viernes, 29 de agosto de 2014

La política desde una perspectiva ignaciana. Por Marcial Rubio Correa*.



ORDEN DE LOS CABALLEROS DE 
SU SANTIDAD EL PAPA 
"SAN IGNACIO DE LOYOLA"

PRIORATO GENERAL EL PERÚ

¿Por qué no ocupar nuestro lugar en la política para ejercitarlo en el bien de los demás? La actitud ignaciana hacia la política exige esfuerzo en el conocimiento de la realidad, sometiendo nuestras propias limitaciones para elaborar alternativas morales consistentes, creatividad para diseñar los nuevos cursos del mundo hacia el bien común, y el trabajo concreto de solidaridad con el prójimo. Por Marcial Rubio Correa*
Para Ignacio de Loyola, interpretamos nosotros, la política requería de una aproximación compleja en actitudes humanas, como ocurre a su turno con los otros ámbitos de la vida. Se trata de resumirlas, con el serio riesgo de ser reduccionista, diría que cuando menos son los siguientes: 
  • Buscar el conocimiento verdadero de la realidad, o el más cercano posible a la verdad.
  • Elaborar una posición humana y cristiana frente a esa realidad.
  • En base al conocimiento de la realidad y a la posición propia, crear alternativas que puedan modificar la realidad orientándola hacia el bien común.
  • Intervención en la realidad para modificarla con la conciencia de que la Salvación tiene mucho que ver con ello.
Creemos que éste es un conjunto de elementos que caracteriza una apreciación ignaciana que caracteriza una apreciación ignaciana de la política tanto como, en general, de toda la vida. Es preciso no separar las cosas, no tomar una parte y dejar la otra y esto es muy importante porque el todo es complejo y diverso: implica conocer, crear, actuar y, sobre todo, creer.
Desde luego, la actitud ignaciana puede ser adaptada a quienes no comparten la fe, pero esto quitará una componente esencial a su concepción integralmente considerada.
En materia de actitud, es esencial mantener los aspectos de conocimiento, de creación y de intervención en la realidad. No bastan uno o dos aspectos de ella, de los que se trata es de asumir una actitud ignaciana, por lo tanto totalizante, hacia la realidad.
Veamos ahora de manera somera, que es lo que permite esta presentación, cada uno de estos aspectos.
1. Buscar el conocimiento verdadero de la realidad
Pareciera que la búsqueda del conocimiento verdadero es un punto de partida, pero es asombrosos es un punto de partida, pero en política es asombroso cuántas veces perseveramos en el error.
Caemos en él por muchas razones. Una primera consiste en que la realidad cambia constantemente pero nosotros no estamos dispuestos a reconocerlo y pretendemos que el conocimiento interior, es aún correcto hoy día. Cuando esto ocurre hay cierta falta de humildad que debe ser resaltada cuando tratamos de la posición ignaciana frente a la política.
Pero también intervienen las ideologías, que son como fondos de botellas con las cuales miramos la realidad y, muchas veces, nos convencemos de que ésta es como la ideología dice. Las ideologías pueden mantenerse intactas, en la mayoría de los detalles, a lo largo de mucho tiempo.
Estas reflexiones anuncian que para conocer adecuadamente la realidad, tenemos que precavernos de la esclerosis ideológica y debemos revisar permanente nuestras concepciones, ajustándolas a la realidad y a los cambios que en ella ocurren. También suele ocurrir que nos neguemos a mirar la realidad porque nos incomoda hacerlo o porque, de alguna manera, es mejor no verla. Por ejemplo, es interesante reflexionar sobre si nos hemos preocupado de comprender lo que está pasando en el mundo tanto con el terrorismo demencial, como con la coalición que se prepara contra él y que llegó a tener nombre, que si quería decir lo que decía, en realidad era inadmisible: ”Justicia infinita”, sino también falibles. Felizmente cambió el nombre.
Tendríamos que preguntarnos, también si sólo el nombre cambió.
Creemos que esta situación es un buen laboratorio de experimentación sobre nuestra actitud hacia el conocer en la política. Si hemos pretendido entrar en los detalles que razonablemente podemos alcanzar; si hemos tratado de conocer los diversos aspectos y componentes de esta colosal confabulación del mal que se expresó el 11 de septiembre; si hemos al mismo tiempo tratado de medir las consecuencias de la inminente reacción en manos humanas, entonces, todo va por el camino correcto. Pero si nos hemos abandonado o rezagado en esta tarea, creemos que hay algo que ignacianamente no funciona muy bien hoy y aquí.
En cualquier caso, el conocimiento lo más correcto posible de lo que ocurre es el primer paso y es profundamente ignaciano. Como vemos, no es sólo ni básicamente un problema técnico. Más bien, tiene raíces en las virtudes y los defectos, en la necesidad del triunfo de la honestidad intelectual pero también de la perseverancia, de la humildad y del compromiso.

