Soy de
Bruselas, Bélgica. Mi familia se estableció desde 1450 en esa ciudad. La casa
familiar era del año 1500, aunque después nos cambiamos a una casa más moderna.
Nuestra familia es muy antigua, de industriales y con una muy buena situación
económica.
Nací
en 1924, yo era el mayor de cuatro hermanos. Mi padre murió cuando yo tenía
diez años y mi hermano menor sólo tenía un año. Mi mamá fue doblemente viuda.
En 1914 enviudó de su primer marido, que mataron en la I Guerra Mundial. Era el
hermano de mi papá. En los años ’20, después de la guerra, mi madre se casó con
su cuñado y nacimos nosotros.
Mi mamá
siempre estuvo dispuesta a que uno de sus hijos fuera religioso, pero no el
mayor. Ella quería que yo quedara a cargo de las grandes empresas
multinacionales que tenía mi familia. Son
empresas de materiales de construcción que han llegado incluso a Chile. Acá mi
familia es dueña, por ejemplo, de Pizarreño y Cerámicas Cordillera.
Cuando
éramos niños nunca fuimos al colegio: teníamos preceptores, con profesor de
gimnasia y todo en la casa. Recién en primer año de humanidades comenzábamos a
ir al colegio, toda la educación básica la hicimos en la casa. Era una
costumbre en ese tiempo, en familias como la mía. Recuerdo que hacíamos zumbar a
los profesores con mis tres hermanos. Al de gimnasia lo molestábamos, tanto que
le pidió a mi mamá no venir más, ¡así de insoportables eran estos cuatro cabros!
Estudiábamos
desde las cuatro en adelante. El resto del día jugábamos y paseábamos, era una
vida muy simpática. Vivíamos en el límite de la ciudad, es decir nuestra casa
estaba casi en el campo.
Yo era muy indisciplinado. Buen
alumno, pero muy indisciplinado. Me echaban de los colegios. Mi mamá me
cambiaba, y me decía que si me echaban por disciplina no importaba, por notas
era más grave.
Casi
siempre fui a colegios religiosos, uno de la Compañía de Jesús, pero de ahí me
echaron. Así que no tuve demasiado contacto con los jesuitas en mi niñez y
juventud.
Pensar
en ser cura, de ninguna manera. Fui jefe scout y eso me
ayudó mucho. A veces me daba vergüenza ser jefe en los Scout de chiquillos que
eran mucho más cristianos que yo. Como anécdota puedo contar que fui jefe del
rey Balduino. Tengo una foto del rey cuando era cabro chico.
En
un momento dado pensé en ser benedictino. No iba a misa, era muy incrédulo,
pero pasaba todas las Semana Santa en un monasterio benedictino. Ahí lloraba
como Magdalena, hacía adoración nocturna del santísimo el jueves Santo,
escuchando los ruiseñores en la noche, qué cosa divina. Pero los benedictinos me
dijeron tantas estupideces sobre los jesuitas, que al final terminé entrando a
la Compañía. Tenían razón, me decían “si te haces jesuita, renuncias a rezar.
No vas a tener nunca consolación ni ayuda para rezar, porque los jesuitas son
pura actividad, contemplativos en la acción”.
La
Segunda Guerra Mundial cambió de manera radical mi vida. Todo nuestro grupo Scout se transformó en un grupo de espionaje
para los ingleses. Trataban de robar un plano de un submarino chiquitito que
hacían los alemanas y organizar también la llegada de las tropas aliadas a
Bruselas. Muchos de los chiquillos de mi tropa fueron matados por los alemanes
después. A mi me tomaron preso, yo me escapé jabonado.
Al
salir del colegio yo hice
mis estudios en la universidad. Hacía dos cosas: estudiaba en la universidad y
hacía espionaje, era francotirador, todo junto. Estudié un año medicina, un año
ingeniería y un año derecho. Cambiaba de universidad porque si no, los alemanes
me ubicaban. Como estaba haciendo espionaje, tenía que cambiar de ciudad y
universidad todos los años.
Hice todo eso porque quería ser
ingeniero agrónomo pero mi familia no quería, porque eran estudios de segunda
mano. Pero a mi me encantaba el campo, en el castillo de mi
abuela yo tenía hasta un caballo para arar la tierra como hacían antes, a mano.
