Fue conocido y admirado por su enorme
capacidad para el entretenimiento colectivo en reuniones sociales y por la
brillante y atrapante forma de relacionarse en los ambientes que frecuentaba.
Miguel Juárez Celman,presidente de la Nación , lo contó en la
nómina de sus acompañantes más allegados, con inclusión en el presupuesto
nacional, para cumplir el rol que otros personajes de sus talentos habían
desempeñado en las cortes europeas: entretener con gracia indelegable y no
carente de refinamientos.
El Payo Roqué, llamado así por su muy rubio
cabello, nacido en 1865, perteneciente a una conocida y acreditada familia de
Córdoba, llegó a ser figura muy popular en Buenos Aires, ciudad a la que había
arribado como uno de los “incondicionales” del presidente. Los que le trataron
lo definían como “enemigo irreconciliable del trabajo y del casamiento” que, en
sus épocas doradas, vivía de un subsidio presidencial de 400.000 pesos anuales.
Un cronista de La Nación lo presentó como una
“maravillosa obra de la ingeniería imaginativa”, pues cada uno de sus gestos
valía por todo un poema. Solía presentarse en las reuniones con un espectacular
saludo, obra maestra del ademán sólo en él concebible. Bullanguero y
sorprendente, era capaz de reproducir las más difíciles onomatopeyas y de
relatar las más desopilantes aventuras.
Infaltable en Buenos Aires en lugares como el
Jockey Club, Club del Progreso, Círculo de Armas, Confitería del Águila, Café
de París o Aus Keller, había frecuentado confianzudamente a Rubén Darío, José
Ingenieros, Ricardo Rojas, Miguel Cané y Pedro Goyena, entre otros notables, y
realizado más de medio centenar de viajes a Europa y algunos a Estados Unidos.
Por cierto, pasajes y estadas no salían de sus bolsillos sino de los de sus
acaudalados padrinos, como don Benito Villanueva, caudillo político mendocino y
afortunado empresario, quien en su calidad de presidente provisorio del Senado
ejerció interinamente la
Presidencia de la
Nación.
Conoció, frecuentó y hasta convivió con nobles
y magnates del mundo. Asumió en sus rumbosos periplos las más diferentes
personificaciones: príncipe ruso en Londres, pariente de la casa real italiana
en Budapest y, su carta de presentación más habitual, “conde Benjamín de
Roqué”, palabras con las que estrechó la mano del rey de Bélgica en un ascensor
de París.
En sus salidas, el elegante y regordete
cordobés se presentaba generalmente con bigotes en forma de manubrio, lentes
con cinta hasta el ojal, corbata plastrón y levita abierta, haciendo marco a su
chaleco de piqué. Un bastón de Malaca, galera negra y guantes patito
finalizaban los detalles de su esmerado refinamiento.
Hacia fines de la segunda década del siglo pasado, Enrique Loncan lo describe en su edad madura como de “silueta física inconfundible, amplios bigotes de domador de fieras, apostura bizarra y arrogante que los años han deformado con implacable pronunciamiento abdominal; aspecto de gran señor bien comido y satisfecho en sus estrechos jacquets de Bocconi Fratelli, además de dueño de actitudes que eran admiradas y comentadas en los principales círculos porteños”.
En una miscelánea, el escribano Eloy Domínguez lo señala como presente en el festejo inaugural de la sede inicial del Colegio de Escribanos de Córdoba, donde habría subyugado a la concurrencia, imitando disparos de bombas, sonidos de una banda de música y el discurso del presidente de una imaginaria Societá di Mutuo Soccorso.
Hacia fines de la segunda década del siglo pasado, Enrique Loncan lo describe en su edad madura como de “silueta física inconfundible, amplios bigotes de domador de fieras, apostura bizarra y arrogante que los años han deformado con implacable pronunciamiento abdominal; aspecto de gran señor bien comido y satisfecho en sus estrechos jacquets de Bocconi Fratelli, además de dueño de actitudes que eran admiradas y comentadas en los principales círculos porteños”.
En una miscelánea, el escribano Eloy Domínguez lo señala como presente en el festejo inaugural de la sede inicial del Colegio de Escribanos de Córdoba, donde habría subyugado a la concurrencia, imitando disparos de bombas, sonidos de una banda de música y el discurso del presidente de una imaginaria Societá di Mutuo Soccorso.
Su presencia en la calle Florida fue
proverbial y motivo de la atención de los transeúntes, a tal punto que Ángel
D’Agostino y Ángel Vargas, en su versión del tango Shusheta -lunfardismo que
puede traducirse como “El elegante”, de los años 40-, incluyeron, con anuencia
del autor de la letra -Enrique Cadícamo-, una estrofa que lo menciona como
prototipo del cajetilla bien vestido.
Inquieto y relacionado con un mundillo de
figuración social, fundó varios periódicos humorísticos como La Roncha , Piff Paff de París
y Piff Paff de Buenos Aires, en cuyas páginas hacía escribir a prominentes
literatos de la época, ciertamente sin pagarles un centavo e ingresando -a sus
arcas- los francos o los pesos de la venta de los esperados ejemplares, dineros
que le permitían seguir gozando de la buena vida.
El más egregio silbador de su tiempo, el más
sorprendente imitador de sonidos, el más cordial e ingenioso de los
conversadores informales, el más gracioso de los narradores de café, murió en
una camilla de la
Asistencia Pública de Buenos Aires, identificado con algunas
dificultades por su último protector, don Benito Villanueva.
Los enfermeros le habían afeitado el bigote y sin los mostachos era otro. Además, en sus casi 70 años, el rubio cabello se le había encanecido y una mala tintura le quitaba la prestancia de otrora. En su necrológica,La Nación lo evoca del mejor modo: “Nunca una pena.
Nunca un exabrupto. Constituía la imagen ideal de la felicidad”.
Los enfermeros le habían afeitado el bigote y sin los mostachos era otro. Además, en sus casi 70 años, el rubio cabello se le había encanecido y una mala tintura le quitaba la prestancia de otrora. En su necrológica,
Fue un amigo fiel y consecuente,
demostradamente generoso y, tal vez, el único que siguió leal a Juárez Celman
después de su derrumbe político.
CENTINELA DEL DESARROLLO NUCLEAR ARGENTINO
DOCTOR EN FILOSOFÍA DE TEOLOGÍA CRISTIANA
RED INTERNACIONAL ANTINARCÓTICOS "LOS CAIMANES"
San Ignacio Lazcano de Loyola fue en un principio un valiente militar, pero terminó convirtiéndose en un religioso español e importante líder, dedicándose siempre a servir a Dios y ayudar al prójimo más necesitado, fundando la Compañía de Jesús y siendo reconocido por basar cada momento de su vida en la fe cristiana. Al igual que San Ignacio, que el Capitán General del Reino de Chile Don Martín Oñez de Loyola, del Hermano Don Martín Ignacio de Loyola Obispo del Río de la Plata, y de del Monseñor Dr Benito Lascano y Castillo, Don Carlos Gustavo Lavado Ruiz y Roqué Lascano Militar Argentino, desciende de Don Lope García de Lazcano, y de Doña Sancha Yañez de Loyola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario