MI AMIGO EL VASCO ZABALZA: ETAPAS DE
UNA VIDA
Ensayo
Mario L. Gospodinoff
El Vasco y yo nos hicimos amigos a los 12 años, cuando
concurríamos a las prácticas de basquetbol en el Club Sports de Pergamino,
nuestra ciudad natal. Han transcurrido más de siete décadas desde entonces. El
entrenador del equipo era el profesor Leonard. Un hombre joven, recién egresado
como profesor de gimnasia, de rostro límpido, de ideas claras y coherentes,
considerado y con una gran empatía para con sus jugadores. Sus enseñanzas
poseían un fuerte componente moral. A su entender, no se podía ser un buen
jugador de ningún deporte, si no se era primero, una buena persona. Desde el
inicio de mi concurrencia pensó que el flaco Lorenzo Duffy y yo, por ser los
más altos serviríamos de barrera de contención, que impediría a los avezados
rivales llegar hasta la cesta. A las pocas semanas de iniciarnos y orgullosos
de la camiseta azul, empezamos a participar del torneo regional de cadetes,
competíamos con los otros clubes de nuestra ciudad y viajábamos a pueblos
cercanos, los domingos por la tarde, a disputar los partidos o recibíamos los
equipos de afuera, si nos tocaba jugar de locales. El Vasco se destacó desde el
principio. Era el armador del equipo. Hablaba con su mirada incisiva y
penetrante que le permitía llegar a conclusiones rápidas de cómo atacar a
nuestros rivales o reconocer las flaquezas que los hacían vulnerables. Sus ojos
se oscurecían en cuestión de milisegundos y pasaban de la objetividad fría de
un hombre maduro a la claridad prístina del adolescente. El Vasco era fiel a
las instrucciones que recibíamos del profesor, y ya entonces, conocía los
reglamentos del juego más que cualquier otro de los jugadores del equipo. Tenía
algo característico, muy propio de él, que guardé en el libro de mis recuerdos:
sus silencios. Sin que nada escapara de su campo visual, creo que fue su tiempo
de acopio de momentos, de caras y expresiones, de palabras e incidentes, en
preparación para el florecimiento de sus decasílabos, de la edad madura. Mi
carrera basquetbolística fue breve. Un domingo de otoño, cuando jugábamos de
visitantes en Manuel Ocampo, sufrí la fractura del dedo medio de la mano
derecha que trajo la justificación deseada para convertirme en espectador
pasivo. El Vasco continuó. El basquetbol fue su deporte y luego, por muchos
años como referí, respetado y justo.
Con el devenir del año 1950 se inició una década muy
rica, de cantantes americanos extraordinarios que influyeron a nuestra
generación y que nos ayudaron a definir la percepción de nuestra vida de
relación. Entre ellos:
━ Nat King Cole con el ritmo pausado de sus melodías, que levitarían por siempre en nuestro subconsciente.
━
Perez
Prado: con Patricia, explosión de ritmo y color, que nos indujo a un amor por
el impresionismo caribeño, de color y música
━
Doris Day: Everybody loves a lover, y nos
enamoramos de ella
━
Perry Como: (To catch a falling star, Magic
Moments) Para agarrar una estrella fugaz y Momentos mágicos y aprendimos a
captar el momento, que pasó a ser unidad de vida.
━
Dean Martin: Regresa a mí, que le dio color a
nuestro romanticismo
━
Los Plateros: Solamente tú, que nos ayudó a
entender lo único y especial del amor primero sin distracciones.
━ Las Hermanas McGuire: Tiempo de azúcar (Sugar time) la química del amor
La
década de los años cincuenta, jugo un rol fundamental en todos nosotros, porque
definimos lo que queríamos ser. El Vasco se mostró consistente con sus afectos
y elaboró un perfil que ha mantenido con el correr de más de medio siglo: le
puedes tener confianza porque para él la amistad es para siempre; la vida es
una sucesión de momentos y hoy, es siempre todavía. Desde su adolescencia tuvo
más de adulto que todos los amigos comunes: pensante, conocedor de que todas
las conductas tienen sus consecuencias; preciso y medido, con absoluto respeto
por las leyes del juego; con el poder de observación captado en la interacción
con amigos mayores y memoriosos, que acendraron su facultad de ver la vida con
objetividad. Fue en esa década que cimentó las bases de su carácter.
