
Así nuestra diplomacia, que tiene ante sí una constante
tarea que realizar, estrechando cada vez más la s relaciones políticas,
económicas, comerciales, culturales y espirituales con los demás países del
mundo, en particular con los continentes, y, dentro de estos, con nuestros
vecinos, cuenta como argumento para esgrimir, además de la hidalguía y
munificencia ya tradicionales de nuestro espíritu, con el poder de nuestras
fuerzas armadas, que debe ser aumentado en concordancia con su importancia,
para asegurarles el respeto y la consideración que merecen en el concierto
mundial y continental de las naciones.
Durante la guerra, las actividades de la política exterior y
de la diplomacia, no decrecen. Por el
contrario, tal cual lo vemos en la actual contienda, redoblan sus esfuerzos
para continuar creando las mejores condiciones de lucha a las fuerzas armadas.
No tenemos sino que ver cómo se neutraliza a países neutrales
dudosos. Los esfuerzos que se realizan
para enrolar en la contienda a los simpatizantes o que observan una neutralidad
benévola.. La forma en que desprestigia al adversario y se anula su propaganda
en el exterior. Las simpatías que es necesario despertar en los mercados
productores de armamentos y materias primas.
La utilización de la prensa y partidos políticos de países aliados y
neutrales para hacer simpática la guerra al país. La explotación de las divisiones y reyertas
dentro del bloque de países enemigos, para provocar su desmembramiento,
etc. Y comprenderemos fácilmente que
todo intelecto y capacidad política debe ser movilizado para servir a la
defensa nacional.
Finalmente, una vez terminada la guerra, ya sea exitosamente
o derrotada, la política debe continuar librando la parte más difícil de su
batalla para obtener, en la liquidación de la contienda, que los objetivos
políticos porque se luchó, sean ampliamente alcanzados, o reducir a un mínimo
aceptable el precio de la derrota, respectivamente.
Este aspecto de la política cobra mayor importancia en la
guerra de coaliciones, en la que tantos intereses chocan en la mesa de la paz,
o para evitar la intervención de neutrales poderosos, que, sin haber
intervenido en la contienda, quieren también participar del despojo del
vencido.
Bastaría analizar la profundidad y vastedad de cada uno de
estos aspectos, para comprobar que los conocimientos y aptitudes especiales que
su solución requiera, no pueden desarrollarse recién cuando la guerra llegue,
sino que es necesario un estudio de preparación constante de las mentalidades
políticas durante el tiempo de paz.
3 - Fuerzas Armadas
Las naciones tienen la obligación de preparar la máxima
potencialidad militar que su población y riqueza les permitan, para poder
presentarla en los campos de batalla, si la guerra ha llamado a sus puertas.
Los pueblos que han descuidado la preparación de sus fuerzas
armadas, han pagado siempre caro su error, desapareciendo de la historia o
cayendo en la más abyecta servidumbre.
De ellos, la historia sólo se ocupa para recordar su excesivo
mercantilismo, o los arqueólogos para explorar sus ruinas, descubriendo bellas
muestras de una grandiosa civilización pretérita, que no supo cultivar las
aptitudes guerreras de sus pueblos.
La preparación de las fuerzas armadas para la guerra, no es
tarea fácil ni que puede improvisarse en momentos de peligro.
La formación de reservas instruidas, sobre todo hoy, en que
los medios de lucha han experimentado tantos progresos y complicaciones
técnicas, requiere un trabajo largo y metódico, para que éstas adquieran la
madurez y el temple que exige la guerra.
El arte militar sufre tantas variaciones, que los cuadros
permanentes del ejército deben entregarse a un constante trabajo y estudio, que
cuando la guerra se avecina, no hay tiempo de asimilar.
El militar, junto a su ciencia, debe reunir condiciones de
espíritu y de carácter de conductor, para llevar su tropa a los mayores
sacrificios y proezas; y eso no se
improvisa, sino que se logra con el ejercicio constante del arte de mandar.
Las armas, municiones y otros medios de lucha no se pueden
adquirir ni fabricar en el momento en que el peligro nos apremia, ya que no se
encuentran disponibles en los mercados productores, sino que es necesario
encarar fabricaciones que exigen largo tiempo.
En los arsenales y depósitos es necesario disponer de todo lo que
exigirán las primeras operaciones, y prever su aumento y reparación.
