miércoles, 1 de mayo de 2013

Los reinos protestantes asilaron a los jesuitas expulsados





Federico II de Prusia
Protector de los Jesuitas después de la supresión de la Orden


La Compañía de Jesús nació, a mediados del siglo XVI, con el objetivo de enfrentar al protestantismo nacido con la Reforma. Paradójicamente fueron reyes protestantes de Prusia y Rusia quienes los protegieron y asilaron después de suprimida la Orden en 1773.

René Kruger, un prestigioso intelectual de nuestros tiempos, pastor luterano y especialista en la historia de las Misiones Jesuíticas del Paraguay, plantea la experiencia de los curas de la Compañía de Jesús entre los guaraníes como una “experiencia ecuménica”. Se basa para fundamentar su planteo en tres cuestiones: a) Que la Compañía de Jesús fue una orden religiosa internacional que tuvo entre sus filas a misioneros de todas partes del mundo.

b) Que la labor de los religiosos con los guaraníes significó una simbiosis cultural, como muchas veces se ha expuesto en esta columna. Una nueva cultura nació en el contacto de los jesuitas con los guaraníes, donde cada uno aportó elementos que contribuyeron a la concreción de la experiencia más importante de la Iglesia en Hispanoamérica.

c) Por último, expulsados los jesuitas en 1768 y suprimida la Orden en 1773 por el Papa Clemente XIV, y después de deambular durante muchos meses por las costas europeas, rechazados una y otra vez, fueron amparados por el Rey Federico II de Prusia, soberano de un estado luterano, y Catalina II de Rusia, de origen alemán y luterana de formación religiosa, luego zarina rusa y por matrimonio convertida a la Iglesia Ortodoxa Rusia.

En este último aspecto nos detendremos porque constituye un hecho histórico poco conocido. Los Jesuitas, que nacieron como una orden organizada en base a estructuras militares, defensores acérrimos de la universalidad del Papa y, por lo tanto, férreos contrarios a la Reforma Protestante del siglo XVI, fueron, paradójicamente, acogidos por estados protestantes en su exilio posterior a la decisión del rey español Carlos III de expulsión de todos los territorios ibéricos del mundo. En su exilio se dedicaron a escribir las experiencias vividas en tierras americanas, memorias que hoy constituyen una fuente primordial para la investigación histórica de esta experiencia misional.

A la orden de expulsión decretada en 1767, y efectivizada un año después en la Provincia Jesuítica del Paraguay, continuó la supresión de la Orden, decidida en 1773 por el Papa Clemente XIV. Aún los estudiosos de estos temas siguen preguntándose, con respuestas diversas, cómo pudo ser posible, qué ocultas necedades y envidias en los alfombrados espacios palaciegos y papales, hicieron posible que, luego de haber misionado en tantas regiones del mundo durante más de dos siglos y de haber gozado, incluso, de la admiración y favores de tantos monarcas y Pontífices a lo largo de todo ese período, la obra de los Jesuitas fuese aniquilada en breve tiempo con la terminante orden de que su memoria debía ser erradicada en todo el mundo. Como ya se ha relatado en otro artículo en esta misma sección, los curas de la Península ibérica fueron maltratados y denostados en su periplo por el Mediterráneo hasta que, poco tiempo antes de la supresión de la Orden fueran recogidos, a desgano, por el Papa en los Estados Pontificios.

En las posesiones españolas en América fueron expulsados más de 2000 religiosos. En su travesía rumbo al puerto de Cádiz murieron algunos de ellos. Las humillaciones, la prisión, la profunda frustración, las privaciones sufridas pusieron fin a sus vidas. De la Provincia del Paraguay fueron expulsados 457 religiosos, siendo, la mayoría de ellos, españoles. Sumaban 295 de aquel reino. Había también 53 alemanes, 17 italianos y algunos ingleses y portugueses, además de unos cuantos rioplatenses. Inicialmente los jesuitas de las 7 Provincias americanas terminaron su periplo en los Estados Pontificios, y concretamente los del Paraguay, en Faenza. Los extranjeros, en tanto, volvieron a sus Provincias de origen. Pero permanecieron allí muy poco tiempo, pues muy pronto la Compañía sería disuelta.

Y es en ese momento en que los curas encuentran la protección de los estados protestantes. Federico II de Prusia, el Grande, y Catalina II de Rusia, la Grande, cuyos reinos no estaban bajo la autoridad de Carlos III y donde tampoco tuvo vigencia el decreto de disolución de la Orden de 1773 por no estar bajo la autoridad religiosa del Papado romano, otorgaron asilo a un importante número de jesuitas. En Prusia, trabajaron en educación y en ciencias, además de escribir sus experiencias en América, como ya se ha relatado.

En 1778, Catalina II instaló un noviciado para los jesuitas instalados en Bielorrusia. Indica Kruger que ello permitió la supervivencia de la Orden. Constituyó la semilla desde la cual revivió posteriormente la Compañía una vez que fuese restaurada a principios del siglo siguiente.

En la Prusia luterana, al conquistar en esos tiempos el Imperio una parte de Polonia, se incorporó una importante población católica que fue atendida por algunos de los jesuitas asilados por Federico II.

Es probable que la actitud de protección a los miembros de la Compañía por parte de los reyes de Rusia y Prusia haya sido motivada por móviles políticos, de oposición al Papa o a las cortes borbónicas, en épocas complejas de las relaciones entre los imperios europeos, pero lo real es que esta decisión mantuvo en vida la Compañía. Curiosamente, los jesuitas fueron expulsados en 1815 de San Petersburgo y luego en 1820 de toda Rusia pero esto ya no afectó su posterior desarrollo, pues la Compañía ya había renacido.

Un repaso a las condiciones que la Compañía requería de los religiosos interesados en misionar en tierras americanas muestra que aquellos debían tener:

– fe inquebrantable,
– fuerza de carácter, 
– elevado sentido de obediencia y disciplina, 
– capacidad de adaptación, 
– conducta intachable 
– excelente estado de salud,
– espíritu, ánimo y coraje para enfrentar altos riesgos,
 – aprendizaje del idioma guaraní – estudios y conocimientos profundos en la agricultura, las artes y los oficios, en música, arquitectura, escultura, lingüística, astronomía, administración, geografía.


Ello muestra claramente el elevadísimo nivel cultural y científico que poseían los Padres de la Compañía de Jesús. Los monarcas protestantes supieron valorar estas virtudes de los cientos de religiosos que deambulaban por el mundo sin rumbo fijo, abandonados a su suerte por el Rey de España y el Papa, para protegerlos y poder contar con sus capacidades para el desarrollo científico, cultural y religioso de sus posesiones.

Y esta protección significó, afortunadamente para la historia de la Iglesia Católica, la supervivencia de la Orden de la Compañía de Jesús

Unidos en Cristo Jesús y en María Santísima, oremos por el fructífero pontificado de S.S. el Papa Francisco, por Su Eminencia Reverendísima, Mons Mario Poli Arzobispo de Buenos Aires, y por el Padre General de la Compañía de Jesús Adolfo Nicolás S.J.

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