viernes, 5 de julio de 2013

EL PAPA FRANCISCO Y LA CONSTRUCCIÓN COMPARTIDA DE LA COMUNIDAD NACIONAL. Por S.E. el señor Embajador Don Julián Licastro y Doctora Doña Ana María Pelizza. Orden Caballeros de Su Santidad el Papa "San Ignacio de Loyola".




Una nación en movimiento, demorada por la desunión 

 La proximidad de un nuevo aniversario de la proclamación de nuestra independencia resulta propicia para reflexionar sobre el ideal que alumbró aquella gloriosa gesta, que hoy quizás aparece como una promesa sin compromiso. Es decir, un anhelo de protagonismo histórico, a la medida de nuestros grandes recursos geográficos y humanos, frustrada por la imposición reiterada de hegemonismos externos e internos que afectaron el principio superior de la unión nacional.

Lo hacemos sintiendo el apoyo providencial de un pontífice argentino que consagró su vida al pensamiento, la prédica y la acción pastoral en la afirmación de nuestra identidad cultural. Condición ineludible para sumar el aporte de una comunidad nacional integrada a los valores universales del mundo. Su alto magisterio actual nos permite analizar el presente a la luz de los preceptos esenciales de la Doctrina Social Cristiana, de modo concordante, en nuestro caso, con los postulados de la Comunidad Organizada, sin dogmatismo ni exclusiones.

Interrogarse, pues, sobre la realización necesaria y posible de una comunidad de destino, nutrida en la
experiencia colectiva de vicisitudes y problemas, exige apelar al pensamiento reflexivo y diverso, y a la palabra persuasiva y clara en orden a la expresión de la verdad y el testimonio de la solidaridad. Esto implica la evolución de una conciencia plena, con memoria y proyecto. O sea: el recuerdo vivo de las raíces y tradiciones fundantes, a partir del cual debemos hacernos cargo, con humildad y firmeza, de una historia compleja, una realidad acuciante y un porvenir pendiente como obra de conjunto.

Por esta razón constituimos “una nación en movimiento”, pero aún demorada en el desarrollo efectivo de su gran potencial, por la debilidad y división de sus vínculos sociales. Situación que nos ubica de manera precaria y ambigua, frente a la incertidumbre del futuro que demanda el coraje y la participación activa de los pueblos por su propia dignificación.

La principal misión patriótica 

 El riesgo no es equivocarse, lo malo es no corregir errores evidentes y persistir en una inveterada intolerancia, como prueba de la inmadurez civil que nos muestra una sociedad desarticulada, fragmentada y polarizada. Una sociedad que, en vez de ponerse a trabajar de forma decidida en la resolución factible de sus problemas concretos, puede encaminarse hacia un nuevo y grave enfrentamiento


Urge, entonces, proteger y potenciar nuestros vínculos sociales, y transformarlos paulatinamente en los verdaderos lazos solidarios de una comunidad que se reconstruye a sí misma como alternativa a su posible decadencia. Tarea que consiste básicamente en crear “espacios de encuentro” donde ejercer el “diálogo fecundo” superador de enemistades eternas y antinomias estériles. Ésta es sin duda la principal misión de una militancia política patriótica.

El Papa Francisco nos refiere a la enseñanza de Juan Pablo II: “una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo visible o encubierto”. Cita ecuménica que señala el daño causado por una crisis global de la civilización impulsada por el “capitalismo salvaje”, el consumismo obsesivo, el relativismo ético y la manipulación de los pueblos masificados por falta de organización propia.

Es el reino de la corrupción en todas sus facetas y dimensiones, en países grandes y pequeños, donde los dirigentes hablan “el lenguaje de la hipocresía” y gobiernan con el recurso de la dádiva. Son los “relatos” engañosos que niegan la realidad e intentan disimular su indiferencia por el sufrimiento de la gente, y las “concesiones” otorgadas con actitud discrecional y arrogante, en lugar de cumplir las reinvicaciones equitativas instituidas por el derecho social.