Las previsiones para el empleo de las fuerzas armadas de la
nación forman una larga y constante tarea que requiere de cierto número de
jefes y oficiales, estudios especializados, que se inician en las Escuelas
Superiores de Guerra, y continúan después, ininterrumpidamente, en una vida de
constante perfeccionamiento profesional.
El conjunto de estas previsiones contenidas en el plan
militar, que coordina los planes de operaciones del Ejército, la Marina y la Aviación , se realiza
sobre estudios básicos, que exigen conocimientos profesionales y generales muy
profundos.
En dicho plan se resuelve la movilización total del
país; la forma en que serán protegidas
las fronteras; la concentración de las
fuerzas en las probables zonas de operaciones; el posible desarrollo de las operaciones
iniciales; el desarrollo del
abastecimiento de las fuerzas armadas de toda suerte de elementos; el desenvolvimiento general de los medios de
transporte y de comunicación del país;
la defensa terrestre y antiaérea del interior, etc.
Como podéis apreciar, esta obra, realizada en forma completa
y detallada, absorbe la labor constante de los organismos directivos de las
fuerzas armadas de las naciones; y de la
exactitud de las mismas, depende en gran parte que la lucha pueda iniciarse y
continuar luego en las mejores condiciones posibles.
Si la guerra llega, será la habilidad y el carácter del
Comandante en Jefe y las virtudes guerreras de sus fuerzas, las que tratarán de
inclinar el azar de la contienda a su favor; y no me refiero a la ayuda de
Dios, porque ambos contendientes la implorarán con igual fervor.
Las fuerzas armadas de nuestra Patria realizan, en ese
sentido, una labor silenciosa y constante, que se inicia en los cuarteles de
las unidades de tropa, buques de la armada y bases aéreas, preparando dentro de
sus posibilidades el mejor instrumento de lucha. Y se continúa luego en sus institutos de
estudios superiores, para terminar en la labor directiva de sus estados
mayores.
No creo equivocarme si expreso que durante mucho tiempo,
sólo han sido las instituciones armadas las que han experimentado las
inquietudes que se derivan de la defensa nacional de nuestra Patria, y han
tratado de solucionarlas, creando el mejor instrumento de lucha que han
podido. Pero es indispensable, si no
queremos vernos abocados a un posible desastre, que todo el resto de la Nación , sin excepción de
ninguna especie, se prepare y juegue el rol que en este sentido, a cada uno le
corresponde.
4 - Acción política interna
La política interna tiene gran importancia en la preparación
del país para la guerra.
Su misión es clara y sencilla, pero difícil de lograr. Debe procurar a las fuerzas armadas el máximo
posible de hombres sanos y fuertes, de elevada moral y con un gran espíritu de
patria. Con esta levadura, las fuerzas
armadas podrán reafirmar estas virtudes y desarrollar fácilmente un elevado
espíritu guerrero y de sacrificio.
Además, es necesario que las calidades antes citadas, sean
desarrolladas en toda la población sin excepción, dado que es dentro del país
donde las fuerzas armadas encuentran su fuerza moral, la voluntad de vencer, y
la reposición personal, material y elementos desgastados o perdidos.
Los países actualmente en lucha nos muestran todos los
esfuerzos que se realizan para mantener en el pueblo, aún en los momentos de
mayores sacrificios y penurias, la voluntad inquebrantable de vencer, al mismo
tiempo que se desarrollan todas las actividades imaginables para minar la moral
del adversario, naciendo así un nuevo medio de lucha, “la guerra de nervios”.
Si en cuestiones de forma de gobierno, problemas económicos,
sociales, financieros, industriales, de producción y de trabajo, etc. Cabe toda
suerte de opiniones e intereses dentro de un Estado, en el objetivo político
derivado del sentir de la nacionalidad de ese pueblo, por ser única e indivisible,
no caben opiniones divergentes. Por el
contrario, esa mística común sirve como un aglutinante más para cimentar la
unidad nacional de un pueblo determinado.
Ante el peligro de la guerra, es necesario establecer una
perfecta tregua en todos los problemas y luchas interiores, sean políticos,
económicos, sociales, o de cualquier otro orden, para perseguir únicamente el
objetivo que encierra la salvación de la Patria :
ganar la guerra.
Todos hemos visto cómo los pueblos que se han exacerbado en
sus luchas intestinas, llevando su ceguedad hasta el extremo de declarar
enemigos a sus hermanos de sangre, y llamar en su auxilio a los regímenes o
ideologías extranjeras, o se han deshecho en luchas encarnizadas, o han caído
en el más abyecto vasallaje.
Cuando el peligro de guerra se hace presente, y durante el
desarrollo de la misma, la acción de la política interna de los Estados debe
aumentar notablemente sus actividades, porque son muy importantes las tareas
que le toca realizar. Es necesario dar
popularidad a la contienda que se avecina, venciendo las últimas resistencias y
prejuicios de los espíritus prevenidos.
Se debe establecer una verdadera solidaridad social, política y
económica. La moral y el espíritu de
lucha de la nación toda debe ser llevada a un grado tal, que ningún desastre ni
sacrificio la pueda abatir. Desarrollar
en la población un severo sentido de disciplina y responsabilidad individual,
para contribuir en cualquier forma a ganar la guerra. Es necesario organizar una fuerte máquina,
capaz de desarrollar un adecuado plan de propaganda, contra-propaganda y
censura, que ponga a cubierto al frente interior contra los ataques que el
enemigo le llevará constantemente. Debe
aprestarse a la población civil para que establezca por sí misma la defensa
antiaérea pasiva en todo el territorio de la Nación , como único medio de limitar los daños y
destrucciones de los bombardeos enemigos, etc.
Terminada la guerra, todavía tiene la política interna una
ímproba tarea que realizar, especialmente si la misma ha sido perdida.
En este momento, parece como si las naciones íntegras, que
han vivido varios años con los nervios sometidos a una constante tensión,
desatarán de pronto todos sus instintos y bajas pasiones, creando problemas y
situaciones que amenazan hasta la
constitución misma de los Estados. Rusia
y Alemania, a la terminación de la guerra 1914-18, constituyen la suficiente
demostración de esta afirmación.
Esta obra política interna, debe ser realizada desde la paz,
en todos los ámbitos. Para lograrla la
inician los padres en los hogares; la
siguen los maestros y profesores en las aulas;
las fuerzas armadas en buques y cuarteles; los gobernantes y legisladores mediante su
obra de gobierno; los intelectuales y
pensadores en sus publicaciones; el
cine, el teatro y la radio con su obra educadora y publicitaria. Y finalmente, cada hombre en la formación de
su auto-educación.
Referido este
problema a nuestro caso particular, llegaremos fácilmente a la comprobación de
que requiere un estudio y dedicación muy especiales.
En nuestra lucha por la Independencia y en
las guerras exteriores que hemos sostenido, sin asumir el carácter de nación en
armas que hemos definido, podemos observar grietas lamentables en el frente
interno, que nos obligan a ser precavidos y previsores.
Posteriormente, hemos ofrecido al mundo un litoral abierto a
todos los individuos, razas, ideologías, culturas, idiomas y religiones. Indudablemente, la Nación se ha
engrandecido; pero existe el problema
del cosmopolitismo, con el agravante de que se mantiene dentro de la Nación , núcleos poco o nada
asimilados.
Todos los años, un elevado porcentaje de ciudadanos, al
presentarse a cumplir su obligación de aprender a defender a su patria, deben
ser rechazados por no reunir las condiciones físicas indispensables; la mayoría de los casos, originados en una
niñez falta de abrigo y alimentación suficiente. Y en los textos de geografía del mundo
entero, se lee que somos el país de la carne y del trigo, de la lana y del
cuero.
Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en
el país. Tenemos una excelente materia
prima; pero para bien moldearla, es
indispensable el esfuerzo común de todos
los argentinos, desde los que ocupan las más altas magistraturas del país,
hasta el más modesto ciudadano.
La defensa nacional es así un argumento más que debe
incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo.
5 - Acción industrial
Ya la guerra 1914-18 nos mostró, y en un mayor grado aún la
actual, la importancia fundamental que para el desarrollo de la guerra asumen
la movilización y el máximo aprovechamiento de las industrias del país.
Conocido es el rol que asumió Estados Unidos de Norte
América en la anterior contienda y en la actual, en que mediante la
contribución de su poderío industrial se convierte en el arsenal de las
naciones aliadas, en el máximo esfuerzo por inclinar a su favor la suerte de la
guerra.
