orden de los caballeros de
su santidad el papa
"san ignacio de loyola"
priorato general de argentina
En primer término, tengo el placer de saludarlos y
agradecerles la amabilidad que han tenido de llegar a esta casa. Es indudable
que, después de haberlos escuchado en una rápida exposición de motivos y de
consecuencias, debo manifestarles la inmensa satisfacción que experimento al
comprobar que los distintos sectores del agro argentino están en una
coincidencia absoluta, porque solamente la coincidencia puede llevarnos a un
fin constructivo.
Hace veintiséis años me hice cargo del Gobierno de la República. Era mi
primer Gobierno. En ese momento, la producción agropecuaria era buena y el
único recurso de la
República. La industria estaba, en cambio, bastante atrasada;
los alfileres que consumían nuestras modistas eran importados de Francia. Fue
necesario, por una razón de equilibrio en la producción y en la demografía del
país, dedicarnos a industrializarlo. Entonces nos lanzamos a la
industrialización con toda nuestra decisión y nuestro esfuerzo. Las
consecuencias fueron que en 1955 el país estaba fabricando sus barcos, sus
camiones, sus automóviles, etc.; es decir que grandes posibilidades de
desarrollo industrial se habían producido en toda la República. Esto
era una cosa indispensable, porque el agro estaba entonces en la tarea de
producir para importar manufacturas, perdiendo nuestra mano de obra y comprando
caro lo fabricado afuera y, algunas veces, con nuestra propia materia prima.
En un país como la República Argentina ,
que tenía entonces más o menos cinco millones de habitantes en el campo y el
resto en las ciudades y pueblos, era imperativa la industrialización. Porque,
en el fondo, nuestro problema no es que nos gusta ser industriales; son las
necesidades las que lo imponen. Si nosotros no industrializábamos el país,
millones de habitantes que vivían en los pueblos y ciudades estaban pesando
sobre las espaldas de los productores agropecuarios. Ellos eran los que pagaban
todo.
Recuerdo que en ese entonces me contaba un galense, de esos
que tenemos en el Chubut, que en su pueblo había un reloj con cuatro caras, que
giraba y que a cada cuarto del día aparecía una figura. Primero aparecía el
pastor, y decía: "Yo cuido vuestras almas". Giraba otras seis horas y
aparecía el abogado, que decía: "Yo cuido vuestros derechos". Giraba
otras seis horas más y aparecía el gobernante, diciendo: "Yo gobierno para
una vida ordenada". Y daba otra vuelta y aparecía el agricultor, que
decía: "Yo soy el que pago a los otros tres".
Esto era lo que ocurría en esa época en la República Argentina.
Si no se hubiera producido el desarrollo industrial, se podía seguir pensando
que el agro argentino estaba sosteniendo al resto del país.
De manera que la industrialización se imponía por una razón
demográfica más que de ninguna otra naturaleza. No podíamos seguir en ese
desequilibrio en la producción con respecto a la demografía nacional. Eso
impuso necesariamente la industrialización.
Desde entonces hasta ahora, la industria argentina se ha
desarrollado suficientemente, y los pueblos y ciudades pueden sostenerse con su
propio trabajo, sin estar pesando sobre las espaldas de los productores
agropecuarios. Es decir, el país, en medio de toda su desorganización, tiene en
estos momentos un equilibrio entre el campo y la ciudad, que es indispensable
para los países en desarrollo.
Frente a esto, nosotros pensamos que el mundo actual está
desalentando el desarrollo tecnológico. Lo está desalentando porque con eso se
están destruyendo las fuentes naturales de subsistencia de la Tierra , especialmente
materia prima y comida. Está convirtiendo la Tierra en basurales, basurales de plásticos por
ahora, pero basurales al fin...
A los ríos los está transformando en cloacas. Ya en la mayor
parte del mundo no quedan aguas potables en sus cursos. Eso nos está ocurriendo
aquí, en un país que tiene tres millones de kilómetros cuadrados y no alcanza a
tener veinticinco millones de habitantes. ¡Cómo será en Europa, y especialmente
en los países de intensa superpoblación!
Los bosques los estamos talando, es decir, suprimiendo las
grandes fábricas de oxígeno que la
Tierra tiene; y como si eso fuera poco, estamos cubriendo el
mar con una capa de aceite que no permite la liberación de oxígeno.