El poder sólo a través del deber 

Se trata de avanzar, con propuestas específicas y operativas, por el camino de una tercera posición de profundo sentido popular, no populista, entre los extremos de los “ultras” y los “anti”. Porque el simple populismo no tiene doctrina, ni programa, ni formación profunda de dirigentes con capacidad creativa. Así como tampoco respeta las “instituciones históricas” que, aún con defectos a superar, informan de nuestro esfuerzo por articular una democracia constitucional, como cauce para marchar sin violencia hacia una sociedad más libre y justa.

Es la amalgama en una “ética común” de las conductas, preferencias, principios y valores que han conformado, en el tiempo, “el modo propio de ser humanos” en la peregrinación plural de la Argentina. Lo cual implica la interacción de ideas y estilos pertenecientes a diferentes espacios políticos, pero sin absolutismos que persigan la extinción de los otros. De igual modo, nuestra visión general debe mantener una perspectiva abarcadora y cuestionar nuestra propia razón para enriquecerla y ampliarla; porque la vanidad intelectual diluye el sentido de responsabilidad e instrumenta sofismas en una “teoría justificatoria” del autoritarismo.

El individualismo extremo y el personalismo desbordado frustran el empeño de la organización política o la colapsan; puesto que para vencer al tiempo hay que tener un proyecto compartido, que sepa abrir siempre nuevas perspectivas para todos. Esta construcción de lo permanente y estratégico, no de lo fugaz y tactiquista, reclama un completo sistema de conducción, por equipos de trabajo, al servicio directo de una ciudadanía cada vez más consciente y comprometida.

Para ello hay que vencer la egolatría que desquicia lo público y comete los abusos de poder que provocan desconfianza y rechazo. Conducir, en rigor, es dar y darse, sin buscar la adulación inmediata del cortesano, ni la obsecuencia automática del súbdito. Los signos de los tiempos que corren advierten, en el continente y el mundo, sobre el choque inexorable que involucra el estallido de la indignación social frente a la combinación nefasta de corrupción y prepotencia.

Madurar por la cultura del encuentro

La prudencia es un arte que, hoy como nunca, exige liderar sin sectarismo, administrar sin soberbia y comunicar sin vanidad. Porque así como el poder es imprescindible para transformar la realidad al servicio del bien común, su naturaleza misma es reacia al exceso de los extremos, el rupturismo de los “entristas” y las “batallas” innecesarias que lo desgastan agónicamente. 

En consecuencia, hay que dejar atrás las discusiones banales y las interpretaciones sesgadas de la historia, para poner nuestra energía en el estudio y ejecución de las medidas más convenientes. Ello exige convocar y escuchar las voces del conocimiento, la moderación y la experiencia, no exentas del espíritu de decisión compatible a los grandes desafíos que nos esperan. Contrariando esta regla fundamental, el “pensamiento único”, por derecha o izquierda, es el obstáculo principal de la planificación como herramienta estratégica, porque la interfiere con los ideologismos y la quiebra con los intereses espúreos y la corrupción estructural.

Llegado a un punto letal del desencuentro, se impone la exigencia moral y política del acuerdo nacional, sin olvidar los golpes que sufrimos o infligimos en nuestras luchas internas. Ello impone memoria y justicia, pero también verdad y reconciliación. Sin estas virtudes, tan difíciles como necesarias, el dolor humano se degrada a un resentimiento extremo, que llama sin cesar al conflicto frontal y autodestructivo, que es lamentablemente como nos juzga el mundo.

Bergoglio recuerda a Perón en este trance delicado de nuestra dimensión espiritual. Y lo destaca con calidez también en este capítulo de su trayectoria. Un Perón que regresa ya “amortizado” como prenda de paz, para abrazarse con sus adversarios de ayer, luego de la lucha fratricida alentada por los imperialismos: porque sabe que el liderazgo de verdadera proyección trabaja, con sabiduría y paciencia, para los ciclos largos de la historia.

Buenos Aires, 1 de julio de 2013. 
En el 39no. aniversario del fallecimiento del General Perón.

* Sugerimos leer “La nación por construir”, síntesis de la VIII Jornada de Pastoral Social, del Card. Jorge Mario Bergoglio, con prólogo del Rev.P. Carlos Accaputo. Buenos Aires, 2005.



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