Todas las naciones en contienda movilizan la totalidad de
sus industrias, y las impulsan con máximo rendimiento, hacia un esfuerzo común
para abastecer a las fuerzas armadas.
Es evidente qué esta transformación debe ser cuidadosamente
preparada desde el tiempo de paz, solucionando problemas tales como el
reemplazo de la mano de obra, la obtención de materia prima, la transformación
de las usinas y fábricas, el traslado y la diseminación de las industrias como
consecuencia del peligro aéreo, el reemplazo y reposición de lo destruido, etc.
Durante la guerra, es necesario poner en marcha este
grandioso mecanismo: regular su
producción de acuerdo, con las demandas específicas de las fuerzas
armadas; asegurar los abastecimientos
necesarios a la población civil;
adquirir la producción de materias primas y productos industriales
necesarios en los países extranjeros, anticipándose y neutralizando las
adquisiciones de los enemigos; orientar
la acción de destrucción de las industrias enemigas, señalando objetivos a la
aviación y al sabotaje, etc.
Al terminar la contienda, las autoridades encargadas de
dirigir la producción industrial tienen ante sí un problema más arduo aún, cual
es la desmovilización general de las industrias, con los problemas políticos
sociales derivados; asegurar la
colocación de losadlos aún en curso de fabricación; transformar, en el más breve plazo posible,
las industrias de guerra en productos de paz, para llegar cuanto antes a la
reconquista de los mercados en los cuales se actuaba antes de empezar la
contienda, etc. Todo lo cual exige una
dirección enérgica y genial, y la contribución de buena voluntad y esfuerzos
comunes de industriales y masas obreras.
Referido el problema industrial al caso particular de
nuestro país, podemos expresar que él constituye el punto crítico de nuestra
defensa nacional. La causa de esta
crisis hay que buscarla lejos para poder solucionarla.
Durante mucho tiempo, nuestra producción y riqueza ha sido
de carácter casi exclusivamente agropecuaria.
A ello se debe en gran parte que nuestro crecimiento inmigratorio no ha
sido todo lo considerable que era de esperar, dado el elevado rendimiento de
esta clase de producción, con relación a la mano de obra necesaria. Saturados los mercados mundiales, se limitó
automáticamente la producción; y por
añadidura, la entrada al país de la mano de obra que ella necesitaba.
El capital argentino, invertido así en forma segura, pero
poco brillante, se mostraba reacio a buscar colocación en las actividades
industriales, consideradas durante mucho tiempo una aventura
descabellada,; y, aunque parezca
risible, no propia de buen señorío.
El capital extranjero se dedicó especialmente a las
actividades comerciales, donde todo lucro, por rápido y descomedido que fuese,
era siempre permitido y lícito. O buscó
seguridad en el establecimiento de servicios públicos o industrias madres,
muchas veces con una ganancia mínima, respaldada por el Estado.
La economía del país reposaba casi exclusivamente en los productos de la tierra, pero en su
estado más incipiente de elaboración;
que luego, transformados en el extranjero con evidentes beneficios para
su economía y desarrollo, en perjuicio de los suyos, y entrar en competencia
con los productos que se seguirían allí elaborando.
Esta acción recuperadora debió ser emprendida,
evidentemente, por los capitales
argentinos; o por lo menos, que el Estado los estimulase, precediéndolos y
mostrándoles el camino a seguir.
Felizmente, la guerra mundial de 1914-18, con la carencia de
productos manufacturados extranjeros, impulsó a los capitales más osados a
lanzarse a la aventura; y se estableció una gran diversidad de industrias,
demostrando nuestras reales posibilidades.
Terminada la contienda, muchas de estas industrias
desaparecieron, por artificiales unas, y por falta de ayuda oficial otras, que
debieron mantenerse. Pero muchas
sufrieron airosamente la prueba de fuego de la competencia extranjera dentro y
fuera del país.
Pero esta transformación industrial se realizó por sí sola,
por la iniciativa privada de algunos pioneros que debieron vencer
dificultades. El Estado no supo poseer
esa videncia que debió guiarlos y tutelarlos, orientando la utilización
nacional de la energía; facilitando la
formación de mano de la obra y del personal directivo; armonizando la búsqueda y extracción de la
materia prima con las necesidades y posibilidades de su elaboración, orientando
y protegiendo su colocación en los mercados nacionales y extranjeros, con lo
cual la economía nacional se hubiera beneficiado considerablemente.
