Quiénes somos
Los Caballeros de la Orden , soldados de Dios, somos jesuitas laicos, somos hombres y mujeres de frontera, dispuestos a estar en aquellos lugares donde hay situaciones de injusticia, donde otros no pueden o no quieren estar, donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión. Hombres preparados para responder a las necesidades de nuestro mundo, solidarizándonos con las víctimas de esta historia y así acompañar a Jesús rumbo a la cruz. Somos Compañeros de Jesús, amigos para la misión, y estamos al servicio de la Mayor Gloria de Dios.
¿Cuál
es el peor error que se puede cometer en política? Según el estadista francés
del siglo XVIII, Charles Maurice Talleyrand, la respuesta es “hacer algo
inoportuno en un momento innecesario”. Esto es lo que Recep Tayyip Erdogan ha decidido hacer en Turquía
al anunciar que modificara la
Constitución para asegurarse no solo una reelección sino el
título de Presidente de la
República.
Para todo análisis,
Erdogan podría ser considerado como una figura destacada en la política turca
moderna. Un outsider provincial que ha roto las barreras sociales para escalar
a lo más alto de la cima de la política turca sin el apoyo de clanes poderosos
o de un currículum militar personal. Erdogan se ha convertido en el Primer
Ministro que más tiempo gobernó su país con 12 años de gestión en los 90 años
de vida de la moderno Estado Turco.
También ha marcado otros hitos: es el primer político en ganar tres elecciones
generales y el primero en hacerlo como líder de un partido conservador con
acento islamista. La tasa de crecimiento económico anual de Turquía,
históricamente con un promedio de seis por ciento, es otro récord para Erdogan.
Bajo su gestión, la economía turca creció más del doble y logro en 10 años lo
que no tuvo en ocho décadas.
Del mismo modo,
Erdogan logró controlar y cortar las alas de los generales del Ejército quienes
configuraban el núcleo militarizado fuerte del llamado “modelo turco”, mientras
que avanzó sobre el Poder Judicial, otrora muy independiente en el país.
También se las arregló para transformar los medios de comunicación turcos, que
se autodenominaban “un tigre feroz” desde la década de 1980 y ahora pasaron a
ser un gatito dócil.
El
año pasado, sin embargo, Erdogan decidió arriesgar toda su reputación cuando
lanzo un paquete de reformas diseñado para transformar Turquía de una
democracia parlamentaria en una presidencialista. La idea era que él se
convertiría en presidente y avanzaría en la nueva formación radical de una
nueva Turquía, tal vez conforme a su sueño neo-otomano, y lo implemento sin
temer a posibles trabas en el parlamento. Pero Erdogan hizo caso omiso al hecho de que no había ninguna
demanda de los cambios que proponía y no midió que estaba promoviendo una
solución a un problema inexistente. Así, fue redefiniendo su identidad
política y después de haber tenido éxito como un conservador, ahora se está
reinventando a sí mismo como un radical que cree poder cambiar las cosas con un
golpe de timón y sin oposición política alguna.
Lo
cierto es que un conservador reconoce el valor de las cosas como son y trata de
mantener lo que vale la pena preservar. El cambio no es un valor, sino un
método para ser utilizado con moderación y con la mayor precaución. Al
contrario, un radical adora el cambio por sí mismo. Su lema es “destruir lo
viejo para crear lo nuevo”. Y piensa que debe hacer frente a todo para rehacer
la historia rápidamente. En otras palabras, actuando radicalmente y sin olfato político, Erdogan arrasó su
propio paquete de reformas a través de decisiones que necesitaban meses o
incluso años de reflexión y discusión con todas las partes interesadas. Aun
así, el decidió hacerlo en una sola tarde de forma impropia y autoritaria.
El resultado de la
prisa de Erdogan ha sido ruinoso. Mientras se prepara para su primera elección
presidencial directa en cinco semanas, Turquía se enfrenta a un horizonte
turbio, por decir lo menos. Gracias a su potente máquina electoral, Erdogan
probablemente gane la presidencia. Sin embargo, él haría bien en tener más
cuidado. El sistema que ha inventado para consagrarse presidente irritara al
poder militar histórico y ello traerá problemas a su futuro gobierno.
En cierto sentido, el
nuevo sistema se parece mucho a lo que Francia ha tenido que cargar desde 1958,
cuando Charles De Gaulle dio a conocer una Constitución hecha a su medida para
satisfacer sus propias ambiciones. En ese sistema, el presidente, elegido por
sufragio directo, podía ejercer un poder virtualmente ilimitado. Pero para
hacer eso, el presidente tendría que tener mayoría en el parlamento y no está
claro que eso pueda suceder en Turquía hoy.
Con esta movida, Erdogan podría haberse pegado un tiro en el pie. El ha soñado con un
sistema en el que, como presidente, operaría como el Guía Supremo iraní,
alegando la última palabra en todas las decisiones. Este tipo de pretensión no
será fácilmente aplicable en una Turquía que aparece como una democracia
islámica moderna con una clase media urbana en constante ascenso, movilidad y
crecimiento.
En el futuro, Erdogan
puede vivir para lamentar su error estratégico. Internamente, él cambió Turquía
para mejor, pero terminó por cambiarse a sí mismo para peor.
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