Pasaba el día entero trabajando así para descansar. Con escándalo de mi
abuelita, que decía que yo tenía olor a vaca.
En
ese tiempo vivía con mi mamá, pero ella no sabía que tenía un chiquillo que era
buscado por la policía alemana. Un tiempo tuve escondido en el subterráneo de
mi casa a uno de los jefes de mi tropa, le daba comida y mi mamá ni siquiera
sabía. Igual, después lo tomaron preso y lo mataron. Era un vizconde de Bélgica
bien famoso.
Esos
fueron un año o dos años de mi vida, quizás los menos interesantes, pero toda
la gente quiere preguntarme cuántos alemanes maté. Era evidente que tenía que
matar los más que podía. Las vueltas de la vida hicieron que años después yo
estuviese estudiando Teología en Roma, al lado de un alemán, y conversando un
poco de lo que nos había pasado descubrimos que estuvimos frente a frente en la
batalla, disparándonos mutuamente, durante 15. Como el profesor era un español
de lo más anticuado, yo le decía “por qué no me mataste, Biesen, mejor hubiese
muerto que escuchar a este huevón hablando”. Y
él me dice “¿por qué no me mataste tú mejor?”. Estábamos los dos a nuestros
treinta y dos años escuchando un curso en latín, ¡imagínate! Todo un
aburrimiento.
DE ESPÍA A JESUITA
Al
salir del colegio yo hice
mis estudios en la universidad. Hacía dos cosas: estudiaba en la universidad y
hacía espionaje, era francotirador, todo junto. Estudié un año medicina, un año
ingeniería y un año derecho. Cambiaba de universidad porque si no, los alemanes
me ubicaban. Como estaba haciendo espionaje, tenía que cambiar de ciudad y
universidad todos los años.
Hice todo eso porque quería ser
ingeniero agrónomo pero mi familia no quería, porque eran estudios de segunda
mano. Pero a mi me encantaba el campo, en el castillo de mi
abuela yo tenía hasta un caballo para arar la tierra como hacían antes, a mano.
Pasaba el día entero trabajando así para descansar. Con escándalo de mi
abuelita, que decía que yo tenía olor a vaca.
En ese
tiempo vivía con mi mamá, pero ella no sabía que tenía un chiquillo que era
buscado por la policía alemana. Un tiempo tuve escondido en el subterráneo de
mi casa a uno de los jefes de mi tropa, le daba comida y mi mamá ni siquiera
sabía. Igual, después lo tomaron preso y lo mataron. Era un vizconde de Bélgica
bien famoso.
Esos
fueron un año o dos años de mi vida, quizás los menos interesantes, pero toda
la gente quiere preguntarme cuántos alemanes maté. Era evidente que tenía que
matar los más que podía. Las vueltas de la vida hicieron que años después yo
estuviese estudiando Teología en Roma, al lado de un alemán, y conversando un
poco de lo que nos había pasado descubrimos que estuvimos frente a frente en la
batalla, disparándonos mutuamente, durante 15. Como el profesor era un español
de lo más anticuado, yo le decía “por qué no me mataste, Biesen, mejor hubiese
muerto que escuchar a este huevón hablando”. Y
él me dice “¿por qué no me mataste tú mejor?”. Estábamos los dos a nuestros
treinta y dos años escuchando un curso en latín, ¡imagínate! Todo un
aburrimiento.
Luego
de eso hice la Tercera Probación, donde conocí a Renato Poblete, que fue el
primero en matricularme para Chile.
Y durante la Tercera Probación
me llegó la carta del Padre General que me decía que iba yo a Chile. Él había
conocido al padre Hurtado porque fue su Rector cuando él hacía la Teología en
Roma y cuando fue ordenado, y sabía que la obra necesitaba ayuda. Me llevó, y
por eso que estoy hace 50 años aquí.
