su santidad el papa
"san ignacio de loyola"
Lima, 30 de septiembre de 2014
El
Papa Francisco ha dicho: “Cómo deseo una Iglesia pobre, una Iglesia para los
pobres”[1]. Y muchos se preguntaron: ¿cómo puede servir a los pobres
una Iglesia que sea ella misma pobre? Para repartir hay que tener
.
En
América Latina ya no podemos decir que estamos en un continente pobre. Entre
los mayores millonarios del mundo hay varios latinoamericanos. Pero sí tenemos
que afirmar que somos el continente más desigual. Nuestra pobreza no es fruto
de la escasez, sino de la mala distribución.
¿Qué
significa esto para la Iglesia
latinoamericana, que ha hecho opción por los pobres desde Medellín a Aparecida?
¿Para la vida religiosa latinoamericana, que se compromete con su voto de
pobreza a ser testigo del Reino entre los pobres? ¿Para la Compañía de Jesús, que no
puede cambiar su legislación sobre la pobreza si no es para hacerla más
estricta?
Para
nosotros la pobreza tiene raíces evangélicas (“deja todo lo que tienes y
sígueme…”, porque el hijo del hombre no tiene ni dónde reclinar su cabeza”) y
está fuertemente ligada a la misión (ä los pobres se les anuncia el
evangelio”). Pero, ¿cómo dar sostenibilidad a esta misión?
La
crisis financiera del siglo XXI nos ha obligado a buscar respuestas a estas
preguntas. Su impacto en las clases medias y altas del primer mundo recortó de
pronto dramáticamente las ayudas oficiales y privadas al tercer mundo. Muchas
de nuestras obras, sostenidas con proyectos de cooperación internacional,
entraron en crisis. Pero al mismo tiempo, América Latina ha sido un continente
menos afectado por la crisis. Su crecimiento promedio se ha mantenido sobre el
4%, y la subida al poder de muchos gobiernos de izquierda ha logrado en muchos
países una mejor redistribución de la riqueza.
¿No
nos está exigiendo este cambio una revisión de nuestras formas de vivir la
pobreza y de sostener las instituciones en las que se canaliza nuestra misión?
Por supuesto no tengo las respuestas para estas preguntas. Requieren de nuestra
reflexión y búsqueda colectiva. Han sido tema de la reunión de la Red Claver y lo serán
este mes de octubre de la reunión de ecónomos en México y de la Asamblea de CPAL en Santa
Cruz de la Sierra. Pero
sí me gustaría abrir algunas pistas que nos coloquen en camino. En esta
búsqueda nos pueden servir de inspiración algunos gestos del Papa Francisco,
que representan un importante giro en el estilo eclesial.
Lo
primero es el tratamiento del tema del Instituto de Obras Religiosas (IOR). Si
fuéramos a resumir las acciones tomadas hasta el momento las podríamos resumir
en una búsqueda de transparencia. En estos tiempos en que pedimos transparencia
a los gobiernos sobre el manejo de los fondos públicos, a las empresas sobre
sus obligaciones fiscales y laborales, la Iglesia debe ser un ejemplo de transparencia en
el manejo de los fondos que pasan por sus manos. La acción decidida frente a
los casos de corrupción en el IOR, la apertura a revisiones externas, la
revisión de sus funciones son muestras de una clara voluntad de mayor
transparencia. Y también ha pedido el Vaticano a los Institutos Religiosos
comenzar una serie de reformas en su administración y en la formación de
quienes la manejan para buscar mayor transparencia en su gestión.
Nosotros
también debemos transparentar nuestra administración. Para ellos es preciso
mejorar nuestros sistemas de administración y contabilidad, practicar
auditorías externas en las obras, publicar sus estados financieros, compartir
entre nosotros las informaciones. En ese sentido se prepara una revisión de la Instrucción para la Administración de
Bienes (IAB)
.
Otro
gesto de Francisco ha sido la introducción de un estilo de sencillez y
austeridad. En un mundo de grandes desigualdades simbólicamente expresadas en
una ostentación hiriente, es un gesto de acercamiento a los más pobres. En un
mundo de un consumismo desbocado, que sacrifica la relación con la naturaleza,
este estilo implica una nueva forma de cuidar la ecología por la moderación en
el consumo de agua, petróleo y otros recursos naturales.
Para
nosotros es una invitación a revalorar la sobriedad como estilo de vida. A
concientizarnos sobre las implicaciones ecológicas de nuestros estilos de
consumo, a no convertir la tecnología funcional en moda caprichosa, a recuperar
la sencillez y austeridad como valores que contribuyen a la mejor convivencia
humana en relación al medio ambiente.
Ese
cambio en el estilo de vida del Papa Francisco es uno de los elementos que ha
contribuido a proyectar su imagen como de gran cercanía con los pobres. Pero
también ha sido su constante preocupación explicitada por la pobreza y las
causas que la provocan, su capacidad de acercarse física y emocionalmente a los
pobres, su toma de posición clara por ellos, con ellos, sin actitudes
asistenciales o paternalistas.
Nuestra
pobreza también tiene que estar enriquecida por la inserción de algunos de
nosotros, por un compromiso efectivo de nuestra misión por la transformación de
una realidad de inequidad e injusticia, por la explícita referencia a los
pobres en nuestra reflexión que dé profundidad contextualizada y profética a
nuestro discurso y a nuestras planificaciones. Que transparentemos que el
seguimiento de Jesús nos ha acercado a los pobres hasta hacernos comprender el
valor de la solidaridad y ayudarnos a hacerla efectiva en nuestra vida.
Que
la solidaridad con los pobres marque nuestras decisiones a la hora de definir
prioridades, de trabajar la selección de nuestros ministerios, de pensar la
reorientación de nuestras obras. Que esta solidaridad sea capaz de romper los
viejos moldes de pensar en “nuestros pobres’, para llegar a las fronteras donde
las pobreza devela en toda su agresividad las estructuras de injusticia. Que
seamos capaces de una solidaridad que se atreve a mirar a los territorios y
personas que más necesitan de nosotros, aunque sean lejanos y ajenos; de
descubrirlos como prójimos, cercanos, hasta comprometernos con ellos.
Que
esta solidaridad nos lleve a extender el nosotros más allá de las fronteras
acostumbradas para hacernos solidarios en la formación y los recursos humanos y
económicos, con otros que aprendemos a percibir como parte de un nosotros cada
día más generoso.
Y
que sepamos comunicar esta actitud evangélica ante las pobrezas. Que aprendamos
no a buscar financiamiento para nuestras obras, sino a invitar a otras personas
e instituciones a hacerse cómplices nuestros en la misión de solidaridad
universal que es la construcción del Reino.
P. Jorge Cela, S.J.
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