lunes, 7 de julio de 2014

El comunismo nos robó la bandera. La bandera de los pobres es cristiana.

El encuentro es en Santa Marta, a la tarde. Una rápida verificación, y un guardia suizo me hace sentar en una pequeña sala de estar. Francisco entra sonriendo: "¡Finalmente! ¡Yo la leo y ahora la conozco!". Le respondo. "Yo, al contrario, lo conozco y ahora lo escucho". Él ríe. Ríe con placer, el Papa, como lo hará más veces en el transcurso de más de una hora de conversación fluida. El reportaje es de Franca Giansoldati, publicado en el diario Il Messaggero el 29-06-2014. La traducción es de Moisés Sbardelotto.


Seis sofás verdes de terciopelo un poco gastado, una mesita de madera, un televisor de aquellos antiguos, con la ”protuberancia” hacia atrás de la pantalla. Todo en perfecto orden, el mármol pulido y brilloso, algunos cuadros. Podría ser una sala de espera parroquial, una de aquellas a las que se va a pedir un consejo o para tramitar los documentos de casamiento.
Roma, con sus males de megalópolis; la época de cambios que debilitan la política; el esfuerzo para defender el bien común; la reapropiación por parte de la Iglesia de los temas de la pobreza y del compartir (”Marx no inventó nada”); la desolación ante la degradación de las periferias del alma, resbaladizo abismo moral que se abusa de la infancia, se tolera la mendicidad, el trabajo infantil y, no por último, la explotación de niñas prostitutas con menos de 15 años. Y los clientes que podrían ser sus abuelos, ”pedófilos”: el Papa los define justamente así.
Francisco habla, explica, se interrumpe, retorna. Pasión, dulzura, ironía. Un hilo de voz, parece arrullar las palabras. Las manos acompañan el raciocinio, las entrelaza, las suelta, parecen diseñar geometrías invisibles en el aire. Está en óptima forma, a pesar de los rumores sobre su salud.
He aquí la entrevista.
Es la hora del juego entre Italia y Uruguay. Santo Padre, ¿por quién hincha usted?
Ah, yo, por nadie, de verdad. Prometí a la presidente de Brasil (Dilma Rousseff) que me mantendría neutral.
¿Comencemos por Roma?
Pero usted sabe que no conozco Roma. Piense que vi la Capilla Sixtina por primera vez cuando participé en el cónclave que eligió a Benedicto XVI (2005). Nunca estuve ni siquiera en los museos. El hecho es que, como cardenal, no venía muchas veces. Conozco Santa María Mayor, porque siempre iba allá. Y después San Lorenzo Extramuros, donde fui para una confirmación de bautismo, cuando estaba el padre Giacomo Tantardini. Obviamente conozco la Plaza Navona, porque siempre me hospedé en la Vía della Scrofa, allá atrás.
¿Hay algo de romano en el argentino Bergoglio?
Poco y nada. Soy más piamontés, son esas las raíces de mi familia de origen. Sin embargo, estoy empezando a sentirme romano. Pretendo ir a visitar el territorio, las parroquias. Estoy descubriendo poco a poco esta ciudad. Es una metrópolis bellísima, única, con los problemas de las grandes metrópolis. Una ciudad pequeña tiene una estructura casi unívoca; una metrópolis, al contrario, incluye siete u ocho ciudades imaginarias, sobrepuestas, en varios niveles. También niveles culturales. Pienso, por ejemplo, en las tribus urbanas de los jóvenes. Ocurre igual en todas las metrópolis. En noviembre, haremos en Barcelona un congreso dedicado justamente a la pastoral de las metrópolis. En Argentina, se promovieron intercambios con México. Se descubren tantas culturas cruzadas, pero no tanto por causa de las migraciones, sino porque se trata de territorios culturales transversales, construidos con pertenencias propias. Ciudades en las ciudades. La Iglesia debe saber responder también a este fenómeno.
¿Por qué, desde el comienzo, usted quiso enfatizar tanto la función de obispo de Roma?
El primer servicio de Francisco es éste: ser el obispo de Roma. Él sólo tiene todos los títulos de Papa, Pastor universal, Vicario de Cristo, etc., porque es obispo de Roma. Es la primera elección. La consecuencia del primado de Pedro. Si mañana, el Papa quisiera ser obispo de Tívoli, es claro que me expulsarían.
