sábado, 22 de febrero de 2014

P. Francesco Ballarini. (Caballero Gran Cruz Compañía de Loyola, Presidente del Foro Ecuménico Social). Frente al sufrimiento, nadie tiene el derecho de dar vuelta la cara y de hacerse el distraído.

“Frente al sufrimiento, nadie tiene el derecho de dar vuelta la cara y de hacerse el distraído. Frente a la injusticia, no se puede mirar para el otro lado. Cuando alguien sufre, no estas más tú en primer lugar, sino aquella persona sufriente. Por su sufrimiento, él tiene la prioridad…Velar sobre una persona que está padeciendo algún dolor es más urgente que pensar en Dios”. (Elie Wiesel). 

“¿Nuestra separación de los pobres, de los minusválidos y de aquellos que sufren no es, sin embargo, uno de los problemas de la vida religiosa de hoy? Pasamos mucho tiempo en discutir y en construir teorías, y hemos perdido la sed de Dios que brota cuando estamos bajo la prueba y el dolor”. (Jean Vanier). “En cambio un Samaritano, que estaba de viaje, pasando cerca de él lo vió y tuvo compasión de él, vendó sus heridas echándolea aceite y vino; después lo cargó sobre su yegua, lo llevó a una posada y se hizo cargo de él…Vete y haz tu, también, lo mismo”. (Jesús).

Desde hace bastante tiempo hay algo muy intenso que me está pasando en el alma y es la percepción interior, difícil de expresar pero muy real, de sentirme parte de un todo y que mi vida ha sido marcada y forjada por las vidas de muchísimas personas que a lo largo de los años se me han cruzado en el camino.

En estos días recibí un mensaje de un amigo que me confirmaba esta impresión interior que desde hace tiempo me “persigue”. Así decía: “Ayer fui a misa….pensaba: y Francesco donde estará…y de repente me dije que está aquí repartido en cada uno de nosotros, y sí…..nos dejaste esta sensación y realidad de unidad que al juntarnos adquiere sentido de continuidad. Nos dejaste, a todos, algo y ese algo, seguro que no fue de casualidad….Viniste, estuviste y te fuiste pero eres como la tierra colorada de Misiones, que no es fácil de despegar una vez que la pisaste”.

Es verdad: una vez que uno pisa sin las sandalias puestas, como Moisés en la zarza ardiente, el lugar sagrado del prójimo que Dios te pone en la ruta, la vida del hermano que encontraste, te quema adentro y te marca para siempre.

En todos estos años se me ha calado muy hondo, poco a poco, no sin fatiga y desprendimiento, esta comprensión: mi presencia en el otro presupone, paradójicamente, mi ausencia total. Aquel que dona se ausenta porque corre el riesgo con una mano de retener lo que con la otra está donando.

Como bien escribía Simone Weil: “Para Dios, la Creación no ha consistido en extenderse, sino más bien en retirarse. El ha cesado de mandar por todos lados, allí donde Él tenía el poder.... Dios no es todopoderoso en cuanto creador. La creación es una abdicación. Mas bien, Él es omnipotente en el sentido que su abdicación es voluntaria”.

Amar significa retirarse, dejar libre a aquel que se ama para que sea él mismo. Significa confiarlo a su libertad. Esto es lo que aprenden por su propia experiencia los padres, cuyo actuar tiene algo raro porque no tiene como fin ganar algo sino perderlo: el gozo de un padre es ver a sus propios hijos crecer y que poco a poco lo van superando.

También Dios, que es Todo, se ha retirado a fin de que nosotros, criaturas suyas, pudiéramos ser. De este modo se comprende muy bien lo que el filósofo Giuseppe Zanghí afirma: “Uno es (existe) cuando, por amor, no es”.

Viviendo así se va comprendiendo que el dolor del otro es mi propio dolor, mi dolor es el dolor de los demás. Aliviar el dolor del otro significa aliviar el propio dolor y el dolor de Dios que comparte el dolor del universo.

Solo así, de ese modo, se hace posible que la com-pasión – del latín “cum-patior”, al decir “sufro-con”, sea el camino para la comunión “común-unión”.




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