Y de pronto un día los bajé y ya no
los volví a cargar.
Un día, sin darme cuenta, ellos se
hicieron grandes. Demasiado grandes para caber en mis brazos. Demasiado grandes
para colgarse de mis piernas. Demasiado grandes para descansar en mi pecho. Un
día los bajé y ya no los volví a cargar.
Un día, sin darme cuenta ellos se
hicieron fuertes. Lo suficientemente fuertes para seguir adelante aunque
estuvieran cansados; lo suficientemente fuertes para calmar su propio dolor. Lo
suficientemente fuertes para enfrentar sus más profundos miedos. Un día los
bajé y ya no los volví a cargar.
Un día sin darme cuenta, ellos ya
podían ver lo que yo podía ver y más: ellos podían ver la belleza del mundo,
ellos podían ver a aquellos que la sociedad ignora, ellos podían ver soluciones
donde otros veían problemas, ellos triunfan y caen sin que yo esté ahí.
Y aunque físicamente ya no los
cargue, siempre estaré ahí para aplacar sus miedos, para escucharlos cuando lo
necesiten, para dar un aplauso por sus logros, para dar un consejo en tiempos
de dudas o simplemente para abrazar sin necesidad de palabra alguna.
Pero ya nunca descansarán en el borde
de mi cadera o se quedarán dormidos con sus pequeñas piernitas colgando de mí.
Ya nunca necesitarán mi ayuda para ver por encima de la gente. Ya nunca serán
pequeños para caber entre mis brazos. Ya nunca levantarán sus brazos para que
yo la cargue.
¡Pero siempre estaré ahí, disfrutando
de su alegría y llorando por su dolor!.
Disfrutemos a nuestros hijos que el
tiempo vuela y no perdona.
Un abrazo de luz a todos los padres.
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