Antes
de eso yo había pedido ser misionero en la India, porque casi todos los
jesuitas belgas éramos enviados a otros países. Pero cuando terminé mis
estudios, el Provincial me destinó, una vez que terminara la Tercera Probación,
a ser capellán en una universidad de Bruselas donde se propagaba mucho el
ateísmo. Es un poco raro ser capellán de eso, pero a mi me siempre me ha
gustado la gente que no cree en nada. Por ejemplo, ahora le hablé en un retiro
a 400 chiquillos de colegios de Puerto Montt, Puerto Varas y Osorno. Dicen que
de luego de las 3 horas en que les estoy sacando la madre a
los chiquillos, recuperan la fe los que la han perdido. Les parece tan
extraordinario ver a un cura hablando como la gente. Hace años que doy retiro a
los chiquillos de esos colegios. Tres horas y no vuela una mosca. ¡Hay que
ser un buen payaso para lograr eso!
Entonces,
estando yo destinado a otro lado, llega esta carta del padre General. El Provincial me llamó y me dijo “quieren mandarte a Chile. Yo
voy a escribir una carta al Padre General para explicar que tú no puedes ir
porque tienes una tarea”. Me leyó la carta, de cuatro páginas, diciendo por qué
no podía ir. Y después llegó la contestación del Padre General diciendo “gracias
por su carta, Padre Provincial. El padre Van der Rest saldrá para Chile el 4 de
octubre”. El Provincial me dijo “¿te das cuenta que los provinciales
tienen que ser obedientes también? Me podría haber contestado un poco más, ¡si
le mandé cuatro páginas!”.
Para
mí era un sacrificio bien grande esta nueva misión, yo quería quedarme en
Bruselas porque me encantaba el desafío de ser capellán de esa universidad.
Este nuevo destino era un cambio total de orientación en mi vida.
TECHO DIGNO PARA TODOS
Fue
un mes de viaje, en barco. Era un barco de carga, con seis pasajeros. Llegué a
Valparaíso y me fui a vivir a una casa de los jesuitas en Los Alerces.
Luego
llegué a Santiago, donde en el primer tiempo me fui a vivir en tres poblaciones: la Colo Colo, donde está el
parque de Las Américas, en el Zanjón de la Aguada, donde está la Autopista del
Sol, y en La Victoria. Estas son las tres poblaciones que me formaron a ser un
buen chileno.
Ahí
vivía casi solo, pocos compañeros me acompañaban de vez en cuando. Apenas hablaba
castellano, así que todos los chiquillos de la población se morían de la risa
de cómo hablaba.
Aprendí
a hablar sin darme cuenta y en el lenguaje de los chiquillos. Recuerdo que el
primer Presidente del Hogar de Cristo me invitó en esa época a comer. Su señora
me preguntó “padre, usted que está recién llegado, ¿cómo se arregla para
entender el lenguaje tan raro de los chiquillos de la calle?” Y yo le dije
“mira, para decir la verdad, gringo soy, pero no me dejo pichulear así
no más”. El caballero estaba rojo de rabia, la señora muerta de la risa y yo no
entendía nada, no sabía que había metido la pata. Después
les preguntaba a los chiquillos “¿qué cosa le he dicho a esta señora, tan
tremenda?”.
Lo
que me impresionó más es la simpatía que hay acá hacia los curas. En Europa el
cura es el que se usa para dar miedo a los niñitos, y los obreros en general
odian a los sacerdotes. Acá eres como el viejo pascuero. Todos los niños corren
hacia ti, te tocan, hay un cariño inmenso. Eso me impresionó un montón.
Un
tiempo después mi mamá compró la casa que está en la esquina de Barroso con
Alameda en Santiago. Ahí viví 40 años. Mi vida de la Compañía en Chile son
cuarenta años en la residencia Bellarmino, y diez años con los Juniores. Ahora
que vivo con ellos, tengo que hacer la comedia de ser joven como todos esos
chiquillos.
Desde
que llegué a Chile he trabajado en el Hogar de Cristo. También he tenido otros
trabajos: por ejemplo, con los Scout en liceos fiscales, y hace 50 años fundé
la Tropa Scout Cruz de la Montaña del colegio San Ignacio El Bosque. También he
formado varias parroquias en las poblaciones donde he vivido, creando
comunidades con la gente de alrededor. Cuando ya estaba armada la parroquia, la
traspasaba el clero secular. He formado en Santiago, en Concepción y en otras
partes, en total son unas 14. Pero todo esto lo hacía en forma paralela a mi
trabajo principal, que era en el Hogar de Cristo.
Una
de mis tareas ha sido, desde que llegué, ser Capellán de las Hospederías del
Hogar. No he dejado ni un año sin atender a esta pobre gente, que anda con el
marrueco abierto y olor a pipí.
En las
hospederías he presenciado milagros impactantes. ¿Cómo es posible reunir allí
lo más conflictivo de nuestras ciudades, desde borrachines hasta delincuentes,
sin tener que recurrir jamás a la policía para resolver algún problema? Muchas
veces teníamos 250 hombres con sólo un cuidador en la noche, pero al ver el
cuadro del “padrecito” en la portería, los amigos sabían que tenían que
portarse bien.
Me
tocó alojarme en muchas hospederías, incluso ser el cuidador y fundador de una
de ellas en Concepción. Muchos años sin lamentar algo muy grave es como para
agradecer a nuestro fundador. Algunas veces, en días de lluvia tuvimos casi 400
hospedados y sólo 72 camas. Hoy, ningún “sin techo” que pida alojamiento en
nuestras hospederías a lo largo de todo Chile queda sin cama.
La
ambulancia del Hogar recoge a muchos ancianos en la calle, que no sabemos
quiénes son ni cómo se llaman. No hay familiares que los vengan a ver, la
mayoría están muy enfermos. Hoy mismo fui a dar la extremaunción a uno de
ellos. Nos referimos a ellos con nombres de santos jesuitas, y les doy el
sacramento en compañía de los médicos y auxiliares que están alrededor.
Me
emociona ver cómo en la sala para enfermos terminales del Hogar los pobres
mueren como ricos. Con televisión en colores, con oxígeno y todos los cuidados
que necesitan, una enfermera que los atiende día y noche. No es como antes,
cuando recién había llegado a Chile. Los viejos no cabían en el hogar, no nos
alcanzaban las camas ni la ropa de cama. A veces decíamos “¿y este por qué no
se levanta?”. No se levantaba porque estaba muerto.
Una
de las grandes tareas que me tocó realizar en el primer tiempo en el Hogar fue,
junto a Carlos Hurtado, transformar el gran internado de niños en hogares con
una estructura familiar. Vivían 15 niños en una casa, con un matrimonio a
cargo, que hacía el rol de papá y mamá. Hay matrimonios que han trabajado por
más de treinta años conmigo.
Pero
luego me fui dando cuenta de que es mucho más recomendable que un niño crezca
en una mala familia a que sea internado en una institución, pues poco a poco
hemos encontrado maneras para que el Hogar atienda a la familia en su propio
contexto. Finalmente, vimos que el costo de internar a un niño es mucho más
alto que el de una mediagua, que da además solución a toda la familia.
Analizando
la problemática de las familias que llegaban al Hogar de Cristo nos dimos
cuenta de la importancia del tema de la vivienda, y que se convirtió en mi
trabajo más relevante en estos 50 años que llevo en el Hogar.
Dar
una vivienda básica es como poner el parche antes de la herida. ¿Por qué los niños llegan a internarse en el Hogar de Cristo?
Porque tienen un padrastro? ¡No! Porque tienen una casa tan chica, donde cada
vez que el padrastro sale a trabajar tiene que darle una patada al hijastro,
porque está frente a la puerta. Terminan sin poder vivir y hay que internarlos.
Pero eso cambia si tú les das una casa un poco mejor. Las casas nuestras son de
tres metros cuadrados por nuca, como me
enseñaron los Chinos.
En las
hospederías he presenciado milagros impactantes. ¿Cómo es posible reunir allí
lo más conflictivo de nuestras ciudades, desde borrachines hasta delincuentes,
sin tener que recurrir jamás a la policía para resolver algún problema? Muchas
veces teníamos 250 hombres con sólo un cuidador en la noche, pero al ver el
cuadro del “padrecito” en la portería, los amigos sabían que tenían que
portarse bien.
Me
tocó alojarme en muchas hospederías, incluso ser el cuidador y fundador de una
de ellas en Concepción. Muchos años sin lamentar algo muy grave es como para
agradecer a nuestro fundador. Algunas veces, en días de lluvia tuvimos casi 400
hospedados y sólo 72 camas. Hoy, ningún “sin techo” que pida alojamiento en
nuestras hospederías a lo largo de todo Chile queda sin cama.
