La Orden Militar de Caballería Ligera del Papa, es jesuita laica, bajo la Bendición del General de la Compañía de Jesús, Padre Adolfo Nicolás, colaboradores en la obra de Dios y de los Jesuitas en la misión de Cristo, en obras inspiradas en el desarrollo, la justicia social, los derechos humanos de los pueblos , el cuidado del medio ambiente y en la espiritualidad ignaciana, sean o no sus dignatarios de la Compañía de Jesús) click..
Quiénes somos
Los Caballeros de la Orden , soldados de Dios, somos jesuitas laicos, somos hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios.
(dijo Lord Maculay)
Existen prólogos de obras, especialmente históricas, que van más allá de la comprensible tentación del prologista por la enumeración de virtudes del autor que ha depositado en él la responsabilidad de explicar su estudio.
Existen prólogos que constituyen una suerte de apéndices que ensamblan perfectamente en la estructura de la obra, constituyendo casi un original capítulo inicial de ella.
El último trabajo de Julián Zinny, ese enorme trovador que le canta a los orígenes etnohistóricos del hombre de nuestras tierras, que horada hasta las médulas de nuestra cultura regional, contiene un prólogo de Salvador Cabral, deleitable no sólo por el singular estilo del autor, sino, básicamente por su contenido. Constituye una magnífica y clara síntesis de las raíces de nuestra cultura.
Para orientar sobre el significado de la obra de Zinny, Cabral se remonta al momento mismo de la conquista española de las tierras del Plata y la conexión hispano-guaraní, hecho fundante de nuestra identidad regional.
Considera, en este sentido, que la armónica relación inicial entre estas dos culturas, la del conquistador y la del dueño de esta tierras, no fue producto de una aparente docilidad del Avá, sino que, a partir de este encuentro, ambos enfrentaron un enemigo común: el Imperio Inca, a quien los guaraníes habían enfrentado en reiteradas oportunidades, con resultados diversos, con la ayuda de sus hermanos los chiriguanos. Esas guerras habían tenido como objetivo el de arrebatarle a los Incas las zonas donde se producían los metales, es decir, exactamente el mismo indisimulado interés del conquistador español. Por esta razón, para el conquistador esta alianza fue fundamental. Y juntos, conquistadores y conquistados reemprendieron las campañas hacia las tierras de los descendientes de Atahualpa.
Enorme fue la desilusión de estos aliados cuando, en 1548, en su tercera incursión, don Domingo de Irala, con una expedición compuesta por miles de guaraníes, se encuentra con la infausta noticia de que otros conquistadores españoles, en nombre del Rey, ya habían empezado a horadar las sierras del oro y de la plata potosina.
Y allí nacieron, según describe Cabral, las encomiendas, es decir, la brutal explotación de los españoles, adueñados de las tierras, y los mismos saqueados, antiguos aliados, el pueblo guaraní. Una desagradable forma de compensar los esfuerzos de los primeros habitantes de estos lares, por afianzar la alianza concretada desde el momento mismo del encuentro de estas dos culturas.
Las encomiendas nacieron, así, como una consecuencia del fracaso del propósito inicial de explotar las sierras del Potosí. Los españoles conquistadores del Plata se encontrarán que del único lugar donde se podía extraer riqueza era del propio trabajo del pueblo guaraní.
Y en esas circunstancias aparece la enorme figura de Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias), como responsable de la presencia de los misioneros jesuitas en estas tierras. La Compañía de Jesús surge como una alternativa para atenuar la explotación del pueblo guaraní en las encomiendas. Dice Cabral del primer gobernador criollo del Río de la Plata que: “…era un hombre activo, curioso, andador incansable. Recorrió parte del inmenso mapa que abarcaba la cultura guaranítica, que se extendía del Amazonas al Plata, de la isla de Santa Catalina a los Andes. Hernandarias recorrió el Guayrá, el Tape, el Iberá; peleó con los indios que ya estaban alzados contra las encomiendas y perdió varias batallas contra los guaraníes. Repoblada Buenos Aires por asuncenos en 1580, Hernandarias se encargó de que los hombres de Buenos Aires no practicasen el contrabando. Miró el mapa y se fijó hasta dónde llegaban los límites de España en los mares helados y desconocidos del extremo sur. Y se hizo a la mar, hasta el estrecho de Magallanes. Como no podía ser de otra manera, entró en conflicto con los habitantes de Buenos Aires que practicaban el contrabando. Los pleitos de Hernandarias contra los contrabandistas ocupa un largo lugar en la historia de la conformación de nuestra nacionalidad
De todas sus batallas, viajes y exploraciones, peleas y juicios, llegó a dos conclusiones: no se podía gobernar Buenos Aires desde Asunción y el río Paraná tenía que dividir la jurisdicción; y la segunda, que no se podía incorporar al guaraní con la encomienda. Y para esta tarea había que llamar a los sacerdotes de la orden de San Ignacio de Loyola, los jesuitas. En una memorable petición al Rey, como gobernador del Río de la Plata, le pide ambas cosas. Y el Rey accede. Se crea la gobernación de Buenos Aires y se autoriza la instalación de las Misiones Jesuíticas.
Así comenzó esta experiencia inconmensurable que hace renacer la región, la articula, la consolida….”
Imposible una mejor explicación. Allí está la base y el sentido de casi todas las manifestaciones culturales de nuestra extensa región guaranítica. Una región que tiene, en la presencia misionera de los jesuitas, la más exitosa experiencia de la Iglesia en Hispanoamérica.
Y en Hernando Arias de Saavedra, la más sabia decisión tomada para un destino donde lo guaraní y lo jesuítico, enlazados entre sí, han marcado para siempre el modo de ser, el tekó, de nuestra gente.
Por Alfredo Poenitz
Historiador
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