Buenos Aires, 30 de mayo de 2014
Dice
San Ignacio que el amor está más en las obras que en las palabras.
Por
eso Jesús dice que el que lo ama, hace su voluntad.
En
la segunda semana de los Ejercicios pedimos conocer para más amar y seguir más
de cerca, que es una manera de hacer. Hacer cerca de, hacer con, hacer para.
Jesús nos dice que no hay mayor amor que dar la vida por el amigo. Hacer que
deviene entrega de lo que poseemos, hasta entregar lo que somos: la vida.
En
la metodología del PAC, de la cercanía, conocer de cerca, con el entendimiento
y el corazón, pasamos a la profundidad, comprender y amar desde el hondón de
nuestra vida, y de ahí a la acción.
La
acción que nace del amor. Acción transformadora. Muchas veces hemos comparado
con la obra del artista, con énfasis en la creatividad requerida, que supone
conocimiento, imaginación y corazón; o con la del obrero, con el peso puesto en
la utilidad y el servicio, la intencionalidad de nuestra acción.
Ambas
imágenes se complementan con una tercera: la del sembrador, cuya acción
transformadora produce fruto, pero que no es el producto sólo de su saber, ni
su querer, ni su voluntad productiva. Porque ni el que planta, ni el que riega,
sino es Dios el que da el crecimiento. Es la espiritualidad de la acción que
reconoce la acción del Espíritu en el movimiento creador del sujeto. Nos
reconocemos como co-creadores, en una acción que involucra toda nuestra
persona, incluida la presencia de Dios en nuestra vida.
Esto
se nos hace más evidente en la acción educadora o evangelizadora que se realiza
en relación a una persona, que invita a crecer en libertad; que no trabaja
sobre una materia prima pasiva, que se deja modelar y transformar, sino que
entra en diálogo activo, mutuamente transformador, hasta, como insiste Paulo
Freire, hacer al educador educando, que aprende y crece en su acción, y al
educando convertirlo en educador, que no sólo recibe, sino que aporta en el
mismo acto de aprender.
Por
eso hablamos de ser contemplativos en la acción. Porque en nuestra acción
transformadora contemplamos a ese Dios presente como quien trabaja, del que nos
habla la contemplación para alcanzar amor.
En
ese sentido la Eucaristía
es símbolo y sacramento de nuestra actividad transformadora del mundo.
El pan y
vino que en nuestra manos, por nuestra palabra y nuestra acción, se vuelven
Dios presente y nos abren a la acción transformadora de Dios. Y por eso toda
nuestra acción se vuelve eucarística, en cuanto hace presente al Dios que
transforma y redime la realidad.
Nuestra
vocación es misionera, es apostólica. Estamos llamados a colocarnos bajo la
bandera de Cristo, a involucrarnos en su misión, que da sentido a nuestra vida
toda. Vivimos orientados a la acción, en servicio de la fe y promoción de la
justicia en un mundo intercultural e interreligioso. Nuestra oración, nuestro
estudio, nuestra vida comunitaria deben ser misión. No sólo orientados para la
misión, sino misión en sí mismos, de alguna manera sacramentales, que comienzan
a realizar lo que anuncian y buscan.
Por
eso nuestra acción tiene que ser en colaboración. Porque nuestra misión es
construir comunidad, la comunidad del Reino. Y la acción misma tiene que ser
constructora de comunidad, en colaboración. Tiene que crear relaciones de
fraternidad, no de subordinación, en la actividad de la vida humana, que es
compartida y creadora. La colaboración no es un añadido, sino constitutiva de
nuestra acción apostólica.
Lo
nuevo que añade el Proyecto Apostólico Común es la incidencia. Es una acción
que no busca sólo la transformación directa, sino pretende crear olas, influir
para que otros actúen. En una sociedad cada vez más compleja y plural, más
institucionalizada y relacionada en redes múltiples y globales, más conflictiva
y contradictoria, no basta con la acción directa personal, que sigue siendo el
núcleo de nuestra misión. Es necesario incidir también en las redes y
estructuras, pensar nuestra acción para que provoque olas, para que dispare
movimientos que desde las redes y estructuras, entren en diálogo con la
complejidad de nuestro mundo plural, que teja consensos desde nuestra
disparidades.
Ya
no se trata de imponer criterios morales o dogmáticos desde los centros de
poder. Es necesario entrar en diálogo con un mundo intercultural e
interreligioso para crear olas de humanidad abierta a la trascendencia.
Nuestras prioridades nos hablan de esta actitud: la inclusión, la apertura a
los jóvenes, el diálogo entre fe y culturas, la solidaridad latinoamericana.
Por
eso en nuestro Proyecto Apostólico Común la acción se extiende hasta la
incidencia.
Esta
es la tercera nota de la metodología del PAC: su orientación a la acción
transformadora y la incidencia más que a las palabras y declaraciones.
Jorge
Cela, S.J
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