La
ambulancia del Hogar recoge a muchos ancianos en la calle, que no sabemos
quiénes son ni cómo se llaman. No hay familiares que los vengan a ver, la
mayoría están muy enfermos. Hoy mismo fui a dar la extremaunción a uno de
ellos. Nos referimos a ellos con nombres de santos jesuitas, y les doy el
sacramento en compañía de los médicos y auxiliares que están alrededor.
Me
emociona ver cómo en la sala para enfermos terminales del Hogar los pobres
mueren como ricos. Con televisión en colores, con oxígeno y todos los cuidados
que necesitan, una enfermera que los atiende día y noche. No es como antes,
cuando recién había llegado a Chile. Los viejos no cabían en el hogar, no nos
alcanzaban las camas ni la ropa de cama. A veces decíamos “¿y este por qué no
se levanta?”. No se levantaba porque estaba muerto.
Una
de las grandes tareas que me tocó realizar en el primer tiempo en el Hogar fue,
junto a Carlos Hurtado, transformar el gran internado de niños en hogares con
una estructura familiar. Vivían 15 niños en una casa, con un matrimonio a
cargo, que hacía el rol de papá y mamá. Hay matrimonios que han trabajado por
más de treinta años conmigo.
Pero
luego me fui dando cuenta de que es mucho más recomendable que un niño crezca
en una mala familia a que sea internado en una institución, pues poco a poco
hemos encontrado maneras para que el Hogar atienda a la familia en su propio
contexto. Finalmente, vimos que el costo de internar a un niño es mucho más
alto que el de una mediagua, que da además solución a toda la familia.
Analizando
la problemática de las familias que llegaban al Hogar de Cristo nos dimos
cuenta de la importancia del tema de la vivienda, y que se convirtió en mi
trabajo más relevante en estos 50 años que llevo en el Hogar.
Dar
una vivienda básica es como poner el parche antes de la herida. ¿Por qué los niños llegan a internarse en el Hogar de Cristo?
Porque tienen un padrastro? ¡No! Porque tienen una casa tan chica, donde cada
vez que el padrastro sale a trabajar tiene que darle una patada al hijastro,
porque está frente a la puerta. Terminan sin poder vivir y hay que internarlos.
Pero eso cambia si tú les das una casa un poco mejor. Las casas nuestras son de
tres metros cuadrados por nuca, como me
enseñaron los Chinos.
Hay un
sida que está matando los valores humanos de la familia: es el ser “allegado”,
contra el cual luchan las cientos de construcciones y mejores de viviendas que
hemos hecho durante casi medio siglo. No es tanto la mayor o menor calidad de
la casa lo que importa, sino que evitar la promiscuidad que mata los valores
humanos. Es cierto que las piezas que hacemos no tienen ninguna sofisticación,
pero ayudan a una joven pareja a mantener su matrimonio. Quizás resultaría
fuera de lugar que una de las reuniones internacionales a las que me toca
asistir, donde se habla de la habitabilidad tocando temas como la aislación
acústica o el aire acondicionado, decir que lo que hacemos son cajas de fósforo
que permiten al matrimonio pelear en privado y reconciliarse sin problemas en
la cama, porque la pelea fue sin testigos y sin que la suegra interviniera.
Pero
ésa es la realidad. Son dos
mil millones de personas en el mundo que no tienen una casa decente. Dos mil
millones de personas que viven en tugurios, en chabolas, en callampas, en
campamentos, como los que hace el Techo para Chile.
Pero siempre el problema es el
terreno. Toda mi lucha es contra la especulación urbana que separa a los ricos
de los pobres, porque los terrenos donde van los pobres terminan convertidos en
ghettos, están muy lejos de donde la señora puede ir a trabajar. Luchar contra
la especulación que hace que la gente no tenga posibilidad de vivir
correctamente, porque el precio del terreno es más caro que el de la casa.
Así
nació, en 1971, el Servicio Latinoamericano, Asiático y Africano de Vivienda
Popular, Selavip, una fundación privada que apoya proyectos de vivienda para
las familias de extrema pobreza que carecen de un lugar para cobijarse y a las
cuales ni los gobiernos ni otros organismos pueden o quieren dar una respuesta.
