1er OFICIAL DE "COMUNICACIONES" DIPLOMADO
EN "DEFENSA NACIONAL".
DE GENDARMERÍA NACIONAL ARGENTINA
PUEDO DECIR A TODOS USTEDES
QUE ESTOY MÁS QUE ORGULLOSO
DE SER LO QUE HE QUERIDO SER "UN SOLDADO"
DE SER LO QUE HE QUERIDO SER "UN SOLDADO"
1. DEL USO BRUTAL DE
No es la Caballería una de esas
tantas instituciones que han ido apareciendo a lo largo de la historia,
erigidas por un Papa o decretadas por un Rey. Si bien con el tiempo la Caballería se convirtió
en un estamento signado por un espíritu profundamente cristiano, nada tiene en
sus orígenes que recuerde los comienzos de una orden religiosa.
¿Hasta qué siglo
debemos remontarnos para encontrar el inicio de la Caballería ? Algunos han
creído deber recurrir a la época de los griegos, especialmente de los que vivían
en Atenas, entre los cuales existían los llamados "eupátrides", a
quienes Solón denominara precisamente "caballeros" . Otros han
preferido ubicar su origen remoto en el mundo de Roma, particularmente en los
llamados "equites romani". Con todo, sin negar que éstos puedan
constituir "antecedentes" de la institución caballeresca, nos parece
ir demasiado lejos en la inquisición de los orígenes. Al menos en lo que hace a
la concreta aparición de la
Caballería en Occidente, resulta mejor remitirse a los siglos
que enmarcaron las invasiones de los bárbaros. Occidente —y de manera peculiar la Iglesia — experimentó la
necesidad de atemperar los ardores de la sangre germana y de ofrecer un cauce o
un ideal a ese ímpetu, no pocas veces tan mal empleado. Tal nos parece el
origen remoto de la
Caballería : una costumbre germana idealizada por la Iglesia. De ahí que la Caballería no será
primariamente una institución sino un ideal, un estilo de vida militante, hasta
llegar a constituir con el tiempo la forma cristiana de la condición militar.
El "caballero" será simplemente "el soldado cristiano".
Fue el ataque
generalizado de los árabes contra el mundo cristiano, el detonante que exigió
de Occidente la formación de un ejército constituido casi exclusivamente por
hombres de a caballo. Luego esta institución se hizo más permanente, y no mera
respuesta a una emergencia coyuntural. En la edad feudal la figura del
caballero ya había cobrado un especial y firme relieve. El caballero era un
soldado o guerrero de distinción; el solo hecho de que pudiera sufragar los
gastos de mantenimiento de un buen caballo, con uno o varios sirvientes, los
correspondientes bagajes, y algún otro caballo de recambio, era señal de que no
se trataba de un rústico cualquiera, sino de alguien que poseía algún
patrimonio. Y como el mismo combatir a caballo suponía cierto entrenamiento en
el manejo de las armas con la consiguiente instrucción militar, todo esto vino
a otorgar a los caballeros cierta preeminencia y distinción en la sociedad
medieval. Si se trataba de un caballero que era al tiempo señor feudal, el
derecho a la caballería era heredado por el primogénito, con lo suficiente para
equiparse debidamente y poder seguir ejerciendo su digna profesión militar.
Como resulta obvio, el
ideal de la Caballería
no se realizó por un decreto, ni de un momento a otro, sino que fue fruto de
pacientes siglos. Porque hay que reconocer que en los turbulentos años que
corren entre los siglos VIII al XI —época en que fue cristalizando esta
institución— con frecuencia los caballeros no eran precisamente exponentes de
virtud. Demasiado a menudo la violencia era simplemente su manera de ganarse la
vida, formando un estamento social pendenciero y anárquico. ¿Cómo refrenar
tales ímpetus desorbitados y caóticos? ¿Cómo encauzar esas energías tumultuosas
dentro de la sociedad cristiana que dolorosamente se iba gestando? Fue
especialmente la Iglesia
quien realizó tan maravillosa transformación, convirtiendo al irascible
aventurero en el soldado cristiano. Fue el cristianismo quien infundió a los
guerreros una concepción más humana y más cristiana del uso de la fuerza y del
coraje. En una pedagogía de largo aliento la Iglesia presentó a los caballeros el ideal
religioso como el más elevado fin de sus empresas, sublimó sus hábitos y
costumbres, les mostró cómo el uso de la fuerza no había de ser brutal sino que
debía ponerse al servicio de la justicia, de la inocencia, de la debilidad, de
la religión, en una palabra, los impregnó del más elevado espiritualismo.
