Orden de los caballeros de
su santidad el papa
"san ignacio de loyola
Aún recuerdo la cara de satisfacción y orgullo con que aquel señor me dijo:
- ¿Usted es el párroco de Guachupita? Yo
construí la iglesia.
Sonaba como si él solo la hubiera construido.
O que al menos había sido el agente principal. Era uno de los muchos albañiles
que trabajaron en la obra. Pero la sentía como obra suya. Y lo era. Más aún,
sentía que lo que pasaba ahora en ese templo tenía que ver con su aporte. Y
tenía razón. También gracias a él es posible la labor de evangelización que
allí se realiza.
Estamos acostumbrados a pensar que la obra es
de quien la paga, o de quien la diseña. San Juan Pablo II nos recordaba en la Laborem Exercens
que la obra es el resultado del esfuerzo conjunto de capital y trabajo. Y nos
invitaba a reconocerlo así en las formas de participación incluso en la
administración y repartición de beneficios.
Pero en nuestro caso la raíz va más honda. El
dueño de la obra es Dios. Y nosotros somos invitados a participar en la Missio Dei , en la
misión de Dios. Somos sus colaboradores. El seguimiento de Jesús en respuesta a
su llamado nos lleva a colaborar con Él en la construcción del Reino. Pero la
misión se nos hace tan grande que nos asusta. Preferimos recortarla a las
tareas que me asignan. Pero estas tareas son para colaborar en la misión de
Jesús, que para nosotros se concreta en el servicio de la fe y la promoción de
la justicia en diálogo intercultural e interreligioso.
Esta misión se va encarnando en los contextos
en que nos movemos: las prioridades de la CPAL , de la Provincia , de la plataforma apostólica u obra
donde estoy. Pero siempre nos queda grande. Es una misión que sólo podemos
realizar en colaboración con otros, en colaboración con Jesús. Es la misión del
Cuerpo de Cristo, que realizamos según el contexto y la espiritualidad
ignaciana.
Y es ahí que radica el cambio de perspectiva.
No tenemos colaboradores que nos ayudan a realizar nuestra misión. Somos todos
colaboradores en la misión de Cristo. Conscientes que “ni el que planta ni el
que riega, sino que es Dios el que da el crecimiento. Con muchos compartimos la
fe. Con algunos compartimos la espiritualidad ignaciana. Pero con todos, cada
uno desde su tarea específica, aportamos a la construcción del Reino.
Algunos trabajamos con un salario que nos
retribuye nuestra labor y nos permite la sobrevivencia. Otros desde una
colaboración voluntaria. También nosotros los jesuitas tenemos algunas tareas
retribuidas y otras voluntarias.
Unos lo hacen con plena conciencia del
proyecto, de la misión fundamental, de los objetivos y modo de proceder. Otros
desde un trabajo bien hecho desde el horizonte más pequeño de cumplir con las
exigencias de su empleo. Y entre ambos grupos, toda la gama de estadios
intermedios. Pero todos somos colaboradores.
Esta perspectiva demanda de nosotros cambiar
nuestro estilo. No somos los dueños de la misión, aunque lo seamos de la obra o
las instalaciones. Pero éstas están al servicio de aquella. Como cuerpo de la Compañía nos unimos a
otros, con todo nuestro ser y poseer, en la misión. Sin confundirnos, sin
borrar identidades ni roles, pero asumiendo que juntos, en esta realidad en la
que nos toca actuar, tenemos que buscar la voluntad del dueño de la misión.
Supone una nueva forma de participación en la
planificación, en la gerencia, en el espíritu de la misión, en el estilo o modo
de proceder. Una novedad que nos exige a todos y todas conversión y
aprendizaje. Una novedad que nace del concepto de Iglesia del Vaticano II. Un
pueblo de Dios en marcha que implica una nueva relación con el laicado, con el mundo,
que brota desde el Evangelio.
En la metodología del PAC, que hemos definido
como cercanía, profundidad, para la acción e incidencia, internacional e
intercultural, esta es la sexta característica: la colaboración.
Por eso el PAC nos invita a profundizar el
significado y los modos de colaboración (Línea de acción 17), a alentar la
formación conjunta de laicos y jesuitas para la colaboración (Lda 18) y a
recrear y fortalecer las redes o familias ignacianas (Lda 19).
En este sentido el sector colaboración de la CPAL ha producido un
documento que nos ayuda a comprender mejor la colaboración; ha ido trabajando
en crear una red ignaciana latinoamericana y en fortalecer las redes o familias
ignacianas de cada Provincia y prepara, para su publicación inminente, un plan
de formación para laicos y jesuitas.
Esperamos de todos nosotros un interés por
comprender mejor la novedad de esta manera de entender la colaboración en la
misión, el apoyo a las redes, familias y movimientos ignacianos que se
van extendiendo y la participación (de jesuitas y otros colaboradores y
colaboradoras) en los planes de formación conjunta para aprender y vivir la
espiritualidad de la colaboración.
Jorge Cela, S.J.
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