Para corroborarlo, no me referiré más que a un aspecto. Hemos gastado en el extranjero grandes sumas
de dinero en la adquisición de material de guerra. Lo hemos pagado a siete veces su valor,
porque siete es el coeficiente de seguridad de la industria bélica; y todo ese dinero ha salido del país sin
beneficio para su economía, sus industrias o la masa obrera que pudo alimentar.
Una política inteligente nos hubiera permitido montar las
fábricas para hacerlos en el país, las que tendríamos en el presente, lo mismo
que una considerable experiencia industrial; y las sumas invertidas habrían
pasado de unas manos a otras: argentinas todas.
Lo que digo del material de guerra, se puede hacer extensivo
a las maquinarias agrícolas, al material de transporte, terrestre, fluvial y
marítimo, y a cualquier otro orden de actividad.
Los técnicos argentinos se han mostrado tan capaces como los
extranjeros. Y si alguien cree que no lo
son, traigamos a estos, que pronto asimilaremos todo lo que puedan enseñarnos.
El obrero argentino, cuando se le ha dado la oportunidad
para aprender, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero.
Maquinarias, si no la poseemos en cantidad ni calidad
suficiente, pueden fabricarse o adquirirse tantas como sean necesarias.
A las materias primas nos las ofrecen las entrañas de
nuestra tierra, que solo esperan que las extraigamos.
Si no lo tenemos todo, lo adquiriremos allí donde se
encuentre, haciendo lo mismo que los países europeos, que tampoco lo tienen
todo.
La actual contienda, al hacer desaparecer casi en absoluto
de nuestros mercados los productos manufacturados extranjeros, ha vuelto a
hacer florecer nuestras industrias, en forma que causa admiración hasta en los
países industriales por excelencia.
La teoría que mucho tiempo sostuvimos de que si algún día un
peligro amenazaba a nuestra Patria, encontraríamos en los mercados extranjeros
el material de guerra que necesitásemos para completar la dotación inicial de
nuestro Ejército y asegurar su reposición, ha quedado demostrada como una
utopía.
La defensa nacional exige una poderosa industria propia, y
no cualquiera, sino una industria pesada.
Para ello, es indudablemente necesaria una acción oficial
del Estado, que solucione los problemas que ya he citado, y que proteja a
nuestras industrias, si es necesario. No
a las artificiales, que, con propósitos exclusivamente utilitarios, ya habrán
recuperado varias veces el capital invertido, sino a las que dedican sus
actividades a esa obra estable, que contribuirá a beneficiar la economía y
asegurará la defensa nacional.
En ese sentido, el primer paso ya ha sido dado con la creación
de la Dirección
General de Fabricaciones Militares, que contempla la solución
de los problemas neurálgicos que afectan a nuestras industrias.
Al mismo tiempo, es necesario orientar la formación
profesional de la juventud argentina.
Que los faltos de medios o de capacidad comprendan que más que medrar en
una oficina pública, se progresa en las fábricas y talleres, y se gana en
dignidad muchas veces.
Que los que siguen carreras universitarias, sepan que las
profesiones industriales les ofrecen horizontes tan amplios como el derecho, la
medicina o la ingeniería de construcciones.
Las escuelas industriales, de oficios y facultades de
química, industrias electrotécnicas, etc., deben multiplicarse. La defensa nacional de nuestra Patria, tiene
necesidad de todas ellas.
6 - Acción comercial
El comercio, tanto exterior como interior de cualquier país,
tiene una gran importancia desde el punto de vista de la defensa nacional.
Las naciones en lucha buscan anular el comercio del
adversario, no sólo para impedir la llegada de abastecimientos necesarios a las
fuerzas armadas, sino a la vida de la población civil y a su economía. El bloqueo inglés y la campaña submarina
alemana, son una demostración en este sentido.
Es necesario, entonces, estudiar cuidadosamente durante la
paz las condiciones particulares en que el comercio podrá desenvolverse en
tiempos de guerra, para desarrollar una política comercial adecuada.
En primer lugar, es necesario orientar desde la paz las
corrientes comerciales con aquellos
países que más difícilmente podrán convertirse en contendientes, en una
situación bélica determinada; ya que siendo el comercio una de las principales
fuentes de la economía y de las finanzas de la Nación , conviene mantenerlo
a su mayor nivel compatible con la situación de guerra.