2. Elaborar una posición cristina y humana frente a esa realidad

El conocimiento de la realidad es como la infraestructura de la política. Sin él nada podrá hacerse que no se constituya una tocar la flauta del cuento. Pero con ese conocimiento tampoco hemos logrado mucho si no elaboramos una posición propia frente a esa realidad.
En una concepción ignaciana existen principios cristianos que debemos necesariamente incorporar. No es éste el espacio en el que debamos pretender, siquiera, una recopilación parcial de todos los que de ellos aplicarían a la política. Es una tarea que queda a profundizar debidamente.
Pero no todo en la política será aplicación de los principios cristianos. Habrá también indeterminaciones que tendrán que ser complementadas con la razón natural que tiene menos de inmutable y más de adaptación a las circunstancias.
Por eso hacemos la diferenciación: todo lo cristiano será humanista, pero hay muchas determinaciones humanistas que no son necesariamente cristianas porque las compartimos todos los seres humanos.
Creemos que la elaboración de esta posición frente a la realidad tiene una clara connotación de levadura en la masa, idea evangélica aplicable a los Apóstoles designados para difundir la Buena Nueva a la humanidad a lo largo del espacio y del tiempo: no poca cosa para doce que, en realidad, iban a ser once si contamos sólo a los que vinieron con Cristo y salieron luego a predicar.
Hace unos días esperaba en el zaguán de la casa de Fátima, aquí en Miraflores, y me llamó la atención un afiche pegado en la pared de la portería.
Decía algo así como ”Si quieres siempre cosas imposibles, si muchas veces te dicen loco por lo que aspiras” entonces tienes muchos amigos en la Compañía de Jesús.
No son las palabras exactas pero sí es la idea que, en el fondo, no es sino la que existe en el pasaje evangélico de ”La Levadura de la Masa”.
En este mundo tan construido, tan informatizado, parece poco posible que podamos hacer algo casi a mano. Sólo el intentarlo da la impresión de ser cosa de locos. Pero hay algo más grave aún cuando las facciones se polarizan y hay que adoptar una posición propia: siempre es más fácil ubicarse en los extremos.
Es más difícil, y a veces casi heroico, predicar lo que la sana razón aconseja.
Nos gustaría volver al tema del 11 de Septiembre en Nueva York y a su evolución. ¿Cuál debe ser el mensaje cristiano y humano frente a estos hechos?
Sin duda hay que excluir la indulgencia con el terrorismo. Pero también hay que preguntarse si la respuesta deber tener límites o no y, en caso de que los debiera tener, hay que preguntarse cuáles deben ser.
Lo propio puede suceder con muchas otras cosas. Para poner el ejemplo de esta tierra en la que estamos, hay que decir que en nuestro entender, los peruanos aún no hemos elaborado una posición consistente contra la corrupción y que, por lo menos es nuestra impresión, todavía hay mucho más de primitivo que de civilizado en la manera como entendemos retornar a la esencia luego de presenciar, probablemente, el periodo de corrupción política mejor documentado en la historia de la humanidad.
Da la impresión de que todavía tenemos más revancha que consistencia en la búsqueda de la honestidad, sin que esto pretenda desmerecer los sinceros esfuerzos que muchos hacen, dentro y fuera del aparato de Estado por eliminar o, cuando menos, reducir drásticamente la corrupción. No puede haber aproximación ignaciana a la realidad si se prefiere no elaborar la posición cristiana y humanista frente a ella.
3. Crear alternativas que puedan orientar la realidad hacia el bien común
La conciencia de tener que actuar en la realidad comienza por elaborar un plan para cambiarla. No es todavía el paso hacia la acción, pero sí es la prefiguración inteligente de qué y el cómo hacer. La actitud cristiana y humana es un punto de partida, un insumo para repensar la realidad, si no partido de esta actitud, no cambiarán las cosas, no producirán fruto.

