Discurso del Santo Padre en la audiencia en que participaron especialmente la Pontificia Universidad Gregoriana, el Pontificio Instituto Bíblico y el Pontificio Instituto Oriental. 10 de Abril de 2014
Las instituciones a las cuales pertenecen -reunidas en el Consorcio por el Papa Pío XI en 1928- están confiadas a la Compañía de Jesús y comparten el mismo deseo de “militar por Dios bajo el estandarte de la cruz y servir solamente al Señor y su Esposa, a disposición del Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra”.
Es importante que entre ellos se desarrolle la colaboración y las sinergias, custodiando la memoria histórica y al mismo tiempo haciéndose cargo del presente y mirando al futuro, con creatividad e imaginación, buscando tener una visión global de la situación y de los desafíos actuales y un modo compartido de afrontarlas, encontrando nuevos caminos.
El primer aspecto que querría subrayar pensando en vuestra tarea, sea como docentes que como estudiantes, es el de valorizar el lugar en el que se encuentran para trabajar y estudiar, o sea la ciudad, y sobre todo la Iglesia de Roma. Hay un pasado y un presente. Están las raíces de la fe: la memoria de los apóstoles y de los mártires; está el 'hoy' eclesial; está el camino actual de esta Iglesia que preside la caridad, al servicio de la unidad y de la universalidad. ¡Todo esto no hay que darlo por descontado! Va vivido y valorizado, con un empeño que en parte es institucional y en parte es personal, dejado a la iniciativa de cada uno.
Al mismo tiempo las personas que vienen aquí traen la variedad de sus Iglesias de procedencia, de sus culturas. Esta es una de las riquezas inestimables de las instituciones romanas. Ésta ofrece una preciosa ocasión de crecimiento en la fe y de apertura de la mente y del corazón al horizonte de la catolicidad. Dentro de este horizonte la dialéctica entre el 'centro' y las 'periferias' asume una forma propia, la forma evangélica, según la lógica de un Dios que llega al centro partiendo desde la periferia para llegar a la periferia.
Otro aspecto que quiero compartir es el de la relación entre estudio y vida espiritual. Vuestro empeño intelectual, en la enseñanza y en la búsqueda, en el estudio y en una amplia formación, será tanto más fecundo y eficaz cuanto más sea animado por el amor a Cristo y a la Iglesia, cuanto más sea sólida y armoniosa la relación entre estudio y oración.
Éste es uno de los desafíos de nuestro tiempo: transmitir el saber y ofrecer una llave de comprensión vital, y no un cúmulo de nociones no relacionadas entre ellas. Es necesaria una verdadera hermenéutica evangélica para entender mejor la vida, el mundo, los hombres, no de una síntesis sino de una atmósfera espiritual de búsqueda y de certeza basada en las verdades de la razón y la fe.
La filosofía y la teología permiten obtener las convicciones que estructuran y fortifican la inteligencia e iluminan la voluntad... pero todo esto es fecundo si se realiza con la mente abierta y de rodillas. El teólogo que se complace de su pensamiento completo y concluido es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento incompleto, siempre abierto al maius de Dios y a la verdad, siempre en desarrollo, según aquella ley que San Vicente de Lerins describe así: “Annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate” (Se consolida con los años, se dilata con el tiempo, se profundiza con la edad). El teólogo que no reza y que no adora a Dios acaba hundido en el más disgustoso narcisismo.
La finalidad de los estudios en cada universidad pontificia y eclesial, la búsqueda y el estudio van integrados con la vida personal y comunitaria, con el empeño misionero, con la caridad fraterna y el compartir con los pobres, con el cuidado de la vida interior en la relación con el Señor. Vuestros Institutos no son máquinas para producir teólogos o filósofos, son comunidades en las que se crece, y el crecimiento tiene lugar en la familia.
En la familia universitaria está el carisma de gobierno, confiado a los superiores, y está la diaconía del personal no docente, que es indispensable para crear el ambiente familiar en la vida cotidiana, y también para crear una actitud de humanidad y de sabiduría concreta, que hará de los estudiantes de hoy personas capaces de construir humanidad, de transmitir la verdad en dimensión humana, de saber que si falta la bondad y la belleza de pertenecer a una familia de trabajo se termina por ser un intelectual sin talento, un eticista sin bondad, un pensador carente del esplendor de la belleza y solo ‘maquillado’ de formalismos. El contacto respetuoso y cotidiano con la laboriosidad y el testimonio de los hombres y de las mujeres que trabajan en vuestras instituciones os dará esa cuota de realismo tan necesaria para que vuestra ciencia sea ciencia humana y no de laboratorio.
Queridos hermanos, confío a cada uno de vosotros, vuestro estudio y vuestro trabajo a la intercesión de María, Sedes Sapientiae, de san Ignacio de Loyola y de los otros vuestros santos patrones. Os bendigo de corazón y rezo por vosotros.
¡También vosotros, por favor, rezad por mí!
Fuente: Pe. Benjamín Crespo, Curia General SJ. Roma
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