Luego, deben estudiarse los puertos por donde saldrán
nuestros productos e ingresarán los del extranjero. Se debe determinar cuáles son los
susceptibles de sufrir ataques aéreos o navales, los que pueden ser bloqueados
con mayor facilidad, etc., con el objeto de saber cuáles son los utilizables, y
las ampliaciones necesarias en sus instalaciones, para admitir la absorción de
los movimientos comerciales de los otros.
A continuación habrá que considerar la forma en que dichos
productos atravesarán el mar, a fin de asegurarlos contra el ataque naval del
adversario. Surge, como condición
óptima, la necesidad de disponer de una numerosa flota mercante propia, y de
una poderosa Marina que la defienda.
Se deberá estudiar también la posibilidad de desviar el
tráfico de productos a través de países neutrales o aliados, con los cuales nos
unan vías de comunicación terrestre, como forma de burlar el bloqueo.
Análogo estudio deberá efectuarse de los puntos críticos,
sobre el que reposa el comercio enemigo, para atacarlo y poder así paralizarlo
o destruirlo, sea mediante el ataque directo o por la competencia de productos
similares en los mercados adquisitivos, haciendo jugar todos los resortes que
la política comercial posee. Las “listas
negras” constituyen un ejemplo significativo.
Lo manifestado para el comercio marítimo debe,
naturalmente, ser extendido a las
comunidades terrestres y fluviales con los países continentales.
Es necesario, luego, extender las previsiones al desarrollo
del comercio interno, asegurando una distribución adecuada de los
productos destinados a satisfacer el
abastecimiento de las fuerzas armadas y de la población civil, evitando la
especulación y el alza desmedida de precios.
Las vías de comunicaciones terrestres (ferrocarriles y
viales) y las fluviales deben ser cuidadosamente orientadas por una sabia
política, que contemple, no sólo las necesidades de tiempo de paz, sino también
las de guerra, en forma similar a las consideradas para el comercio
marítimo. Además, habrá que considerar
las necesidades de las fuerzas armadas, no sólo para su abastecimiento, sino
para la movilización, concentración y realización de determinadas maniobras.
Terminada la guerra, es necesario proceder a una
desmovilización del comercio del país, orientándolo hacia su cause normal de
tiempo de paz, intentando la conquista de nuevos mercados, etc., y ajustando
todo a los resultados obtenidos en la contienda.
De lo acertado de estas previsiones, dependerá en alto grado
la rápida desaparición de las crisis y depresiones que fatalmente se presentan
en los períodos de posguerra.
El sólo enunciado de los problemas comerciales a que me he
referido, basta para dar una idea de la
gravedad y trascendencia de los mismos, y de la necesidad de disponer de
verdaderas capacidades para resolverlos.
7 - Acción económica.
La economía de la
Nación es de importancia fundamental para el desarrollo de la
guerra. Las riquezas del país son
llamadas a su máxima contribución para asegurar el éxito de la misma; y de la calidad y cantidad de producciones
existentes dependerá también en alto grado la financiación de la guerra.
Las posibilidades del comercio exterior, las condiciones
particulares de la economía de cada país y el manejo de sus finanzas, requieren
la más hábil conducción, para evitar la ruina del mismo, a pesar de haber
ganado la guerra.
El consumo de productos en un país en guerra asume cifras
fantásticas, y es necesario estimular al máximo la producción de riquezas, a
pesar de que la mano de obra, la maquinaria y los útiles, las fuentes de
energía y los medios de transporte, se encuentran ya exigidos al máximo.
Es necesario, además de estudiar la utilización de las
propias fuentes de riqueza, coordinarlas con las de los países aliados y con
las de las regiones que se provea conquistar o perder durante la contienda.
Indudablemente, la movilización y transformación de la
economía del país, con todos los intereses que habrá que vencer, formas de
explotación muchas veces antieconómicas que será necesario establecer, la
distribución adecuada de recursos, la determinación de las importaciones
indispensables y el orden de prioridad a establecer en las mismas, la
organización del trabajo y la utilización del personal, adaptándolos a
determinadas actividades, la utilización de los medios de transporte y de
comunicación, etc., son tareas muy complejas.