Hoy se habla, por ejemplo, de planeamiento estratégico, un instrumento que, indudablemente, contiene técnicas que personalmente respetamos y cuyo uso alentamos. Pero es asombroso cuan fuera de la política se hace el planeamiento estratégico. Dentro de ella reinan más bien la improvisación y la respuesta a la coyuntura, cuando no la demagogia a los cálculos electorales.
Generalmente, la acción política es una mezcla compleja de elementos, entre los cuales suelen estar uno o algunos de los indicados en el párrafo anterior. Una actitud ignaciana frente a la política nos exige reflexión para orientar el cambio de la realidad.
Este es un rasgo profundamente ignaciano que no comparten todos los seres humanos y, ni siquiera, todos los cristianos porque existen hermanos en la fe que prefieren una actitud contemplativa y de sacrificio que excluye el actuar directamente en el mundo. Es una forma que la Iglesia, y otras confesiones también, han reconocido como válida y no tenemos crítica contra ella.
Pero la actitud ignaciana es distinta y también es válida: preocupación por la realidad para hacer un plan de transformación, completando la creación divina entregada a la humanidad. El episodio de ganarás el pan con el sudor de tu frente y sus reflexiones subsecuentes en el Génesis, son un buen sustento para esta actitud de transformación de la realidad porque es precisamente el objeto del trabajo humano el intervenir en la realidad, pero haciéndolo ordenadamente, como una colaboración a la acción divina.
En todo caso, planificar el curso de las cosas y conducir la propia acción por causas racionales no es metodología privada de la edad moderna: siempre hubo seres humanos e instituciones que pugnaron por crear metodología de trabajo reflexivo frente a la realidad. Desde el punto de vista cristiano, además esto es correcto porque la creación tiene racionalidad que se manifiesta al hombre a través de su entendimiento y le permite acomodar las relaciones humanas y el manejo de las cosas al bienestar de todos, que es precisamente el bien común.

4. Intervención en la realidad para modificarla**

Este es un aspecto capital de la posición ignaciana. Lo anterior es parte de muchas concepciones de vida, cristiana o no cristiana. Sin embargo, hay un momento en el que Ignacio se pone el overol, se remanga y comienza a utilizar los alicates y los destornilladores. Sin ello, Ignacio será un homónimo, no San Ignacio de Loyola, el de los jesuitas.
Es muy importante notar que a lo largo de todo su vida, y luego a través de la formación que la Compañía da, la praxis es un componente esencial, no sólo de la actitud frente a la vida, sino también de la conciencia de transcendencia del ser humano.
En efecto: Ignacio de Loyola trabaja sobre la vida para modificarla. Eso son todas sus actividades y, también, los colosales viajes de evangelización y de acción que inculcó a sus compañeros directos y, con ellos, a todos los jesuitas de la historia. Nosotros, los ex alumnos, fuimos siempre estimulados a trabajar sobre la realidad, de distintas maneras, con aproximaciones ideológicas y culturales distintas que siempre compartimos, pero la metodología de trabajar en el mundo fue parte esencial que se tradujo en acompañar comunidades campesinas, en construir iglesias en pueblos pobres, en repartir víveres entre quienes los necesitaran o, desde luego, en usar parte del tiempo libre de los fines de semana para dictar catecismo entre muchachos, muchas veces, cercanísimos a nosotros en edad.
Desde el punto de vista de la Fe, además esta acción en la tierra es el camino de salvación. La solidaridad es un rasgo típico de la formación jesuítica, no siempre reconocido en su verdadero valor en las concepciones extremadamente individualistas que muchas veces se defienden en nuestro lado en los tiempos actuales.
Por eso, en su recto sentido, la aproximación jesuita exige que transformemos la realidad política en un acto de esperanza, virtud teologal de gran transcendencia para los cristianos: esperanza de poder contribuir en la labor de Creación divina para cambiar el mundo hacia el bien común; pero también esperanza de salvación trabajando por el prójimo y solidaridad, dos palabras tan queridas por el Evangelio.

5. La síntesis humanizadora de la actitud ignaciana hacia la política**

Creemos que la actitud ignaciana hacia la política es de gran desarrollo humano porque es altamente civilizada: exige esfuerzo en el conocimiento de la realidad, sometiendo nuestras propias limitaciones para elaborar alternativas morales consistentes, creatividad para diseñar los nuevos cursos del mundo hacia el bien común, y el trabajo concreto de solidaridad con el prójimo.
Todo ello en lucha contra nuestras flaquezas y en constante promoción de las virtudes de nuestro espíritu. Trabajar de esta manera, colaborará a mejorar el mundo y engrandece al que dedica su tiempo a la política.
Un corolario muy importante de todo ellos es preguntarse: si está en nuestra herencia como exalumnos jesuitas ¿Por qué no ocupar nuestro lugar en la política para ejercitarlo en el bien de los demás? Los obispos peruanos hicieron hace muchos años una carta a la feligresía que titularon ”Política deber cristiano”. Pienso que fue un título muy ignaciano y que vale recordarlo aquí para que nos ayude a reflexionar sobre, hasta dónde, dedicarnos a la cosa pública con el bagaje de San Ignacio no es solamente opción, es más bien un compromiso ineludible.
Tomado de: Cuadernos de Espiritualidad , No. 97, Enero 2002.
*Marcial Rubio es, actualmente, rector de la Universidad Católica. Ha sido ministro de educación. Esta es su intervención en el Congreso Latinoamericano de ex alumnos jesuitas celebrado en Lima .

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