miércoles, 12 de junio de 2013

EL PAPA FRANCISCO Y EL TRABAJO. En la perspectiva de la justicia social. Por: S.E. Emb. Don Julián Licastro y Dra. Doña Ana María Pelizza. Orden de Caballeros de Su Santidad el Papa "San Ignacio de Loyola".





La peor pobreza es no tener la posibilidad de un trabajo digno 

 En su homilía del día del trabajo, el Papa Francisco destacó la dimensión trascendente de esta actividad crucial en la vida humana, que además de subvenir a las necesidades materiales, construye una sociedad justa y unida por la dignidad del esfuerzo común. Esta definición clave, que enfrenta la inmoralidad estructural del sistema causante del desorden social y mundial de esta época de cambios asimétricos, permite percibir con claridad el “ser o no ser” del trabajo en las categorías conjugadas de materia y espíritu, cuerpo y alma en nuestro desafío existencial.

El trabajo, que nos da un lugar respetable entre nuestros hermanos, no es el de la concepción del “capitalismo salvaje” [Juan Pablo II]: una mera mercancía que se intercambia por una retribución, casi siempre exigua, enajenando al hombre respecto de su labor. Y degradándolo a un simple número de una economía explotadora y especulativa dirigida a la acumulación desmedida de riqueza.

El trabajo tampoco es el “sacrificio” impuesto a los pueblos para la construcción del colectivismo antidemocrático, que culmina de igual forma en el poder ilimitado de los círculos estrechos de la nomenclatura. Porque es cierto que todos nos debemos al “esfuerzo” del trabajo, pero nadie puede inmolar su propia existencia personal regimentada en un trabajo forzado para el futuro incierto del totalitarismo.

Finalmente, el trabajo no es su simulación en un esquema populista que, más allá de un relato ideológico que desmiente cada vez más “la realidad que es la única verdad”, conforma en rigor un modelo estructurado de desocupación. Sea por el trabajo precarizado y en negro; sea por la subvención de un cooperativismo inexistente que no produce nada; sea por el asistencialismo clientelar indiscriminado y crónico que atenta contra la cultura del trabajo en la sucesión de las generaciones sumergidas.


Gobernar es crear trabajo 

 Por estas razones negativas, en nuestro país, la idea pionera de Alberdi: “gobernar es poblar”, fue actualizada y completada en su significación social por Perón, al afirmar que “gobernar es crear trabajo”. Porque es evidente que los conglomerados humanos, asentados sin planificación previa, ni dotación de servicios esenciales y carentes de fuentes de trabajo, patentizan una comunidad al revés: sometida por los explotadores de la esclavitud moderna, el narcotráfico, la trata de personas y todos los delitos derivados de la falta de contención educativa y pacificadora.

En esta problemática, agudizada por un absurdo “garantismo legal” y la mala praxis de autoridades políticas, judiciales y policiales, la solución real e integral sólo puede provenir de la voluntad conjunta, decidida y perseverante, de reorganizar la comunidad desde su misma base por el trabajo fecundo. Factor imprescindible que no es permutable con dádivas, ni con el incremento ocioso del empleo público partidizado y sin control de utilidad y gestión.

Sin embargo el neopopulismo pseudointelectual, siguiendo el discurso anticuado del neomarxismo europeo, asesora equívocamente a un gobierno centralizado hasta las adyacencias del autoritarismo. Pero en verdad, el “modelo de desocupación” que establece y ha concentrado la pobreza para hacerla funcional a un ordenamiento sin prevalencia institucional, sirve al propósito implícito de la cautividad electoral, el mecanismo perverso de los retornos, y la extorsión social latente como fuerza de choque en la división de la sociedad.

El lenguaje de la corrupción es la hipocresía 

 El papa Francisco, así como nos alerta sobre los límites del “asistencialismo social”, válido en la emergencia pero no como propuesta permanente, ha profundizado el grave concepto de la corrupción. Esta lacra sobrepasa al pecado, fomentándolo con la promoción de intereses espúreos y el narcisismo, que es una debilidad interior basada en la vanidad y la arrogancia. Una debilidad espiritual que exige la adulación y la obsecuencia para afirmar el rol que cumplimos en cualquier jerarquía, pero que es especialmente nefasta en el nivel de conducción, porque su lenguaje masivo es el de la hipocresía.

Un lenguaje de contenidos duales, que habla de distribución de la riqueza, pero la concentra más que nunca; que declama la movilidad social pero disminuye la clase media y deteriora la capacidad adquisitiva de los trabajadores; que critica a la banca que gana en forma record y no paga impuestos; que dibuja la inflación y con ello aumenta la presión tributaria que es la más alta de la historia; que combate al “campo” y vive de la soja; que proclama el federalismo y destruye a las provincias y las economías regionales mediante una coparticipación inequitativa totalmente unitaria.

Es indudable que toda visión retrospectiva admite matices y conclusiones diferentes, pero eso no es lo principal porque “lo útil mira al porvenir”, y es allí donde crece la incertidumbre que afecta la edificación del futuro. La falta de planificación estratégica ha sido indiscutible, entre la improvisación reiterada y la venalidad sistemática. Y el impacto demoledor para la infraestructura vial, ferroviaria, marítima y energética; comprobando que “la corrupción mata” por los fondos que desvía, malgastando una década de condiciones inéditas de crecimiento no traducido en desarrollo sustentable.

Y es el desarrollo, como lo anticipó Karol Wotyla, el nuevo nombre de la paz en el orden social e internacional. Desarrollo nutrido en la reintegración del humanismo por la cultura del trabajo, según principios y valores universales que anteceden y motivan a las diferentes corrientes políticas y sindicales. La ética de la solidaridad y el trabajo no es una ingenuidad acrítica denunciada por las ideologías extremas, sino una potencialidad del “nosotros social” que se realiza con la toma de conciencia de una comunidad de destino, frente al flagelo del subdesarrollo y la pobreza.

El peor error es no corregir el error 

La prudencia no delibera sobre los fines, sino sobre los medios [Aristóteles], y puesto que a menudo estamos de acuerdo con los aspectos generales de los grandes objetivos nacionales, es imprescindible debatir, con apertura y sinceridad, sobre los mejores procedimientos y métodos para alcanzarlos. Es decir, superar los errores y los vacíos de un ciclo oficial que aún se prolonga y donde la oposición hasta ahora no ha ofrecido mayores alternativas.

El lenguaje que nos pide el Papa para el diálogo sobre temas donde se juega nuestro destino personal y comunitario, es el de la “palabra de verdad y con amor”, dejando de lado el decir edulcorado de la relatividad ética, la adulación política y la manipulación pública. Un consejo sabio que nos recuerda nuestro axioma: “la verdad habla sin artificios”.

Esto nos permitirá recuperar a todos el protagonismo incluyente en un proyecto nacional compartido; fuera de los monólogos recriminativos, la agresión mutua y las estridencias mediáticas. Los grandes movimientos y partidos no perduran por el simple enroque de dirigentes con acentuadas apetencias individuales, sino que son sostenidos por una gran franja de militancia honesta y consecuente, con inserción territorial y social. Esto representa el verdadero motor del recambio y la reconstrucción de poder, que ciertos analistas e “intelectuales” no visualizan o desprecian, porque sólo difunden el laberinto de una escena de ambición.

Honrar al trabajo, pues, es destacar también al militante comunitario como sujeto político pensante y actuante. Él aumenta su potencial de liderazgo cuando es leal a sus principios y valores, y sabe que su acción que coordina convicciones y responsabilidades es un trabajo abnegado al servicio del bien común. Un trabajo sin egoísmo, ni entrismo, ni oportunismo: un trabajo de equipo.

 Buenos Aires, junio de 2013.

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