lunes, 14 de julio de 2014

Una historia de muerte y resurrección (3/3). Por José Manuel Arenas, SJ.




QUIENES SOMOS 

Los Caballeros de la Orden, soldados de Dios, somos  laicos, somos hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios.
Bandera de las Américas, adoptada como símbolo de las Américas
por la séptima conferencia internacional Americana de
Montevideo el 13 de diciembre de 1933


Extinguiéndose en el exilio

Mientras  tanto, en  Europa, sobre todo en  el  actual  territorio italiano, fueron extinguiéndose los jesuitas  de  la antigua  Provincia  de  Chile. Sobresalen en ese grupo los nombres de Juan Ignacio Molina (el abate), científico notable, y de Manuel Lacunza y Díaz, biblista que, como el profeta Daniel, en tiempos de exilio y cautiverio soñaba y anunciaba un apocalipsis. Hay otros nombres importantes que podemos conocer en la invaluable obra del P. Walter Hanisch, Itinerario y pensamiento de los jesuitas expulsos de Chile (1767-1815), editada en 1972 y que igualmente puede leerse en la página web ya citada.  De su autoría son los párrafos adjuntos, que pueden motivar a conocer la obra completa.


Una pregunta sin respuesta

Una pregunta que muchos se hacen es por qué no volvieron los jesuitas sobrevivientes a ingresar a la Compañía de Jesús. No creo que tenga respuesta. Los catálogos mismos son en esto disparejos. Los seis que volvieron a España se reincorporaron. (…) entre los que se quedaron en Roma sólo Juan Marcelo Valdivieso figura como reincorporado, e hizo la profesión en 1818.

La Compañía pasó por muchas vicisitudes de admisiones y expulsiones. La voluntad de algunos de ellos es volver a Chile y hablan de la Compañía como si quisieran regresar a ella. Las condiciones mismas que pusieron para el reingreso, al parecer, según dice Luengo, decepcionaron a muchos.

Una cosa queda en claro y es que amaron a la Compañía, sufrieron por ella un destierro enorme y dolorido para morir en tierra extraña, pobres y desconocidos.

Les queda una gloria, la cruz. Son como el grano de trigo del evangelio. Si el grano de trigo que cae en tierra no muere no da fruto, pero si muere da mucho fruto. Eran la misteriosa agricultura de Dios.

In: Walter Hanisch E. SJ, Itinerario y pensamiento de los jesuitas expulsos de Chile (1767-1815), Edit. Andrés Bello, Santiago (1972), p. 168.

La oscura geografía de la muerte

El destierro y extinción de la Compañía tuvo, para los que los sufrieron, un final melancólico. Fue una proscripción definitiva e irreversible para casi todos los jesuitas. Aun para aquellos que volvieron a la Compañía renaciente o a la patria, la realidad no fue muy halagüeña. Los que nada consiguieron iban muriendo lentamente bajo la cruz, como dijo Lacunza. Sus tumbas quedaron dispersas en una enorme extensión geográfica, sin que falten algunas ignoradas hasta hoy.

La muerte fue segando sus vidas desde 1767 hasta 1839 en los sitios más dispares. Unos mueren en Chile desde Valparaíso hasta el Golfo de Penas; otros, en el mar, o en los océanos, o en el río “como mar”. Lima, Portobelo, Cartagena y Puerto de Santa María señalan la ruta con sus restos mortales. España misma queda sembrada de sus huesos a través de muchos años de enfermedades, prisiones, expulsiones y regresos en Cádiz, Granada, MorataIla, Montilla, Cabra, valencia, Murcia, Madrid, Moreruela, Manresa, santa María de Oyn y otros lugares.

Italia recibe sus despojos en ciudades y aldeas, en templos y cementerios. En Imola, al pie de los altares, donde oraron y esperaron, en las iglesias que visitaron tantos años, descansa gran número de ellos hasta el día de hoy, desaparecidas sus lápidas pero no olvidado su recuerdo. Y el resto  disperso por Génova, Bolonia, Roma, Baffadi, Borgo tossignano, Castel Madama, Castel san Pietro, Cesena, Cottignola, Ferrara, Florencia, Foligno, Livorno, Massa Carrara, Massa Lombarda, Mordano, Peruggia, Pésaro, Pisa, Ravena, Rímini, turín y Cerdeña.  Cada uno en el sitio en que su cansada esperanza prefirió morir a soñar.

Los territorios del imperio germánico también guardan los restos de sus artesanos y misioneros que tuvieron a Chile como patria espiritual. Son como los restos de un inmenso naufragio en que quedan flotando a la deriva los tesoros y los humildes enseres hasta que los traga el mar.

Sin patria y sin idioma, sin cariño y sin su Compañía, ancianos, pobres y enfermos, ellos y sus escritos fueron errantes hacia el olvido y sólo en el regazo de la muerte se abrieron sus ojos a una más luminosa esperanza.

Fuente: Revista Jesuitas Chile, # 27, julio de 2014, 5-6, Santiago, Chile, 2014.




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