El hombre está abocado a un problema pavoroso y a corto
plazo. En la materia prima, se cuenta por decenios el agotamiento. Estados
Unidos se quedará sin petróleo en pocos años y en un tiempo más se quedará sin
hierro. Eso en un país de amplio desarrollo. Imaginen Europa, que ya no tiene
prácticamente nada de esto.
Es un mundo que se va quedando sin tierra, sin agua potable,
sin oxígeno, es decir, sin aire.
En el momento actual, el mundo, ya superpoblado, tiene 3500
millones de habitantes. iQué será en el año 2000, con siete u cocho mil
millones de habitantes!
En este mundo de 3500 millones de habitantes, la mitad está
hambrienta. En granos, Europa no cubre sino el 69 por ciento de sus
necesidades. El mundo entero se está quedando sin proteínas; y sin proteínas el
hombre no puede vivir, como no puede vivir sin oxígeno, sin agua o sin tierra.
Este es un problema que hay que pensarlo. Solamente las
grandes zonas de reserva del mundo tienen todavía en sus manos las
posibilidades de sacarle a la tierra la alimentación necesaria para este mundo
superpoblado y la materia prima para este mundo super-industrializado.
Nosotros constituimos una de esas grandes reservas; ellos
son los ricos del pasado. Si sabemos proceder, seremos nosotros los ricos del
futuro, porque tenemos lo esencial en nuestras reservas, mientras que ellos han
consumido las suyas hasta agotarlas totalmente.
Frente a este cuadro, y desarrollados en lo necesario
tecnológicamente, debemos dedicarnos a la gran producción de granos y de
proteínas, que es de lo que más está hambriento el mundo actual.
Sería demasiado redundante quizá seguir insistiendo en esto,
pero lo que ocurre para nosotros, como posibles grandes productores, es que
existe un inmenso mundo de consumidores y los productores vamos siendo cada día
menos. Aprovechemos este momento para afirmar una grandeza que es notable,
porque se la hace con el trabajo honesto de todos los días.
En nuestra República, desde que comenzamos a pensar en la
necesidad de dejarnos de pelear por pequeñeces y empezamos a pensar que todos
tenemos un destino común, como el país también lo tiene, debemos despreciar
esas insignificancias para dedicamos a lo fundamental, que es engrandecer el
país, enriquecerlo y hacer un pueblo digno y feliz.
En este empeño, que ha sido siempre nuestra orientación
política, el 18 de noviembre de 1972 pensamos que podíamos llegar al Gobierno y
establecer un pacto con todas las fuerzas políticas, superando esas diferencias
que el país había heredado.
Hablo muchas veces de una comunidad organizada. Hablemos de
una comunidad organizada no solo en lo político, sino sobre las grandes fuerzas
de la producción y del progreso, que es el único desarrollo al que debemos
aspirar.
Por eso hicimos el pacto político que anuló, diremos así,
las controversias políticas; que poco después, el 7 de diciembre, hizo posible
una inteligencia a base de coincidencias mínimas, la que dio lugar, desde el 25
de mayo en adelante, a aspirar a esa comunidad organizada que comienza con el
primer pacto entre los empresarios, los trabajadores y el Estado, que a su vez
hizo posible un equilibrio más estable en la permanente lucha que se libra por
los beneficios, ya que nadie trabaja con fines de beneficencia, sino de
legítimo provecho.
Después de eso, hemos seguido trabajando para crear una
comunidad organizada sobre la fuerza constructiva, no en la destructiva, como
pudo haber sido en otro tiempo.
El acuerdo de ustedes o del agro con el Estado y con el
resto de las fuerzas económicas completa este cuadro y completa esta comunidad
organizada por la cual nosotros hemos venido luchando y con la que hemos soñado
muchos años. Esta es la verdadera organización porque es la constructiva,
porque es la productiva, la permanente, ya que los hombres no tienen ni amigos
ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes. Pongámonos de acuerdo y
unamos esos intereses, y la amistad podrá ser más permanente de lo que nosotros
mismos soñamos.
Nuestra política, desde hace ya treinta años, se ha fundado,
precisamente, en un equilibrio entre las fuerzas de la producción y, dentro de
ellas, en un equilibrio entre los empresarios y los trabajadores. Este
equilibrio, hasta 1955, fue del 47% de beneficio para el trabajador y, el resto
del beneficio, para el capital o la empresa. En este momento, esos índices han
variado: hemos caído en los beneficios de los trabajadores al 33% y el resto es
provecho empresarial. Tenemos que restablecer el equilibrio. Ese equilibrio se
puede restablecer con facilidad si aumentamos la producción y también las
ventas. Aun el mismo empresario del comercio minorista, que funda su deseo en
aumentar el precio unitario de su propia mercadería, comete un grave error,
porque jamás, por el aumento de los precios unitarios -hecho que provoca una
inflación que es terrible para todos y más con un pueblo sin poder adquisitivo-
, podrá tener un gran porvenir.