Hace 40 años, con Paulo VI, el Vicariato promovió el congreso sobre los males de Roma. Emergió el cuadro de una ciudad en que aquellos que tenían mucho llevaban la mejor parte, y aquellos que tenían poco, la peor. Actualmente, en su opinión, ¿cuáles son los males de esta ciudad?
Son los de las metrópolis, como Buenos Aires. Quienes aumentan los beneficios, y quienes son cada vez más pobres. Yo no era conciente del congreso sobre los males de Roma. Son cuestiones muy romanas, en aquella época tenía 38 años. Soy el primer Papa que no participó en ese Concilio y el primero que estudió teología en el pos-Concilio; en esa época, para nosotros, la gran luz era Paulo VI. Para mí, la Evangelii nuntiandi continúa siendo un documento pastoral nunca superado.
¿Existe una jerarquía de valores a ser respetada en la gestión de la cosa pública?
Ciertamente. Proteger siempre el bien común. La vocación para cualquier político es ésa. Un concepto amplio que incluye, por ejemplo, la protección de la vida humana, su dignidad. Paulo VI acostumbraba decir que la misión de la política continúa siendo una de las formas más altas de caridad. Hoy, el problema de la política –no hablo sólo de Italia, sino de todos los países, el problema es mundial– es que se desvalorizó, arruinada por la corrupción, por el fenómeno de los sobornos. Recuerdo un documento que los obispos franceses publicaron hace 15 años. Era una carta pastoral que se titulaba ”Rehabilitar la política”, que abordaba justamente este asunto. Si no hay servicio en la base, no se puede entenderni siquiera la identidad de la política.
Usted dijo que la corrupción tiene olor a podredumbre. También dijo que la corrupción social es el fruto del corazón enfermo y no sólo de condiciones externas. No habría corrupción sin corazones corruptos. El corrupto no tiene amigos, sino idiotas útiles. ¿Puede explicarnos mejor eso?
Hablé dos días seguidos sobre este asunto, porque comentaba la lectura de la Viña de Nabot. Me gusta hablar acerca de las lecturas del día. El primer día, abordé la fenomenología de la corrupción; el segundo día, cómo terminan los corruptos. El corrupto no tiene amigos, sino sólo cómplices.
De acuerdo con usted, ¿se habla mucho de la corrupción porque los medios de comunicación insisten demasiado en el asunto o porque efectivamente se trata de un mal endémico y grave?
No, desgraciadamente, es un fenómeno mundial. Hay jefes de Estado en prisión justamente por causa de esto. Me interrogué mucho y llegué a la conclusión de que muchos males crecen fundamentalmente durante los cambios de época. Estamos viviendo no sólo una época de cambios, sino también un cambio de épocas. Y, por lo tanto, se trata de un cambio de cultura. Justamente en esta fase, emergen cosas de este tipo. El cambio de época alimenta la decadencia moral, no sólo en la política, sino también en la vida financiera y social.
Los cristianos tampoco parecen brillar dando testimonio...
Es el ambiente el que facilita la corrupción. No digo que todos sean corruptos, pero creo que es difícil permanecer honesto en la política. Hablo de todos los lugares, no sólo de Italia. También pienso en otros casos. A veces hay personas a las que les gustaría dejar las cosas claras, pero después se encuentran en dificultades, y es como si fuesen fagocitadas por un fenómeno endémico, en varios niveles, es algo transversal. No porque sea la naturaleza de la política, sino porque en un cambio de épocas, los estímulos en dirección a un cierto desvío moral se vuelven más fuertes.
¿Usted se asusta más con la pobreza moral o con la material, de una ciudad?
Ambas me asustan. Por ejemplo, puedo ayudar a un hambriento para que no tenga más hambre, pero, si él perdió el trabajo y no encuentra otro empleo, eso tiene que ver con la otra pobreza. Él no tiene más dignidad. Tal vez él puede ir a Cáritas y llevar a casa una cesta básica, pero experimenta una pobreza gravísima que arruina su corazón. Un obispo auxiliar de Roma me contó que muchas personas van al restaurante popular y, a escondidas, llenas de vergüenza, llevan comida a sus casas. Su dignidad progresivamente se empobreció, viven en un estado de postración.