Muchas
de estas familias pasan la noche en condiciones muy precarias e inseguras, en
terrenos inundables o de gran pendiente; en terrenos que ha invadido
arriesgando su vida o simplemente allegadas en casas ajenas, en situación de
hacinamiento y con una completa falta de privacidad.
Se
ha dicho que “el rico primero construye y luego habita”, y que “el pobre habita
y luego construye”. Muchos latinoamericanos se ven forzados a invadir terrenos
y a crear asentamientos muy precarios, por la urgencia de tener al menos un
alojamiento elemental donde proteger a sus familias. Sin enfrentar esta
situación, la mayoría de los gobiernos siguen manteniendo posiciones de un alto
costo social y poco realistas para las familias.
Selavip
prefiere apoyar a los pobres en su lucha por un pedazo de tierra y en sus
esfuerzos por ir construyendo poco a poco sus viviendas. Mal que mal, los
pobres que ocupan los terrenos ya han pagado gran parte de su valor a través de
sus impuestos. Estos tributos han ayudado a costear las inversiones urbanas de
los gobiernos, que han dado su valor y plusvalía a dichos sitios. Por eso
resulta mucho mejor y menos costoso organizar de antemano un plan para entregar
terreno a las familias que encontrarse luego con ocupaciones ilegales de
terreno. Erradicarlas resulta finalmente mucho más caro y es perjudicial para
su seguridad, su capacidad de organización y su espíritu de progreso.
Las
invasiones no pueden verse como un delito, porque tienen la justificación ética
de salvar a estas familias.
Nosotros siempre empezamos
haciendo invasión de terreno. Se hace esta invasión de
terreno para apurar el trote en el Ministerio de la
Vivienda, para que haga pronto esa casa que se necesita con tanta urgencia.
Actualmente hay todo un sistema
de subsidios que hace que al parecer las mediaguas ya no van a ser necesarias.
Las mediaguas se usaban para ocupar un terreno en un campamento, y después
llegar a la casa definitiva.
Hoy
podemos confiar en que pronto terminaremos con los campamentos en Chile. Pero
en este continente, en África y Asia queda mucho por hacer.
Por
cierto que mi trabajo en el tema de la vivienda ha ido cambiado con los años.
El primer tiempo era mucho más activo. Primero trabajando en Chile y luego en
los otros países desde que se fundó Selavip.
Recuerdo haber viajado mucho a Concepción, donde me conseguí que una empresa me donara clavos para construir las viviendas. Aprovechaba de ayudar a la Funeraria del Hogar de Cristo. Con un camión grande, lleno de ataúdes salía a las 2 de de la tarde para llegar a Concepción a las dos de la mañana, porque en ese tiempo el camino era de tierra todavía. Dormía, me levantaba en la mañana tempranito, como a las siete, descargaba los ataúdes, cargaba clavos que recogía debajo de las máquinas de la fábrica de clavos donde me regalaban lo que caía a la tierra porque con eso hacía las casas. Decía la misa a las 8 y media en Hualpencillo, y volvía a Santiago con el camión cargado de clavos para decir la misa a las 7 en la calle San Pablo.
Era un
trabajo duro en esa época. Ahora que estoy más viejo firmo cheques no más. En
esa época era más dinámico, estaba peleando con la gente, ocupando terrenos,
haciendo casas yo mismo, igual como ahora hacen los del Techo para Chile. Pero
estaba solo, en esa época no tenía el apoyo de tantos voluntarios como existen
ahora.
Cuando
comenzó Selavip era yo también el que viajaba, el que trabajaba con la gente,
organizaba las invasiones de terreno en todas partes. Ahora estoy más
concentrado en dar clases, y Joan MacDonald, actual Presidenta de Selavip, está
a cargo de los programas.
Ahora
sólo viajo a reuniones internacionales sobre habitabilidad. Todos los años
también, voy a dar seminarios en universidades europeas, en postgrados de
arquitectura y urbanismo, explicando cómo se puede resolver el problema:
robando terreno y haciendo casas de 300 dólares.
En
todas las conferencias que doy en las los postgrados de arquitectura y
urbanismo, les explico que la sensibilidad social de los arquitectos no se
traduce en el diseño de las mediaguas ni en las viviendas sociales.
Fuente: vocaciones.jesuitas.cl
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