El secreto está en mantener ese perfecto equilibrio del
ciclo económico de la producción, es decir: la producción, la transformación,
la distribución y el consumo cada uno de estos cuatro factores es un factor de
riqueza.
Algunos creen que se pueden enriquecer haciendo economías y
suprimiendo el consumo. No, ese no es el camino. El camino es contar con una
masa popular con alto poder adquisitivo, que aumente el consumo. Entonces, la
ganancia no va a estar sobre el precio unitario, pero se va a decuplicar por el
aumento, diríamos así, de la masa de las ventas. No hay que especular con lo
pequeño, sino buscar lo grande. Es el volumen de ventas el que va a dar la gran
ganancia, y no el precio unitario de las mercaderías, busquemos el resultado en
lo grande. No nos dediquemos a lo pequeño.
En la producción ocurre exactamente lo mismo como se acaba
de decir aquí: debemos alcanzar los márgenes de producción que la Argentina puede ofrecer.
El agro argentino está explotado en un bajo porcentaje; esos índices pueden
aumentar setenta veces.
Pongámonos en la empresa de realizarlo. Para eso necesitamos
que se cumplan dos circunstancias. Primera, desarrollar una tecnología
suficiente para sacarle a la tierra todo el producto que ella pueda dar, sin
tener tierras desocupadas o cotos de caza, como todavía existen en la República Argentina.
Ese es un lujo que no puede darse ya ningún país en el mundo. Segunda,
utilicemos esa tierra para la producción ganadera (poner en contexto). La República Argentina
tiene 58 ó 60 millones de vacas, cuando podría tener doscientos millones; y
ovejas, en la misma proporción. Pongámonos a cumplir esos programas.
Todos esos acuerdos, si el Gobierno y las fuerzas de la
producción trabajan unidos y organizados, podrán alcanzar irremisiblemente esos
objetivos. Los planes que ha esbozado el Ministerio de Economía tienen esa
aspiración. Cada uno de ustedes tiene una misión que cumplir.
Cada argentino, en la ciudad o en el campo, tendrá una
misión que realizar; el trabajo nuestro está en crear esos objetivos e impartir
esa misión, para que un pueblo organizado y decidido las realice. Entonces, no
tendremos nada de qué arrepentimos en el futuro.
Tales deben ser nuestros objetivos y nuestras esperanzas.
Esperanzas que ustedes tienen que realizar en el sector agropecuario y que
otros realizarán en otros sectores, tratando de que lo negativo sea lo mínimo.
El sector bancario también tiene en el agro una función que
nosotros le habíamos asignado con preferencia ya en el segundo gobierno
justicialista.
El agro debe estar dotado de suficiente crédito para poder
trabajar. En esto, no todo es la buena voluntad y la decisión. También son los
medios. Un sistema bancario bien trazado y bien orientado debe ser el apoyo más
consistente para el agro. Vale decir que la tierra ha de trabajarse, como la
industria ha de realizar o transformar.
Las instituciones bancarias han sido creadas para eso, y
para eso deben ser utilizadas. En tal sentido, también el Ministerio de
Economía está decidido a dar un apoyo financiero suficiente, a fin de que el
agro pueda desenvolver sus funciones en las mejores condiciones.
Creo que, si cumplen los planes que hemos trazado y si se
mantienen las organizaciones y compromisos que se han establecido entre las
fuerzas del trabajo y el Gobierno, se puede alcanzar una etapa altamente
constructiva, echando así las bases de una grandeza con la que todos soñamos
por la que todos debemos hacer un esfuerzo en la medida que a cada le
corresponda.
Finalmente, señores, les agradezco muchísimo; me siento
inmensamente feliz de poder contemplar estos acuerdos, que son la base de
realización y sin los cuales no podría llegarse a un trabajo organizado una
comunidad que quiere triunfar.-
Fuente: PERÓN, Juan D.: Obras completas, tomo 24 (1), Buenos
Aires, Docencia, pp. 101-103.
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