Por las calles consulares de Roma, se ven niñitas de sólo 14 años, muchas veces forzadas a prostituirse ante la indiferencia general, mientras en el metro, se ve la mendicidad de los niños. ¿La Iglesia aún es fermento? ¿Usted se siente impotente como obispo ante esta degradación moral?
Siento dolor. Siento un enorme dolor. La explotación de los niños y niñas me hace sufrir. En Argentina también ocurre lo mismo. En algunos trabajos manuales, se usan los niños porque tienen las manos más pequeñas. Pero las niñas también son explotadas sexualmente en hoteles. Una vez, me avisaron que en una calle de Buenos Aires había niñitas prostitutas de 12 años. Me informé, y efectivamente era así. Eso me hizo mal. Pero mucho más por ver que eran automóviles de alta gama conducidos por ancianos los que paraban. Podían ser sus abuelos. Hacían que la niña subiera y le pagaban 15 pesos, que después servían para comprar los restos de la droga, el ”paco”. Para mí, las personas que hacen esto a las niñas son unos pedófilos. Esto también ocurre en Roma. La Ciudad Eterna, que debería ser un faro en el mundo, es espejo de la degradación moral de la sociedad. Creo que son problemas que pueden ser resueltos con una buena política social.
¿Qué puede hacer la política?
Responder de modo claro. Por ejemplo, con servicios sociales que lleven a las familias a entender, acompañándolas para salir de situaciones pesadas. El fenómeno indica una deficiencia de servicio social en la sociedad.
Pero la Iglesia está trabajando mucho...
Y debe continuar haciéndolo. Ella necesita ayudar a las familias en dificultades, un trabajo de salida que impone el esfuerzo común.
En Roma, cada vez más jóvenes no van a la iglesia, no bautizan a sus hijos, no saben ni siquiera hacer la señal de la cruz. ¿Qué estrategia es necesario implementar para invertir esta tendencia?
La Iglesia debe salir a las calles, buscar a las personas, ir a las casas, visitar a las familias, ir a las periferias. No ser una Iglesia que sólo recibe, sino que ofrece.
Y los párrocos no deben quedarse peinando las ovejas...
(Risas) Obviamente. Estamos en un momento de misión hace cerca de una década. Debemos insistir.
¿Usted se preocupa por la cultura de la desnatalidad en Italia?
Creo que se debe trabajar más por el bien común de la infancia. Formar una familia es un compromiso. A veces, el salario no es suficiente, no se llega a fin de mes. Se tiene miedo de perder el trabajo o de no poder pagar el alquiler. La política social no ayuda. Italia tiene una tasa bajísima de natalidad. En España es lo mismo. Francia va un poco mejor, pero allá también es baja. Es como si Europa se hubiera cansado de ser madre, prefiriendo ser abuela. Mucho depende de la crisis económica y no sólo de un desvío cultural marcado por el egoísmo y por el hedonismo. El otro día leía una estadística de los criterios para los gastos de la población a nivel mundial. Después de la alimentación, el vestuario y los medicamentos, tres ítems necesarios, siguen la cosmética y los gastos con animales de estima, las mascotas.
¿Los animales importan más que los niños?
Se trata de otro fenómeno de degradación cultural. Es así porque la relación afectiva con los animales es más fácil, más programable. Un animal no es libre, mientras que tener un hijo es una cosa compleja.
¿El Evangelio habla más a los pobres o a los ricos para convertirlos?
La pobreza está en el centro del Evangelio. No se puede entender el Evangelio sin entender la pobreza real, teniendo en cuenta que también existe una pobreza bellísima del espíritu: ser pobre ante Dios, porque Dios te llena. El Evangelio se vuelca indistintamente a los pobres y a los ricos. Habla tanto de pobreza como de riqueza. De hecho, no condena a los ricos; a lo sumo a las riquezas, cuando se convierten en objetos idolatrados. El Dios dinero, el becerro de oro.
Usted da la imagen de ser un Papa comunista,pauperista,populista. La revista The Economist, que le dedicó una tapa, afirma que usted habla como Lenin. ¿Usted se reconoce en todo eso?