En esos mismos tiempos, tuvimos otra pasión que
compartimos: el turismo de carretera. Sin dudas la carrera Buenos Aires a
Caracas, fue la que colmó nuestras fantasías. El Vasco no dejaba de hablar e
imitar a los hermanos Sojit, actores ubicuos de las transmisiones dramáticas,
de las peripecias y penurias, que sufrieron los corredores hasta llegar a
Caracas. Vivíamos el día a día de la competición, etapa a etapa, de la que se
llamó la carrera del siglo. Cuando viajábamos a los pueblos del partido de
Pergamino para jugar basquetbol, el Vasco “transmitía” la etapa que se estaba
corriendo. Recuerdo el impacto que nos provocó su dramatización de la etapa
Santa Fe a Resistencia, cuando faltando cien kilómetros comenzó a llover y los
coches no preparados para esa situación quedaban empantanados, sin esperanzas,
en el barro rojo y pegajoso. Al concluir su transmisión, aplaudimos. Había
logrado hacernos llorar por la tristeza de saber que uno de los hermanos
Galvez, no podría continuar en carrera o que algún otro corredor provinciano
había roto el diferencial o quemado el embriague. Los resultados afectaron
nuestros sueños y fantasías no cumplidas.
Por entonces nuestro referente cultural local era el
“Gallego” Leonardo Rodríguez, con su cabello largo que tapaba sus orejas y su
infaltable cigarrillo, segundo amigo más importante del bardo, con su
desafiante ateísmo a flor de piel, con su perfil que imitaba a Palacios, pero
sin bigotes. En las noches de invierno llegaba al club Sport cobijado en su
poncho sin saber si amanecería en el club o en algún boliche donde se cultivara
la bohemia. El Gallego influenció a muchos que fueron sus discípulos, que aprendieron
a escribir poesía imitándolo y amaron el teatro, al que dedicaron cientos de
horas de ensayos, que cada nueva obra vanguardista, implicaba. El Vasco conoció
y participó en ese núcleo de la barra de Sports que incluía a mi primo hermano
Alberto Morresi, Ricardo Piraccini, Coco Riera, Rovedatti y otros que han
volado de mi memoria. Con ellos aprendió códigos y elementos forjadores de su
carácter, sin nunca olvidar el código del trabajo, al que la barra no era muy
adepta.
El otro gran referente fue su padre, el poeta de la
familia y payador, que aún hoy dicen, los memoriosos de Pergamino, que no hubo
payada a la que el Vasco padre rehuyera, ni ámbito bohémico que no visitara.
Para entender mejor al Vasco Zabalza tenemos que
preguntarnos ¿qué es el carácter de una persona? * Es la forma interna que hace
a cualquiera de nosotros, lo que somos. Tener carácter significa poseer
energía, entereza, decencia y firmeza. El carácter es la realidad interna de la
persona, la estructura en la que echan raíces los pensamientos, palabras,
decisiones y conductas.
El Vasco posee la relación recíproca entre su carácter
que determina sus conductas, así como sus conductas que demuestran su carácter.
Creo necesario aportar más información para esclarecer el
concepto de carácter, y su diferencia con personalidad e imagen. Recurro a las
definiciones de personalidad e imagen, del diccionario de la Real Academia:
·
Personalidad:
diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de las
demás.
·
Imagen:
Figura, representación, semejanza y apariencia de una cosa.
El carácter se establece por las variaciones individuales
de tres motivos recurrentes:
- Esencia–
Consistencia -Constancia
El carácter es más que una colección de conductas ocasionales o conductas con buena intención. Es lo que realmente somos. Tocqueville llamaba al carácter “hábitos del corazón”. Nietzche hablaba de que el carácter es “una obediencia larga en la misma dirección”.
Es la constancia, la más intensa de las propiedades de su carácter, lo que
ha identificado al Vasco en las distintas personas que ha sido, desde su
adolescencia, adultez y ahora, en la madurez de su vida. Ser lo que es, ha
implicado una ardua tarea de formación intelectual y madurez emocional, y la
incorporación de miles de experiencias y otras tantas horas hombre, de pulir
sus pensamientos hasta lograr la esencia, en la que se permite ser un
observador agudo y creativo de los avatares sociales que vivimos a diario, eso
sí, con una aparente sencillez que nos desborda.
Su acto de creación no es otro que la transmisión de su espíritu. Este proceso no es volitivo. El Vasco no despierta con la determinación de componer un poema, sino que sus versos se suceden espontáneamente. Para lograrlo, entre cientos de temas que han guiado su poesía, está su sensibilidad social y empatía para con los oprimidos, usados como peones políticos. En este proceso interior, el Vasco captó lo que pocos pueden -ser uno con su universo- y al transmitirlo en sus decasílabos, logró algo similar a los que los budistas llaman iluminación.
Para expresar su esencia comparte con el lector su luz
interior, que no es otra cosa que el haberse dado permiso para abrir la puerta
e iluminarnos con su sentir y su decir sencillo e intenso.
Como dijera Martin Heidegger (Existencia y Ser), escribir
poesía es alegría.
Agrego: escribir poesía es existir en esa alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario