(CHRISTIFIDELIS LAICI,58)
A Ignacio de Loyola siempre lo relacionamos con La Compañía de Jesús. Sin embargo, vivió dos terceras partes de su vida como laico. Y todavía lo era cuando comenzó a compartir la experiencia de los Ejercicios Espirituales con sus compañeros y no pensaba aún en el sacerdocio ni en una orden religiosa.
Comenzamos el mes de julio con el Curso de Formadores para la Colaboración en la Misión y lo terminamos con la fiesta de Ignacio de Loyola, por eso el mes parece unir estos temas.
Esa imagen de Ignacio apóstol laico, sin tener en su horizonte la perspectiva de una orden religiosa, formando otros colaboradores laicos para la misión de Cristo, nos es poco familiar. Y no es sólo porque aún no había llegado a ser sacerdote y religioso. Ya de General de la Compañía envía a los jesuitas a formar personas “idóneas para ser apóstoles, y generalmente, aquellas que siendo ayudadas, podrán luego ayudar a otros para gloria de Dios”. Por eso, nos dice el P. Rambla, “tiene la convicción de que el seglar llega a lugares y alcanza resultados no asequibles al sacerdote o a los religiosos. De aquí el interés de atender especialmente a los seglares que manifiestan capacidades y disposiciones para ser verdaderos multiplicadores de la actividad apostólica eclesial”.
Sin duda así fue en la Compañía antes de la supresión. Pensemos cómo hubiera sido posible la labor de las reducciones con un sacerdote y un hermano jesuita solamente en cada reducción, si no hubieran tenido un ejército de colaboradores en la misión educativa, organizativa, evangelizadora.
Esto nos hace conscientes que existe una sola historia de salvación, la historia de la humanidad, en la que Dios nos salva. No son dos historias, sino una sola, que se construye con el aporte de todo el pueblo que avanza en la historia buscando su salvación. Esta conciencia ayudó a los padres reunidos en el Concilio Vaticano II a proponer una acción no eclesiocéntrica, y por lo tanto, no clerical. A recuperar el valor del sacerdocio bautismal que nos hace a todos y todas colaboradores en esta acción salvífica en la historia.
Por eso el Padre Kolvenbach nos invitaba a que “cuando recemos juntos por las vocaciones a la Compañía, recemos especialmente para que Dios prepare y llame a este servicio a jóvenes que formen parte de la Iglesia de los laicos” y no sólo de la Compañía de Jesús.
Y así, al pensar en la formación para la misión de la Compañía, no podemos pensar sólo en la formación de jesuitas, sino en toda la variedad de colaboradores en la misión de Cristo según la espiritualidad y carisma de Ignacio de Loyola. Esta perspectiva debe entrar en nuestra planificación y presupuestos.
Y cuando pensamos y oramos por el cuerpo de la Compañía deberíamos ampliar nuestra visión y situarlo en ese cuerpo más amplio de colaboradores en la misión según la espiritualidad ignaciana, que se constituye como un nuevo sujeto apostólico que no se confunde con el cuerpo de la Compañía, pero que es indispensable para concebir y realizar nuestra misión.
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