El resultado de tan
lúcido esfuerzo resulta de veras admirable. También en este terreno la Iglesia ejerció una eficaz
función educadora. Los tiempos eran duros; la guerra, el pan cotidiano. Estaban
los sarracenos, los piratas normandos, las luchas de familias: en todas partes
se combatía. Ningún camino estaba seguro. El Rey ya no se encontraba en
condiciones de defender a nadie, y los Condes se proclamaban Reyes. Era pues
natural que cuando en medio de tantas tribulaciones aparecía un soldado
valiente y resuelto, que se hacía respetar, los débiles lo rodeasen anhelantes
para ampararse en su fuerza. Fue en esa hora difícil cuando la Iglesia emprendió la
educación católica del guerrero. Y le propuso un ideal: la Caballería.
Para lograr que este
ideal se concretase, la Iglesia
no vaciló en recurrir incluso a costumbres paganas capaces de expresar la
concepción del combatiente. Entre las tribus germanas se estilaba el rito de
"dar las armas", como ellos decían. La escena se desarrollaba
generalmente en las penumbras de un bosque. Una vez reunida la tribu, se
adelantaba el candidato a las armas, un adolescente. El jefe de la tribu ponía
en sus juveniles manos un escudo o una lanza: le daba las armas. Se puede decir
que este rito bárbaro tan primitivo fue el elemento material de la nueva
creación de la Iglesia ,
la naturaleza sobre la cual se injertaría la gracia. A ese cuerpo la Iglesia le daría un alma.
2. LA CRISTIANIZACIÓN DE
LA GUERRA
Es evidente que la
guerra como tal no puede ser grata a nadie. Más aún, parece que debe resultar
terrible para toda persona que no ha perdido e| sentido de las cosas. Por algo
decía San Agustín que si alguno puede pensar en la guerra y soportarla sin un
gran dolor, "ha perdido el sentido humano" (1). Y en carta a
Bonifacio proclamó un principio básico: "La guerra se hace para lograr la
paz" (2). Esta carta puede ser considerada como un admirable Tratado sobre
la Guerra. Luego
de mostrar lo repugnante que resulta la guerra a primera vista, señala cómo en
no pocas circunstancias acaba por ser una necesidad. Y sería tan inhumano ser
belicista por principio como pacifista a ultranza: "No pienses que nadie
puede agradar a Dios si milita con armas de guerra. Militar era el santo
David... Soldado era aquel centurión... Soldado era Cornelio, etc.. . . No se
busca la paz para promover la guerra, sino que guerra se hace para lograr la
paz. Sé, pues, pacífico aun cuando pelees, para que venciendo a aquellos contra
los cuales luchas los lleves a la paz" (3).
Sea lo que fuere,
Debe agregarse, con
Rábano Mauro, el caso frecuente de una invasión que siempre es legítimo
repudiar con la fuerza (5). El más grande enciclopedista de la Edad Media , Vicente de
Beauvais, en los mismos años en que toda Francia escuchaba o leía cantares de gesta,
durante el reino de San Luis, desarrolló la doctrina agustiniana: "Tres
son las condiciones para que una guerra sea justa y lícita: la autoridad del
príncipe que ordena la guerra; luego, una causa justa, y, por fin, una
intención recta". Y agregaba el compilador del siglo XIII:
"Por causa justa hay que entender que no se va contra sus hermanos sino
cuando han merecido un castigo por alguna infracción al deber, y la intención
recta consiste en hacer la guerra para evitar el mal, para hacer avanzar el bien"
(6). No otra cosa enseñaba Santo Tomás (7). En cuanto a las guerras injustas,
San Agustín las había ya calificado de manera tajante: "¿Qué otro nombre
cumple darle que el de gran latrocinio?" (8).
"Quienes
pretenden que la doctrina de Cristo es contraria a la cosa pública, den al
Estado un ejército formado por soldados tales como los quiere la doctrina de
Cristo. Porque son, en verdad, grandes y gloriosos los guerreros valientísimos
y fidelísimos que, a través de mil peligros y con la ayuda de lo alto, triunfan
sobre enemigos reputados invencibles y dan paz al Imperio. Cuando esos
campeones de una causa justa logran vencer, hay que ver en ello un don de
Dios" (10).
Entre los siglos que separan a San Agustín de Santo Tomás
Tal la figura del caballero, el guerrero cristiano, el que trabaja "comunalmente" , el "honrado".
3. LOS TRES ESTAMENTOS
DE LA CRISTIANDAD
Demos de nuevo la
palabra al Rey don Alfonso: "Defensores son uno de los tres estados, por
que Dios quiso que se mantuviese el mundo. Pues así como los que ruegan a Dios
por el pueblo, son dichos oradores; y asimismo los que labran la tierra y hacen
en ella aquellas cosas por que los hombres han de vivir y de mantenerse, son
dichos labradores; asimismo los que han de defender a todos son dichos defensores.