Yo sólo digo que los comunistas nos robaron la bandera. La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza está en el centro del Evangelio. Los pobres están en el centro del Evangelio. Tomemos por ejemplo Mateo 25, el protocolo por el cual seremos juzgados: tuve hambre, tuve sed, estuve en prisión, estaba enfermo, desnudo. O miremos a las Bienaventuranzas, otra bandera. Los comunistas dicen que todo eso es comunista. Sí, como no, 20 siglos después... Entonces, cuando ellos hablan, se podría decirle a ellos: ¡pero ustedes son cristianos! (risas)
Si usted me permite una crítica...
Claro...
Usted tal vez habla poco de las mujeres y, cuando habla, aborda el asunto sólo desde el punto de vista de la maternidad, de la mujer esposa, de la mujer madre, etc. Sin embargo, las mujeres ya lideran Estados, multinacionales, ejércitos. En la Iglesia, en su opinión, ¿qué lugar ocupan las mujeres?
Las mujeres son la cosa más bella que hizo Dios. La Iglesia es mujer. Iglesia es una palabra femenina. No se puede hacer teología sin esa feminidad. Sobre esto, usted tiene razón, no se habla lo suficiente. Estoy de acuerdo que es preciso trabajar más sobre la teología de la mujer. Ya dije esto, y se está trabajando en ese sentido.
¿Usted entrevé una cierta misoginia de fondo?
El hecho es que la mujer fue sacada de una costilla... (ríe con gusto). Estoy bromeando, es una broma. Estoy de acuerdo que se debe profundizar más la cuestión femenina, si no, no se puede entender a la propia Iglesia.
Podemos esperar de usted decisiones históricas, del tipo una mujer como jefe de dicasterio, no digo del clero...
(Risas) Bien, muchas veces los sacerdotes acaban bajo la autoridad de las perpetuas...
En agosto, usted va a Corea. ¿Es la puerta hacia China? ¿Usted está apuntando hacia Asia?
Voy a ir a Asia dos veces en seis meses. A Corea en agosto, para encontrarme con los jóvenes asiáticos. En enero, a Sri Lanka y a Filipinas. La Iglesia en Asia es una promesa. Corea representa mucho, tiene en su espalda una historia bellísima, por dos siglos no tuvo sacerdotes, y el catolicismo avanzó gracias a los laicos. También hubo mártires. En relación con China, se trata de un desafío cultural grande. Grandísimo. Y después está el ejemplo de Matteo Ricci, que hizo tanto bien...
¿Hacia dónde está yendo la Iglesia de Bergoglio?
Gracias a Dios, yo no tengo ninguna Iglesia, yo sigo a Cristo. No fundé nada. Desde el punto de vista del estilo, no cambié a como actuaba cuando estaba en Buenos Aires. Sí, tal vez alguna cosita, porque se debe, pero cambiar a mi edad habría sido ridículo. Sobre el programa, al contrario, yo sigo aquello que los cardenales pidieron durante las congregaciones generales antes del cónclave. Voy en esa dirección. El Consejo de los ocho cardenales, un organismo externo, nace de ahí. Había sido pedido para que ayudara a reformar la Curia. Lo que no es fácil, porque se da un paso, pero después surge que es preciso hacer esto o aquello, y, si antes había un dicasterio, después se convierten en cuatro. Mis decisiones son el resultado de las reuniones pre cónclave. No hice nada solo.
Un abordaje democrático...
Fueron decisiones de los cardenales. No se si es un abordaje democrático, yo diría más bien sinodal, aunque la palabra no sea apropiada para los cardenales.
¿Qué desea usted para los romanos a través de los patronos Son Pedro y San Pablo?
Que continúen siendo bravos. Son tan simpáticos. Veo esto en las audiencias y cuando voy a las parroquias. Les deseo que no pierdan la alegría, la esperanza, la confianza, a pesar de las dificultades. El romanacio [dialecto romano] también es bonito.
Wojtyla había aprendido a decir: Volemose bene, damose de la fa'. Usted aprendió algunas frases en romanesco?
Por ahora, poco. Campa y fa' campa'! (risas).
Traducción: Daniel Barrantes

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