Al igual que en las cuestiones analizadas anteriormente, los
países, desde el tiempo de paz, tratan de someter la economía de los probables
adversarios a ciertos vasallajes y a situaciones críticas, preparando
verdaderas minas de tiempo que harán explosión en el momento deseado.
Finalmente, terminada la guerra, es necesario, como en los
demás aspectos, transformar esa economía de guerra tan especializada en
economía de paz.
La transformación que necesariamente debe producirse en las
industrias, en la vida agropecuaria y en todos los órdenes de la producción, es
de tal naturaleza, que si no se han adoptado con tiempo medidas previsoras, muy
graves perturbaciones pondrán en peligro la existencia misma de los Estados.
La desocupación y el derrumbe industrial y comercial han
asolado a las naciones beligerantes después de la guerra 1914-18, cundiendo una
desmoralización general, peligrosa y contagiosa.
8 - Acción financiera
Conocido es el aforismo atribuido a Napoleón: “El dinero hace
la guerra”, y el de von der Goltz: “Para hacer la guerra se necesita dinero,
dinero y más dinero”.
La actual contienda nos permite ver cómo las cifras de los
presupuestos, que en Inglaterra y Estados Unidos de Norteamérica se someten a
la aprobación de sus cámaras legislativas, ascienden a cifras verdaderamente
fabulosas.
Es indudable que finanzas sanas desde la paz, facilitan
notablemente la conducción financiera de la guerra. La existencia de reservas metálicas de
divisas, y un crédito exterior e interior sano, son otros tantos factores de
éxito a considerar.
La financiación de la guerra sólo puede hacerse en base a
cuidadosas previsiones, formuladas desde la paz, ajustadas a las más variadas
circunstancias que puedan presentarse.
Será necesario efectuar una apreciación sobre el probable
costo de la guerra, sobre el cual es muy fácil que nos quedemos siempre cortos.
En el establecimiento de las inversiones habrá que realizar
la administración más severa y estricta.
Para hacerse de recursos, habrá que extremas todas las
medidas, aún las coercitivas: movilización de las reservas metálicas y divisas
existentes –aportes voluntarios o forzosos del crédito interno y externo-, de
los bienes estatales –del sistema impositivo-, de la emisión del papel moneda,
etc., sin consideración alguna a los intereses particulares o privados.
Será también necesario realizar una guerra implacable a las
finanzas de las naciones adversarias especialmente atacando su crédito, su
moneda y su sistema impositivo.
Será también necesario estudiar la contribución económica y
financiera que se impondrá a la nación adversaria, en caso de victoria; y la
forma de pagar la deuda de guerra en caso de una derrota.
Finalmente, habrá que prever la forma de pasar del sistema financiero
de guerra al de paz, y la financiación de la deuda contraída, que gravará aún
por largos años las finanzas del Estado.
VI - CONCLUSIONES
Señores: esto es lo que los militares entendemos por defensa
nacional.
He pretendido expresar en el curso de mi exposición, y
espero haberlo conseguido, las siguientes cuestiones:
1ª) Que la guerra es un fenómeno social inevitable;
2ª) Que las naciones llamadas pacifistas, como es
eminentemente la nuestra, si quieren la paz, deben prepararse para la guerra;
3ª) Que la Defensa Nacional de la Patria es un problema
integral, que abarca totalmente sus diferentes actividades; que no puede ser improvisada en el momento en
que la guerra viene a llamar a sus puertas, sino que es obra de largos años de
constante y concienzuda tarea; que no
puede ser encarada en forma unilateral, como es su solo enfoque por la fuerzas
armadas, sino que debe ser establecida mediante el trabajo armónico y
entrelazado de los diversos organismos del gobierno, instituciones particulares
y de todos los argentinos, cualquiera sea su esfera de acción; que los problemas que abarca son tan
diversificados, y requieren conocimientos profesionales tan acabados, que
ninguna capacidad ni intelecto puede ser ahorrado.
Finalmente, que sus exigencias sólo contribuyen al
engrandecimiento de la Patria
y a la felicidad de sus hijos.”
*El Comandante Gran Maestre General OCSSPSIL, Cte
Pr Dr D Carlos Gustavo Lavado Roqué Ph.D, es Diplomado en Defensa
Nacional, y ocupó varios cargos ejecutivos en la HCD del Centro de Egresados de la Universidad de la de Defensa Nacional UNDEF.
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