. . Y esto fue, porque en defender se ocultan tres cosas: esfuerzo, honra y
poderío. En el título anterior a éste mostramos cuál debe ser el pueblo con
relación a la tierra, haciendo linaje que la pueble, y labrándola para tener
los frutos de ella, y enseñorearse de las cosas que en ella fueren, y
defendiéndola, y guardándola de los enemigos, que es cosa que conviene a todos
comunalmente. Pero con todo ello pertenece más a los Caballeros, a quienes los
Antiguos dicen Defensores. Lo uno, porque son más honrados. Lo otro, porque
señaladamente son establecidos para defender la tierra y acrecentarla"
(12).
Oficio es pues del
Caballero la defensa de los dos estamentos débiles, el del Orador y el del
Labrador, oficio irreemplazable en una sociedad bien constituida. Cada sector
debe cumplir su papel específico. "Los estados son de tantas maneras
—escribe el príncipe don Juan Manuel, sobrino del Rey don Alfonso — , que lo
que pertenece a un estado es muy dañoso al otro. Y entendedlo bien, que si el
caballero quisiera tomar estado de labrador o de menestral, mucho impide al
estado de caballería, y lo mismo si estos dichos toman estado de
caballería" (13).
Cerremos este apartado
transcribiendo la pintoresca descripción que nos ofrece Raimundo Lulio del
principio y significado de la
Caballería :
"Faltó en el
mundo la caridad, lealtad, justicia y verdad; empezó la enemistad, deslealtad,
injuria y falsedad; y de esto se originó error y perturbación en el pueblo de
Dios, que fue criado para que los hombres amasen, conociesen, honrasen, sirviesen
y temiesen a Dios.
"Luego que
comenzó en el mundo el desprecio de la justicia por haberse apocado la caridad,
convino que por medio del temor volviese a ser honrada la justicia; por esto
todo el pueblo se dividió en millares de hombres, y de cada mil de ellos fue
elegido y escogido uno, que era el más amable, más sabio, más fuerte, de más
noble ánimo, de mejor trato y crianza entre todos los demás.
"Se buscó también entre las bestias la
más bella, que corre más, que puede aguantar mayor trabajo y que conviene más
al servicio del hombre. Y porque el caballo es el bruto más noble y más apto
para servirle, por esto fue escogido y dado a aquel hombre que entre mil fue
escogido; y este es el motivo por que aquel hombre se llama caballero.
"Habiéndose destinado para el hombre más noble el bruto más generoso, se
convino que entre todas las armas se escogiesen y tomasen las que son más
nobles y conducentes para combatir y defenderse de las heridas y de la muerte;
y éstas son las que se apropiaron al caballero. Al que quiere entrar en la Orden de Caballería le
conviene considerar y meditar el noble principio de la Caballería.. .
"Amor y temor convienen entre sí contra el desamor y menosprecio; por esto
convino que el caballero, por su nobleza de ánimo y buenas costumbres y por la
honra tan alta y grande que se le hizo escogiéndolo entre todos y dándole
caballo y armas, fuese amado y temido de las gentes; para que por el amor
redujese al prístino estado la caridad y buen trato, y por el temor, la verdad
y justicia" (14).
Pensamos que lo dicho es suficiente para entender el origen de la Caballería y su oficio
en el seno de la
Cristiandad. En una palabra, la Caballería es la
consagración de la condición militar o, al decir de Gautier, la fuerza armada
al servicio de la verdad desarmada (15).
Notas
(1) De Civitate Dei, I. XIX, cap. Vil.
(2) A Bonifacio, Ep. 189, 6.
(3) Ibid.
(4) Quacstiones Heptateuchum VI: PL 34, 781.
(5) Cf. De Universo: PL 111, 533.
(6) Speculum morale, I. III, pars V, dist. 124.
(7) Cf. Suma Teológica ll-ll, 40, I, c.
(8) De Civitate Dei, I. IV, cap. VI.
(9) Contra Faustum: PL 42, 447.
(10) De Civitate De¡: PL 41, 440-441.
(11) ALFONSO X EL SABÍO, Las Siete Partidas, 2s Partida, título XXI, ley 1.
(12) Ibid., título XXI, prólogo. Los subrayados son nuestros.
(13) DON JUAN MANUEL, Libro del caballero et del escudero, cap. XXXVIII, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1905, p. 245. En adelante, citaremos siempre según esta edición.
(14) RAIMUNDO LULIO, Libro de
(15) Cf. LEÓN GAUTIER,
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